Mi mamá me mata (el caso Asunta, el filicidio que paraliza a España)

Por: #BorderPeriodismo

asuntaPor Jorgelina Zamudio

El filicidio es la suma de todos los espantos. Es matar a un niño, y que ese niño sea el propio. Tal vez por eso, cuando se conoció el caso de Asunta Yong Fang Basterra (la nena española de 12 años cuyos padres están acusados de haberla drogado, primero, y asesinado, después), los diarios de todo el mundo no pudieron sino darle los titulares.

Será que la historia tiene todos los condimentos necesarios para atraer a la prensa: una familia muy rica de Santiago de Compostela, padres conocidos (una abogada y un periodista) una chica venida de muy lejos (el matrimonio viajó a China para adoptar a la beba de nueve meses a la que luego llamarían Asunta), una herencia millonaria  en juego y una desaparición muy extraña que terminó en tragedia, con la chica muerta a sólo ocho días de cumplir 13 años.

Pero después llegaron los detalles, y el otro horror. Cuando el cadáver de la niña apareció, llevaba los pies atados con una cuerda cuyo carretel se encontraría después en la casa familiar. Pero la prueba definitiva la dieron las cámaras de seguridad, que mostraron a madre e hija saliendo en un auto justo a la hora a la que la mujer habría dicho que la nena (a quien supuestamente había dejado haciendo los deberes en su casa) estaba desaparecida.

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El filicidio aparece como el crimen de crímenes, ése (uno de los pocos) que la ley de la cárcel condena sin apelaciones. En Argentina, de hecho, a las madres asesinas se las cataloga como “infantas” (por “infanticidas”) y suelen merecer un trato durísimo por parte de las demás internas.

Pero el crimen, no por terrible, deja de estar ni de repetirse, en número y en variantes. “Es solo que nos cuesta verlo porque va en contra de la naturaleza humana: tenemos hijos para que la especie siga adelante, no para exterminarlos”, comenta Maritchu Seitún, autora de Capacitación emocional para la familia (Grijalbo). “Y eso es lo que nos impide ver abusos y “filicidios” de otros tipos, porque a un chico se lo puede quebrar de mil maneras”, precisa.

Pero si hablamos de muertes físicas, las cifras –aunque escasas- aterran. Al año, y solamente en España, la tierra de Asunta, hay 23 menores muertos a manos de alguno de sus padres. Nueve de cada diez veces entre víctima y asesino hay un lazo biológico, seis de cada diez veces la que mata es la madre y en la mayoría de los casos se mata a golpes, en el contexto de una paliza feroz.

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El filicidio no es, desde luego, un fenómeno que pueda acotarse a países, regiones ni épocas. De hecho, si se habla de las madres que asesinan a sus hijos como de las “madres Medea” es, precisamente, porque hace más de 2500 años Eurípides imaginó un personaje, Medea, capaz de eliminar a  sus propios hijos sólo para vengarse de Jasón, su marido infiel.

Sin embargo, para muchos observadores esta clase de episodios son apenas el punto más extremo de un ejercicio de violencia constante contra los más chicos que se expresa de mil otras maneras, del todo más sutiles. “Pese a decirse “paidocéntrica”, la nuestra es una cultura que no puede cuidar ni ver las necesidades de sus niños. Esos niños colocados en el lugar de reyes, terminan agobiando con sus demandas y los padres, agotados, consienten”, explica Graciela Moreschi, médica psiquiatra especializada en niñez y adolescencia. “Entonces lo que se da no es verdadero cuidado sino aplacamiento de la creciente voracidad infantil. Así las cosas, llega un momento en el que los hijos dejan de verse como tales. El caso de los padres de Asunta, es evidente que la vieron como un instrumento para llegar a algo que en este caso fue el dinero. Pero, ¿cuántos otros padres esperan el éxito, el salto social o tantas cosas de la mano de sus hijos, sin ver las necesidades que estos chicos tienen?, se pregunta. Y en la sociedad del pelotero, las consolas y los colegios de doble jornada, puede que no haya demasiados adultos dispuestos a contestar. Después de todo, ya saben la respuesta.

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