Te lo juro por las nenas (el curioso encono del 10 por su otros hijos)

Por: #BorderPeriodismo

En su deslumbrante desarrollo –deslumbrante por lo intenso del oxigenado de todos sus protagonistas, se entiende- la saga de Maradona no da respiro. Y más allá de lo tragicómico de cada nueva entrega, exhibe la pervivencia de ciertos roles de género antiquísimos y no tan superados como nos gustaría pensar.

Por Quena Strauss

¡Esta! No, no: mejor aquella. Aquella primero, esta después. ¿O mejor todas juntas, así ahorramos tiempo y colchón? Algo hay –algo entre trágico, sorprendente y risible- en cada nuevo capítulo de la saga Los Maradona que recuerda al manejo del sheik. Un hombre como centro gravitatorio de una mini galaxia de mujeres (su harén) que orbitan a su alrededor, y entre las cuales va eligiendo –a medida que se le cansa el dedo- su circunstancial compañía. Un hombre-dios (así, con minúscula de lo más petisona) cuyo dedo cambia el mundo. O, cuanto menos, los mundos de estas mujeres a las que el sólo hecho de ser señaladas por el índice cósmico las sacará del anonimato (y del mundo del trabajo, vamos) para siempre.

¿No lo han notado, acaso? A excepción de las hijas y de Laclaudia (una suerte de platinada reina madre que gobierna aún sobre la suerte de las amantes de su ex y las hijas de ambos) nadie trabaja por aquí. Las doradas sirenas del Riachuelo que se prendan del Diego como vinchucas a un dormido carecen de (como reza el discurso policial) de “oficio o profesión conocida”. Y tampoco importa porque, como reza uno de los tantos “mitos del amor” actualizados por esta saga inacabable como la de Rocky, “el amor te cambia la vida”….y empieza siempre por la billetera.

Hete aquí un primer aspecto a considerar en esta apasionante secuela rodada por La Salada Films: la idea misma de “el amor”. El amor entendido esencialmente como una forma de manutención, a la vez que como una intragable mezcla de silencio, resignación y tolerancia (eso a los que otros le dicen “abnegación”, y de lo que Laclaudia ha sabido dar cátedra). Pero también, en el caso de las eventuales novias del patrón de la pelota, como una renuncia sonriente a cualquier forma de propiedad privada sobre el sheik. El es de todas, y de ninguna. Las rubias tintinean dentro del cubilete real como cubitos de hielo en su vaso de scotch, él lanza el vaso y como cae, cae. A la que le toca, le toca.

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El es pues quien decide, quien elige quién, cuándo y, sobre todo, hasta cuándo le tocará a cada Chica Oxígeno  la tiara de favorita. El que estipule también –a su aire y su antojo- cuándo se cortarán las tarjetas de crédito, el “sueldo” pagado a la familia de la favorita en calidad de “lucro cesante” (Rocío Oliva explicó el caso con pelos y señales), los viajes al otro lado del mundo, las piscinas, los parquistas, los autos brillantes como escote de rapero. Sí, definitivamente “el amor te cambia la vida”. Sólo que a veces también para mal.

Vean, si no, el triste caso Ojeda: todo comenzó a deshilacharse cuando ella –al cabo de ocho años de convivencia- quedó embarazada. Y eso, se sabe, en el Universo Maradona está penado por la Ley del Diez con exilio, ostracismo y corto mano, corto fierro. Parir nuevos maradonitos es algo que sólo cabe (cupo) a la reina madre. El resto serán bebés-escupitajo, como alguna vez él mismo actuó en cámara al ser requerido sobre la media docena de niños que aspiraban en el mundo a portar su apellido. Finalmente, por fuerza de las cosas y a regañadientes, Diegote aceptó su paternidad sobre Dieguito Fernando como quien se aviene a pagar una multa de tránsito. Y con el mismo grado de compromiso emocional, vamos.

Por si no lo han notado, en el Universo D sólo son fijos y prestigiosos los roles en los que se ha involucrado el corazón: la patrona y las nenas. Ellas son las únicas intangibles. Con ésas- y sólo con ésas- es con las que no se embroma, y a las que se les ofrece algo parecido a una explicación ante cada nuevo desaguisado. Ellas (las únicas mujeres con las que el contacto íntimo está vedado) son también las únicas frente a las que se demuestra algo parecido al afecto o al respeto. El resto de rubias será, por el contrario, pura comparsa. Frescas y siliconadas presencias alrededor, deliciosas criaturas perfumadas que ocuparán sucesivos papeles de reparto en el marco de este vodevil y siempre en roles resbaladizos: la amante, la pareja, la nueva amante (luego de haber sido pareja), y así hasta el infinito.

