Gulnara Karimova, la Zulemita de Asia Central

Por: #BorderPeriodismo

Con sólo 41 años Gulnara, la hija del dictador uzbeko Islam Karimov, logró una sorprendente celebridad y un no menos prodigioso patrimonio estimado en 500 millones de euros. Pero hoy su estrella declina en medio de un escándalo de corrupción y peleas familiares. Esta es la historia.

Por Jorgelina Zamudio

Rubia, rutilante, cantante. Universitaria y diplomática. Rodeada siempre de famosos (entre ellos Sting, Gerard Depardieu y Elton John) y jugando siempre a la princesa (aun cuando su sangre es tan azul como la de un bolígrafo rojo), Gulnara Karimova es uno de esos personajes que sólo pueden provenir de países embrutecidos, empobrecidos y cerrados al mundo. Y eso es precisamente Uzbekistan, una de las tantas flamantes pequeñas naciones que estrenaron identidad y bandera luego de la caída del régimen soviético.

Hablamos de un país que- como Azerbaiján, Kirguizistán o Kazakhastán- tras del estallido de la URSS regresó explícitamente a sus tradiciones tribales y de algún modo “entronizó” en el poder a los ex jerarcas del régimen soviético. En este caso, el padre de Gulnara (Islam Karimov) fue secretario del partido comunista y cuando éste cayó, él ocupó lo que sentía que debía heredar. Y En este caso, el poder absoluto sobre este país de casi 29 millones de habitantes en donde –desde hace décadas- están prohibidas las libertades más básicas y en donde las organizaciones civiles y políticas son perseguidas por la policía del régimen. El Estado, si para algo aparece, eso es para repartir alternativamente regalos o palos. Especialmente esto último, y con tal nivel de saña para con los enemigos políticos que las organizaciones internacionales de Derechos Humanos han hecho de Uzbekistán un verdadero decálogo perfecto de país inhabitable.

¿La razón? La tortura es una práctica habitual y conocida de parte de todas las fuerzas de seguridad. Se usa la picana, el “submarino seco”, las palizas y hasta una atrocidad que parece digna del mítico Vlad, el Empalador: hervir vivos a los enemigos, tal como sucedió hace algunos años con un rebelde religioso (en Uzbekistán la religión oficial es el islamismo) y fue publicitado en un documento terrible editado por la ong Human Rights Watch. “Uzbekistán no ha cumplido con sus promesas de poner fin a la tortura en su sistema de justicia penal, como la aplicación de descargas eléctricas y asfixia”, señala el informe. Y denuncia que  “los gobiernos occidentales que intentan estrechar lazos con este gobierno autoritario han hecho caso omiso de los abusos por razones estratégicas”.

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El régimen uzbeko- por sólo citar otro ejemplo de sus “métodos de persuasión”- tampoco dudó en reunir en una plaza a sus máximos enemigos políticos y abrir fuego contra ellos, matando en el episodio a hombres, mujeres y niños. En Uzbekistán a los abogados se los amenaza, se los secuestra o directamente se los elimina. No hay a quién recurrir y todo (detenciones irregulares, represión, persecución y matanzas) son ya parte del paisaje. La mano detrás de todos esos crímenes es la de Islam, y es la misma con la que- por años- acarició la mejilla de su hija predilecta, Gulnara. Para Lola, la menor, nunca hubo ni la mitad de los caprichos y privilegios de los que dispuso “Guli”, como la llama su sangriento papá.

Por eso Gulnara, la que hasta no tanto se paseaba por Europa y los Estados Unidos dejando que la llamaran “la princesa uzbeka” cuando no lo es, dedicó gran parte del torrente de dinero a su alcance para construirse una imagen pública a  la altura de su ego. Así, combinando sus estudios en economía con su apetito de fama y figuración, lanzó su propia marca de alta costura (Guli) y mostró sus colecciones en la Semana de la Moda de Tokio y Milán, entre otras. Pero, además, logró ser contratada por la firma Chopard como diseñadora de joyas de gusto dudoso y lujo definitivamente “oriental”. Al mismo tiempo, cimentó su fama de filántropa poniéndose al frente de varias organizaciones dedicadas a la promoción de la niñez y de la mujer, y también ocupando el máximo cargo en un organismo gubernamental consagrado a la promoción de las artes, la cultura y las ciencias.

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Ya dotada de vastísima chequera (y dueña además de una empresa, Zeromax, que controlaba decenas de canales de televisión y radio en su tierra llena de algodonales y desiertos) se dedicó a organizar festivales de todo tipo (de cine, de moda) en Tashkent, la capital uzbeka, y a convocar a ellos a figuras internacionales de la talla de Sting, que por cantar allí cobró casi dos millones de euros. De todos modos, dijo no sentirse arrepentido de haber, en última instancia, haber servido de adorno a un régimen tan cuestionado como el de Karimov.

Pero no hay mal que dure cien años ni – hoy, al menos- gente dispuesta a seguir guardando silencio ante tamañas atrocidades. Por eso, varias organizaciones de derechos humanos y defensoras de la niñez eligieron el mejor momento posible para darle a Guli parte de su propia medicina. Y en la Semana de la Moda de Nueva York, hace dos años, organizaron una fenomenal protesta mostrando que el algodón que había hecho rica a la diseñadora y a su familia era producto de mano de obra esclava y trabajo infantil. ¡Para qué! La princesita mentirosa fue expulsada del evento y, acto seguido, se quedó sin su vistoso cargo de diseñadora de joyas. “Las suyas son gemas manchadas con sangre”, dijo un observador. Y no se equivocaba.

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Pero como las desgracias nunca vienen solas, al bochorno en Occidente se le sumó otro papelonazo en Oriente cuando trascendió que su padre (furioso por sospechar que su hija favorita estaba involucrada en un fenomenal caso de corrupción de que no lo había participado), le dio una feroz paliza, la mordió, le quitó su protección y comenzó a soltar sus perros de presa policiales sobre los empleados de las empresas de Gulnara. Finalmente, cerró no sólo sus cuentas bancarias sino también su cuenta de Twitter (que tenía más de 50.000 seguidores)al enterarse de que su (ex) rubia debilidad utilizaba la red social para pelearse públicamente con su madre y hermana (con quien no se habla hace más de una década, y a quien acusó de practicar el satanismo) y, de paso, hablar pestes de varias figuras centrales de su régimen.

Sola, triste, ya sin nadie que quiera cantar a dúo con ella (como en su momento lo hicieron Depardieu y Julio Iglesias) ni celebridad alguna que quiera quedar “pegada” a su halo ensangrentado, la hija del tirano es hoy una incógnita. ¿Dónde está? ¿Qué se ha hecho de ella? ¿Está detenida? ¿Muerta? ¿Por qué no se  oyó más de ella desde el 21 de noviembre? Lo que haya sucedido, difícil saberlo. En el reino de Islam Karimov, la peor de las ideas suele ser alzar la voz.

 

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