Tendencia: multimillonarios que no le dejan un mango a sus hijos

Por: #BorderPeriodismo

El cantante británico Sting declaró que no le dejará herencia a sus hijos. ¿Por qué? Dice que piensa gastarse su fortuna en vida y que «No deben  tener seguridad financiera porque la gente queda arruinada cuando no tiene que ganar su propio dinero». Asegura que lo mejor que puede dar es el ejemplo del valor del trabajo.¿Nacer en cuna de oro facilita las cosas o hace personas cómodas? ¿Hasta cuándo es positivo “bancar” a los hijos?

Por Leila Sucari

 Tienen más de 30 años. No trabajan, no estudian, no tienen proyectos a largo plazo: se dedican a gastar la plata de papá. Son los llamados eternos adolescentes. Personas con el «Síndrome de Peter Pan» a las que el beneficio de tenerlo todo servido les trajo la consecuencia de ser incapaces de independizarse. Juegan a la play, salen de fiesta y tienen la seguridad de que algún día recibirán una abultada herencia.

¿Para qué trabajar si no necesito la plata? ¿Estudiar una carrera durante años? ¿Esforzarse por llevar adelante un proyecto personal? Prefiero joder, piensan muchos. La falta de necesidad se transforma en dejadez. Y la dejadez en frustración.

En la mayoría de los casos, las empresas familiares no pasan la tercera generación. ¿Qué significa esto? Que los abuelos, educados bajo una fuerte cultura del trabajo, logran arman un emprendimiento que funciona. Los hijos heredan la empresa y multiplican los bienes. Y los nietos, nacidos en cuna de oro, se dedican a derrochar el dinero acumulado. Sting, a lo largo de su carrera alcanzó una fortuna de 306 millones de dólares. Sus hijos y los hijos de sus hijos podrían vivir disfrutando de los lujos de por vida, pero el cantante sabe de los peligros que implica la comodidad. «No les dejaré fideicomisos que sean como un collar de piedras. Ellos tienen que trabajar», dice el cantante. «Mis hijos lo saben y rara vez me piden algo, lo cual respeto y aprecio. Obviamente, si tuvieran un problema los ayudaría, pero nunca tuve que hacerlo. Tienen la ética laboral que los impulsa a ser exitosos por sus propios méritos».

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Patricia Otero, psicóloga especialista en adolescencia y pareja, explica: «Es fundamental que los hijos se independicen y que tengan una experiencia de vida propia, desapegada de la historia de los padres. La dependencia, sea económica o afectiva, genera muchas inseguridades y debilidades. Las personas que tienen todos los recursos a su disposición carecen de elementos para enfrentarse a la vida real y adulta. Es muy frustrante porque nunca llegan a conformar una identidad propia y les cuesta tomar decisiones. Es bueno abrir puertas, contener y acompañar pero dejando que los hijos crezcan y se construyan a sí mismos».

Hay padres que se esfuerzan hasta las últimas consecuencias para que sus hijos tengan todo lo que quieran. Resignan parte de su libertad y de su intimidad con tal de que los «chicos» estén cómodos. Incluso, en muchos casos donde la plata no sobra, hacen horas extras y trabajan de más para cumplir los caprichos de sus hijos adultos, mientras ellos siguen comportándose como niños: no lavan su ropa, no cocinan, no cambian lamparitas y no tienen que ocuparse de pagar las cuentas a fin de mes. Por culpa, por miedo al nido vacío, o porque creen que están haciendo lo mejor, los padres no se atreven a exigirles que ganen su propio dinero y se vayan de casa.

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Según la OMS, la adolescencia se extendió de los 19 años hasta los 25. Graciela Moreschi, psiquiatra autora del libro «Eternos adolescentes», explica: «Los jóvenes eligen darse caprichos: autos, tecnología, salidas, ropa, y no quieren renunciar a ellos para independizarse. Vivimos en una sociedad consumista donde los objetos y las marcas son los que posicionan socialmente. Esta situación afecta tanto a los padres como a los hijos. Los padres se sientes invadidos en su propia casa y culpables por las consecuencias que tendría decir ‘basta’; mientras que los hijos no pueden encarar compromisos sostenidos».

La clave está en diferenciar la contraproducente costumbre de «servir todo en bandeja» de la ayuda positiva que puede dar un padre. Una cosa es brindar herramientas que le sirvan a los hijos para construir su propia vida (pagarles la universidad, ayudarlos con los gastos del alquiler, regalarles cada tanto un par de zapatillas). Otra muy distinta es llenarlos de confort y no impulsarlos a que salgan al mundo y se arriesguen a equivocarse.

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De la necesidad surge la creatividad. Y la satisfacción es mucho más grande cuando las cosas se consiguen con esfuerzo y por medios propios. Como dice Otero: «Lo mejor que puede hacer un padre si quiere ayudar a su hijo es soltarle la mano en el momento indicado. Ponerle el límite y ayudarlo a que despegue, que tenga autonomía. El costo de darle todo servido y asegurarle el futuro, es muy alto. Más allá de la buena intención de los padres, siempre termina jugando en contra. Un verdadero maestro es el que abre la puerta y deja que el otro haga su propio camino».

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