Pochomanía: ¿Por qué Lavezzi nos gusta tanto?

Por: #BorderPeriodismo

Desde que salió a la cancha las fanáticas nos multiplicamos más rápido que los conejos. La página de Facebook «Movimiento para que el Pocho Lavezzi juegue sin camiseta» juntó casi 300 mil seguidoras en sólo dos días y las redes sociales se llenaron de fotos y de comentarios sobre el nuevo sex symbol de la selección. La platea femenina está que arde. Mientras, los hombres están que hierven, pero de furia. ¿Se trata de envidia? ¿O no soportan que nosotras también seamos capaces de erotizar un cuerpo? ¿Por qué no dicen nada cuando los medios bombardean a diario con mujeres en tetas y se indignan tanto si elogiamos los atributos de nuestro tótem?

Por Leila Sucari

El Pocho es un sentimiento. Y no podemos parar. Verlo correr en la cancha y sacarse la camiseta de Argentina nos vuelve más patriotas que nunca. Amamos sus tatuajes, sus abdominales y su cuerpo de dios griego. Oh, sí, Lavezzi nos pone hot ¿Y qué? Nos divertimos compartiendo fotos y subiendo la apuesta en twitter con el hashtag #QueHaríasConLavezzi. Pero, a los muchachos, el despertar femenino no les causa nada de gracia. Desde que hicimos pública nuestra pasión, no dejan de llover acusaciones del estilo: «Sólo miran fútbol para babearse con los tipos», «Sufren de furor hormonal», «Están todas locas» y el patético «Después no se quejen…». Incluso algunos ejemplares masculinos han querido derribar a nuestro ídolo haciendo circular una foto vieja donde se lo ve al Pocho sin demasiado esplendor. ¿Creían que iba funcionar? Estúpidos ilusos.

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Más claro, echale agua: vivimos en una sociedad patriarcal donde está naturalizado que las mujeres sean exhibidas y cosificadas. A nadie le sorprende que la cobertura del Mundial esté llena de chicas voluptuosas en bikini. A nadie le llama la atención que los hombres se sientan atraídos por un cuerpo modelo. «Tetas y culos, sí. Hombres sin camiseta, jamás», parecen decir los enemigos del Lavezzi-Furor. Como si las mujeres no tuviéramos el derecho del deseo. Como si nuestro deber fuera el de ser objetos sexuales asexuados: pornografía sin erotismo. A ver, muchachos, nosotras también tenemos fantasías. También podemos elegir una noche de sexo sin amor y mirar los abdominales de un hombre sin estar enamoradas. Y eso no nos vuelve ni putas ni locas. Tampoco significa que vamos a dejar de querer a sus rollitos , tranquilos, no se asusten.

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Estamos demasiado acostumbrados a que la mujer sea el objeto y el hombre el que admira y cosifica. Paremos la máquina. Ni todos son cosificadores, ni todas somos objetos. Los roles culturales -por más estancos que parezcan- pueden invertirse y he aquí un ejemplo. En este juego efervescente, las mujeres hemos demostrado que podemos dirigir la batuta con humor e inteligencia. Desde frases como «Le doy hasta que Brasil me diga qué se siente», «Le doy contra el ropero hasta aparecer en Narnia» y «Está más bueno que los feriados puente». Hasta los versos que la periodista Fernanda Sández publicó en su Twitter (¡Y que fueron marcados como favoritos por el mismísimo Pocho!) : «Más allá del talento de un tal Messi, lo indiscutible es lo suculento de Lavezzi» y «Ahora que ya no habrá más Kun Agüero, queremos al Pocho Lavezzi ¡Pero en cuero!».

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Adiós pudor, adiós siglos de sumisión, adiós. Si nuestra actitud tiene tanto impacto, si tanto escandaliza a los hombres que esta vez seamos nosotras las portadoras de la voz sexual, es porque desestabiliza el discurso dominante. La pasión desenfrenada por nuestro querido Lavezzi nos exhibe como sujetos capaces de desear. Hola, acá estamos, y tenemos un rol activo. La mujer que es pretendida y entregada de un hombre-padre a un hombre-esposo, ya fue. Ahora elegimos, miramos, opinamos, encaramos y nos ponemos baberos. ¿Les molesta? ¿Están asustados? Bienvenidos los que nos comprenden y festejan que todos, hombres y mujeres, podamos divertirnos. Como posteó el periodista Roly Villani: «No alcanzo a comprender a los colegas de género que se enojan porque el Pocho calentó la pava de la platea femenina. ¡Amigos! ¡A tomar los mates!». Y los que no, a llorar al banquito de suplentes.

 

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