Vacaciones de infierno: claves para no volverte loca

Por: #BorderPeriodismo

De acuerdo: nadie quiere seguir con los madrugones cotidianos pero…¿Sabemos realmente la que nos espera con los chicos dos semanas enteras en casa? De eso –y de la distancia enoorme entre la fantasía y la realidad- hablamos en esta nota.

Por Jorgelina Zamudio

“Que lleguen las vacaciones, que lleguen las vacaciones”, venimos implorando todos – niños y madres- más o menos desde mediados de mayo, cuando ya toda la energía sarmientina con la que habíamos arrancado el año parecía haber llegado a su fin. El tema es que ahora, con las benditas vacaciones ya descontando, el deseo se cumple y –ya lo sabemos- a veces no hay peor castigo que las plegarias atendidas.

¿Por qué? Para empezar, porque cualquier variante del “receso”- paro docente, vacaciones de invierno o de verano, lo que sea que rompa con esa forma de tranquilidad llamada rutina- nos deja expuestos a contingencias que a esta altura del año, del bolsillo y de la vida no estamos en condiciones de afrontar. Porque, claro, para muchos las vacaciones de julio son sinónimo de esquí, avión y Bariloche. Pero para quienes –como para una servidora- son sinónimo de “Mameaburrrrro”, caminatas por la calle Corrientes en medio de una marea de infantes y abuelos y bolsillos XS, la cosa se complica. Y cómo.

¿Por dónde empezar entonces a hacer de las vacaciones de infierno, como suelo decirles, algo un cachitín menos infernal? Monica Cruppi, psicoanalista, docente y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) propone algo tan simple como recordar “que hasta desde su nombre las vacaciones hablan de descanso. Vacatio, en latín, significa “vacío” y la idea es recuperar en esos días el tiempo libre, no el tiempo ocupado. Que los chicos terminen haciendo mil cosas es el deseo de los padres y de la sociedad de consumo, no de ellos. Ellos lo que quieren es jugar y descansar”, aclara.

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Sin embargo, si algo requiere este tiempo extraño de las vacaciones con frío eso es justamente organización. Traducción: los chicos no pueden, dice la experta, “ni acostarse ni levantarse todos los días a cualquier hora porque eso les genera una idea de caos que los angustia y que después hará muy difícil retomar el horario normal de clases. Especialmente para los mas chicos, una rutina más o menos previsible en cosas tan básicas como el despertar, las comidas y la hora de irse a la cama los ayuda y los organiza”.

Otro papel central lo juega la red de afectos: abuelos, tíos y papás de amigos del colegio, que en el caso de los más gurrumines son ideales para poder ir tomando la posta de cuidados sin volverse loca en el intento. Sobre todo porque que tus hijos estén de vacaciones no implica que vos también puedas tomarte quince días para estar con ellos o disponer de tu tiempo como si estuvieras desempleada. “En mi caso, con las madres del colegio armamos como una grilla para que los chicos vayan rotando de casa en casa y jueguen sin que una sola se tenga que fumar siempre a los cinco”, comenta Patricia, madre de Lautaro, de ocho años. “Y decidimos hacer solamente dos salidas al cine y a un show, todos juntos, porque si no el presupuesto no da. Total, en la plaza la pasan fenómeno lo mismo y me parece más sano que encajarlos en un shopping o frente a la Wii”, argumenta.

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Para pasarla bien en estos quince días también resulta imprescindible bajar las expectativas, algo que enfatiza el psiquiatra Harry Campos Cervera, miembro del equipo de la Universidad Favaloro. Según él, como “el stress significa adaptación, obviamente un cambio de  escenario va a requerir ciertos esfuerzos adaptativos. En vacaciones de invierno hay una rutina que se corta, los chicos tienen otros horarios y eso, para padres que trabajan todo el día, implica un desbarajuste importantísimo”

Además, sostiene que “dado que el stress no depende de de la naturaleza del estresor sino de la significación que se le dé, las vacaciones pueden estresar porque plantean otro tipo de convivencia. Las familias pasan más tiempo juntas y se desafían las fortalezas de los vínculos al extremo. Las vacaciones resaltan lo que está funcionando mal y fortalecen aquello que anda bien”

Ergo, nada de exagerar con los planes, pero tampoco con las expectativas. Lo que suceda será, como mucho, grato, y esto siempre y cuando entendamos que el tiempo libre tampoco opera milagros ni sobre los niños libres de colegio ni sobre los padres y madres que a menudo tendremos que hacer malabares para adaptarnos a esta nueva situación de “tiempo libre XL”. Y no terminar desbordados por una jauría de pibes que van del “Comprame” al “Me aburro” como nosotros íbamos a dar vueltas en bici, allá lejos y hace tiempo.

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Pero, vamos, nada es tan grave. Que se embolen un rato tampoco está mal. En primer lugar, porque nadie ha venido al mundo a entretener a su prole. En segundo, porque como bien explica Cruppi, “aburrirse le da la oportunidad al chico de generar sus propios recursos para entretenerse o bien pensar, meditar, imaginar y cultivar su mundo interior, cosa que a veces escasea por el exceso de estimulación con el que se bombardea a los niños en este momento”.

 En caso de que los rebuznos de tus hijos y sus amigos efectivamente puedan llegar a ponerte muy inquieta, Campos Cervera promueve una suerte de “menú de salidas y paseos que, sin implicar grandes gastos, les demuestre a los chicos que este es un tiempo para pasarla bien, estar juntos y descansar. Para eso, es clave verificar que las actividades sean variadas porque por algo en el origen de la palabra “diversión” está la idea de lo “diverso”, del cambio y de lo novedoso”, aconseja. Y, de última, tenés otra opción: poner la mente en blanco por quince días, repetir “Ommn” tantas veces como puedas y esperar a que la horda infantil regrese a la escuela. En diciembre, volvemos a charlar.

 

 

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