Lenta y silenciosamente: “Envenenados”

Una investigación periodística de Patricio Eleisegui sobre los nefastos efectos que causa el uso indiscriminado de sustancias químicas en las plantaciones agrícolas de Argentina.
Por: #BorderPeriodismo

Los cultivos transgénicos a nivel global aumentaron exponencialmente en los últimos años: de 1,7 millones de hectáreas en 1996 a más de 175 millones de hectáreas en el 2013, así lo demuestra un informe del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA), que además indica que los Estados Unidos es el líder mundial en la adopción de cultivos genéticamente modificados con 70,1 millones de hectáreas -el 40% del total-, seguido por Brasil en el segundo lugar por quinto año consecutivo, con un impresionante aumento de 3,7 millones de hectáreas -un 10% con respecto a 2012-, manteniéndose en el tercer lugar Argentina, con 24,4 millones de hectáreas.

Este informe demuestra que el sistema de plantaciones y cultivos transgénicos significa un importante negocio y fuente de ingresos, tanto para el sector privado como para el Estado. Según Patricio Eleisegui, autor del libro Envenenados, “hay una estructura de producción económica de ganancia muy fuerte, que lo que está haciendo es atar la riqueza del país a este tipo de sistema de producción que se basa en un combo que genera muy bajos costos: operar con semillas transgénicas que son resistentes a determinados agroquímicos en base a una técnica de cultivo que es la siembra directa”.

Es lógico entonces que el tema no esté en la agenda de prioridades del Estado y mucho menos en la mesa de discusión de las grandes corporaciones involucradas. Los intereses en juego son muchos y la cuenta final, como bien señala Eleisegui en la entrevista para Abro comillas, le cierra a todos: “Se ha logrado un superávit fiscal en la Argentina en los últimos años que oscila entre los 35 y 40 mil millones de dólares, un monto que ingresó al país entre el año 1996 y 2011. Por ende, toda la recuperación económica después de la crisis de 2001 en el país reposa en la eficacia que ha tenido este tipo de producción, de ahí que están involucrados todos los estados, los municipios, las provincias y el gobierno nacional, y por supuesto los proveedores que elaboran las semillas, los agroquímicos y fertilizantes, y otros tipos de desarrollo biotecnológicos”.

Cabe preguntarse entonces ¿a costa de qué? y ¿de quiénes? El periodista afirma que estos pocos productores y empresarios incrementan sus ganancias, ante un Estado que parece ignorar la problemática. Interrogantes que se planteó el joven periodista de 36 años, oriundo de Sierra de la Ventana, provincia de Buenos Aires, al advertir que había muchas denuncias acumuladas y encajonadas sobre las consecuencias de estas nuevas prácticas agrícolas en la salud de las personas. “Abortos espontáneos, malformaciones, múltiples casos de cáncer, todos problemas que hasta hace dos décadas era muy raro ver en el interior, especialmente en las provincias agrícolas argentinas, y que de repente hoy se han convertido en un lenguaje común”, asegura Eleisegui.

Fue así que a partir de un minucioso trabajo de campo, Eleisegui logró obtener no sólo la voz de los especialistas, sino también el intenso relato de los afectados provenientes de diferentes provincias del interior del país. Historias de vida sufridas que, más tarde, plasmaría en su libro editado por Wu Wei, el cual fue presentado a sala llena el pasado 26 de marzo en el Centro Cultural Borges.

En la recopilación y repaso del proceso histórico que se inició con fuerza en la década del ’90, dando como resultado el aumento del uso indiscriminado de semillas modificadas genéticamente y los diversos pesticidas que actualmente se vierten en la tierra, el escritor y periodista se apoyó en fuentes directas y confiables, como es el caso de Estela Lemes, directora de una escuela rural de Costa Uruguay Sur, en la provincia de Entre Ríos, quien más de una vez denunció junto a un grupo de padres, las fumigaciones que se realizan en los alrededores de la Escuela Nº 66 Bartolito Mitre.

“Lo más curioso de este caso es que Costa Uruguay Sur está muy cerca de Gualeguaychú y Estela Lemes llevó el reclamo a la Asociación Ambientalista, quienes son en definitiva quienes se oponen a la instalación de las pasteras, y ella me explicaba que muchos de esas personas a quienes había llevado la denuncia eran productores de soja, es decir, los mismos que fumigaban los campos y las escuelas”, explica el autor.

También se interiorizó por el caso Jeremías Chauque, que tuvo algo más de repercusión en los medios, tal vez por tener la suerte de ser el hijo del músico Rubén Patagonia. Oriundo del pueblo de Desvío Arijón, en la provincia de Santa Fe, más de una vez Chauque y su familia fueron amenazados por empresarios de la zona al querer impedir que se fumigara un campo que queda a 60 metros de su vivienda. “Se está fumigando prácticamente en la última calle del pueblo, es decir, termina el pueblo y empieza el cultivo”, comenta el periodista quien además agrega: “Jeremías y otras familias del lugar tienen a sus hijos con casos de alergia y problemas respiratorios. Esto llevó a que el mismo Jeremías tuviera que cruzar el alambrado en más de una vez, para impedir la fumigación. Lo único que logró es que la justicia lo condene por invadir la propiedad privada, por agredir a un productor, y hasta fue amenazado en presencia de la misma policía del pueblo”.