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¿Qué dice todo eso de las mujeres en juego, quienes son en definitiva las que mueven la noria alrededor de un emperador desdeñoso y distante? Habla, para comenzar, de la idea que tienen de ellas mismas, de sus ideas sobre el amor, los vínculos y- sobre todo- sus ideas sobre aquello que vale la pena. Las peleas –públicas y a Twitter partido- entre las distintas aspirantes al favor real hablan a las claras de planetas que desaparecen al perder su puesto en la galaxia simbólica que les da sentido. ¿Qué son, lejos de Maradona? ¿Qué hacen, lejos de Maradona?¿Para qué sirven, lejos de Maradona?

De la respuesta implícita sale también la consecuencia. Las consecuencias. Una mujer que no teme operarse íntegra (y exponer su vida en una cirugía estética) para estar en condiciones de “competir” con una amante más joven, o dar la vuelta al mundo con un bebé en brazos para que le estrellen la puerta en la cara.  O, llegado el caso, volver a tener un hijo con alguien que claramente “sólo la quiere para eso” (como decían en el barrio) y se desprende de ella con la mismo velocidad con la que aprieta la descarga del baño.

Pero si todo esto del sexto hijo de Maradona fuera en realidad –como sostienen otros- pura estrategia de mujer desesperada para impedir el compromiso de Diegote con Rocío Oliva el próximo 14 de febrero (¡Ah, porque a enamorado al tipo no hay quién le gane!), tampoco tendría demasiada importancia. Porque es lo otro –lo que subyace a todo lo demás, el humus de ideas y valores que sostiene todo este sainete- lo que subsiste. Lo que de veras inquieta.

Será que más allá de la Saga Maradoniana, suerte de Star Wars escrito por Pocho la Pantera y dirigido por Alberto Samid, para muchas mujeres (y hombres) el amor es esto: tolerar lo que sea, aceptar lo que sea, hacer lo que sea (mentir, engañar, golpear, abandonar, despreciar, espolvoreando en el medio bebés a los cuatro vientos), en una patética versión de la canción Corazón Valiente, de Gilda, ésa en una de cuyas estrofas más coreadas se insiste con aquello de “tu amor vagabundo no me da respiro, porque sé que nunca, nunca serás mío. Porque tengo el corazón valiente, prefiero amarte y después perderte”.

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Sólo se llega a ser en relación a otro que te da sentido, nombre, identidad. La vieja teoría de la media naranja: sola no sos nada, no valés nada, no servís para nada. Por eso en cuanto aparezca algo parecido a un caballero andante (aun cuando de lo uno y de lo otro tenga bastante poquito) no hay que dejarlo ir. Hay que “engancharlo” a como dé lugar: con la culpa, con los celos, con un pibe. El embarazo vuelto trofeo, y el chico, botín de guerra. Aquello de que “en el amor y en la guerra todo vale”, empezando por llamar amor aún a la trifulca más berreta.

Porque no es Julieta precisamente quien va por la vida mendigando un espematozoide salvador, pero tampoco es Romeo quien anota “Se me está riendo el culo, mami. Que se la esté c…iendo otro y sea de otro”. Tal la respuesta de Diego a su hija Gianinna, vía chat, al ser preguntado por su hija sobre lo cierto de un nuevo hermanito en camino.

Y, sin embargo, por este romeo módico se arrancan las blondas extensiones estas precarias julietas. ¿Que es sólo por el descomunal dinero en juego? Posiblemente, pero sin dudas hay algo más, y es precisamente lo que el sheik se jacta de no entregarle a nadie: su corazón. Como en las viejas novelas de caballería (sólo que ambientada esta vez entre Fiorito y Dubai), también campea aquí el amor cortés, y a quien se le da el cuerpo nunca se le entrega el alma. “A Verónica Ojeda le dije: Vos grítame lo que quieras, pero vos te tenés que ir y yo me quedo con Diego”, contó Rocío Oliva sobre el muy poco glamoroso encontronazo de fin de año entre ella, Diegote y su ex.

Hete allí la divisa de la favorita: “Lo tengo aquí, conmigo. El me prefiere”. Hete aquí también su tragedia: no saber que toda preferencia es efímera. Que ya, ahora, en este mismo instante, en algún lugar de la Tierra ya hay otra oxigenada peinándose las cortinas y tramando cómo quedarse con su sitio en el harén. Cuándo y cómo lo haga, es sólo cuestión de tiempo. 

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