Tras la intensa trama del caso Boudou, ¿sería posible vivir sin corrupción?

Por: #BorderPeriodismo

Por Federico Delgado

(Fiscal de la Nación)

Es imposible que no estés envuelto en la red de noticias que hacen referencia a los hechos por los que la justicia investiga al Vicepresidente de la Nación Amado Boudou. Escuchas y lees múltiples campanas. Que se quiso quedar con una empresa privada junto a un grupo de amigos aprovechando su cargo público, que es todo una mentira orquestada por poderosas empresas privadas y, en medio de esas posiciones de máxima, seguro hallas muchas intermedias.  No podemos cantarte la posta. La posta tiene que salir del ámbito adecuado que en una democracia es la resolución de los jueces de la constitución.  Podemos, en cambio, plantearte una pregunta ¿Por qué en nuestro país todos los gobiernos, cualquiera sea su signo político, se ven atravesados por hechos de corrupción? No podemos repasar la lista porque no es nuestro objetivo, pero confiamos en tu memoria.

Volvamos a la pregunta ¿Por qué será? ¿Será porque los políticos son todos corruptos, será porque hay un gen “desviado” que tenemos los argentinos, será porque es “imposible” gobernar sin corrupción,  será porque es así el “sistema”? Cambiamos la pregunta ¿es posible vivir sin corrupción? ¡Claro que es posible! Pero constituye  un gran esfuerzo personal y colectivo que supone una gran reforma intelectual y  moral que va más allá de las recetas habituales, vinculadas a la sanción de nuevas leyes de ética de la función pública, al aumento de las penas por delitos de corrupción, etc.

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Es decir, la cuestión es más compleja que meras reformas legales que son una condición necesaria, más no suficiente. Si bien no podemos responder con plenitud el interrogante que nos planteamos, estamos en condiciones de señalar algunas premisas que nos  pueden ayudar a crear una vida social sin corrupción. Básicamente tendríamos que sacar del baúl de los recuerdos algunos recursos que permanecen adormecidos. El primer recurso lo vamos a llamar una “lógica instituyente” Significa que sólo nosotros y solamente nosotros los ciudadanos podemos crear (instituir) la sociedad, diseñar sus instituciones y “llenarlas” de contenido, para que ellas realmente nos representen.

Y nos van a representar porque, hipotéticamente claro, estarán hechas a nuestra “imagen y semejanza” ¿Cómo hacerlo? Recuperando aquel rasgo que tanto entusiasmaba a los griegos: la capacidad humana de crear lo imposible que llamaban “poiesis” (poesía en nuestros tiempos) y que es la raíz de ese lema popular que dice que lo imposible no es imposible, sino que a veces tarda un poco más en acontecer.

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El segundo recurso se vincula también con recuperar y crear. Lo llamaremos una “lógica religiosa” Jean Jaques Rousseau escribió grandes libros. En uno de ellos, llamado “El contrato social”, intentó responder a una pregunta dramática ¿Cómo fundar la libertad política? Entre las ideas que propone hay una que nos parece más que pertinente en nuestro contexto. Afirmaba Rousseau que los hombres necesariamente tienen que creer en algo común que los una para vivir juntos en libertad.

Por eso prestó especial atención a la religión, (que remite a “religare”; o sea, a unir los cuerpos políticos) Pero Rousseau no quería articular esa necesidad en derredor de un Dios fuera de la tierra. Por ello propuso crear una religión laica. La llamó el amor a la patria, que se traduce en la necesidad de subordinar los intereses privados a los públicos porque de ese modo prima el bien común, el bien de todos los ciudadanos. Sabemos que la pregunta que nos plantemos no está respondida. Sin embargo, identificamos dos elementos básicos para crear una nueva sociedad, la “lógica instituyente” para que la imaginación potencie nuevos vínculos que edifiquen y llenen nuevas instituciones y la “lógica religiosa” para que del amor a la patria deriven los nuevos valores que privilegien los intereses comunes por sobre los egoísmos particulares, y así transformar nuestro medio ambiente social de modo tal que la corrupción no tenga lugar.

  Lo que sigue en el Caso Boudou: los secretos del poder
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