Córdoba fue otra de las provincias investigadas que sufre de cerca esta problemática, sin ir más lejos, el caso de Sofía Gatica es uno de los más emblemáticos. Conocida como la madre del pueblito B° Ituzaingó y referente de la lucha contra las fumigaciones del modelo agroindustrial imperante tanto en Argentina como en Latinoamérica, hoy lidera el acampe contra la multinacional Monsanto que quiere instalar una planta de secado de semillas de maíz en otra localidad de su provincia, llamada Malvinas Argentinas. “Sofía denunció la multiplicidad de casos de cáncer que había en el barrio, donde se comprobó la existencia en el agua y en el suelo del insecticida y acaricida organoclorado endosulfán. Es uno de los lugares con las tasas más altas de cáncer de la Argentina, y ella perdió una hija a raíz de este motivo”, describe Eleisegui.

Con el paso del tiempo estos casos se fueron multiplicando y expandiendo por todo el país. Esta “bomba química”, como decidió llamar el periodista de investigación a la toxicidad de los plaguicidas, “extermina en silencio”. Cruda pero real sentencia de Eleisegui que sostiene y fundamenta a lo largo de 240 páginas, a base de estudios, documentación y entrevistas a los protagonistas.

“Combinación de grandes intereses”, afirma el profesional que, con ética y compromiso periodístico, no dudó de enfrentar desde el comienzo de su trabajo. Mientras él recopilaba datos e información de fuentes directas para su libro, las máquinas continuaban fumigando escuelas y familias, el Estado negando la gravedad de los casos denunciados, y los medios de comunicación callando y ocultando. “Lo que sucede con los medios es simple, son los intereses creados alrededor del negocio del agro”, afirmó el colega que estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.

Y continuó: “Hay que pensar que en definitiva los dos periódicos más importantes de la Argentina organizan una exposición donde todos los años se dan a conocer todas las innovaciones tecnológicas para el campo, y entre otras cosas se presentan los últimos desarrollos a nivel de equipamiento para fumigación, a nivel de semillas transgénicas, entonces, el silencio es comprensible porque afecta directamente a los intereses económicos de estos medios”.

Hay un discurso instalado por los actores de la escena agraria, sostenido desde el Estado y amparado por los medios. “Lo que se ha generado desde lo discursivo es la idea de que no se puede producir de otra manera”, sostiene Eleisegui quien además advierte: “Hay una historia que nos quieren vender, dependerá de nosotros si la compramos”.

La pregunta es ¿cómo era hasta la década del ’90? Antes de que la soja se transformara en el producto estrella, con una producción que se expandió un 8,4% anual entre 1995 y 2008 ¿el campo y el Estado no ganaban?, “claro que sí, ganaban, pero menos”, afirma Eleisegui, quien más tarde explica: “Sería una cuestión de resignar parte de esta ganancia para discutir un bien sanitario general, algo que no está haciendo el Estado, porque está negando completamente que hay una problemática con los agroquímicos, para el Estado no pasa nada con los agroquímicos, no hay contaminación y no hay otra manera de producir. Lo cierto es que Argentina producía de otra manera hasta el año 1996 y la verdad que tan mal no le iba”.

Queda claro que Eleisegui no compró la historia que muchos quieren vender y que con buen olfato periodístico hurgó y se encontró sobre el final de su trabajo con Fabián Tomasi, quien más tarde terminaría teniendo su foto en la tapa de Envenenados. “Aquí hay un negocio del que unos viven y otros mueren. No sé de qué lado están ustedes. Para mí no hay discusión”, fueron las palabras con que inició su charla el ex empleado del campo de la localidad de Basavilbaso, de la provincia de Entre Ríos, durante la presentación del libro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La sala Norah Borges, del Centro Cultural Borges, quedó en silencio ante el conmovedor relato de Fabián, quien tiene tan sólo 47 años y que salvó su vida gracias a un tratamiento con medicina alternativa: “No soy un ambientalista, sino un afectado, un sobreviviente por haber nacido en una economía emergente. Soy un espejo de lo que va a pasar. Me pasó a mí por estar en la primera línea; pero les va a pasar a todos. Como le pasó a esa niña de 4 años, Angelina Romero, con cáncer de estómago, a quien vi morir de dolor abrazada a su hermano. Repito, no soy ni un sojero ni un ambientalista. Soy un afectado de esos que no queremos morir”.

Después de estas palabras no queda mucho más para decir. Sólo resta invitar a la reflexión, porque en definitiva, Envenenados pone en juego el valor de la vida, como dice Fabián Tomasi: “hay gente que está muriendo, eso no tiene precio, ahí ya no hay negocio”.

El libro Envenenados será presentado en la 40° Feria del Libro, en la ciudad de Buenos Aires (fecha todavía a definir). Habrá ejemplares a la venta en el espacio del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), se los podrá comprar en el stand 3024 (Pabellón OCRE – Predio Ferial La Rural – Av. Santa Fe 4201, Ciudad de Buenos Aires), que estará abierto entre el 24 de abril y el 12 de mayo, de lunes a viernes de 14 a 22 horas, y sábados, domingos y feriados de 13 a 22 horas.

Por Ángel Colángelo

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