MasterChef: Elbita corazón

Por: #BorderPeriodismo

Acaba de terminar el reality show más popular de los últimos tiempos. El triunfo de Elbita y la alegría de los televidentes, puso de manifiesto que la humildad y el trabajo también pueden ser las estrellas del momento. MasterChef es el ejemplo de que muchas veces el esfuerzo vale más que los conocimientos técnicos ¿Será que estamos cansados de los héroes lindos y exitosos? ¿Llegó el momento de reivindicar a los que siempre fueron dejados de lado?

Por Leila Sucari

Sí, lloré. Aunque me dé vergüenza decirlo, cuando Peluffo anunció el nombre de la ganadora y Elbita, con la cara desarmada de emoción, corrió a abrazar a su papá, se me escaparon las lágrimas. La tímida Elba, la valiente, la que desafió a los platos más pretenciosos y triunfó con una clásica lasagna a la bolognesa. La Elba del pueblo, la más petisita y retacona de todos los participantes, la que jamás en su vida pisó un restaurante. La ingeniosa, la humilde y amada Elba, se había convertido en la campeona. Acababa de ganar $250.000, la edición de un libro de cocina con sus recetas y el trofeo a la mejor cocinera amateur del país.  «No lo puedo creer. Nunca se pongan límites ¡Todo se puede!», dijo con la voz entrecortada y haciendo un puchero que daba ganas de meterte adentro de la tele y abrazarla. La noche del domingo pensé: «No ganamos el Mundial pero ganó Elbita», y me fui a dormir contenta.

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La final de MasterChef obtuvo récord de audiencia: llegó a medir 24,1 puntos de rating. Mientras Pablo Fekete y Elba Rodriguez -los dos finalistas- cocinaban, las redes sociales se llenaron de palabras de aliento para la concursante preferida: «Todos somos Elba», «En 2000 años Elba va a tener su propia religión», «A Elba vas a ver, la copa va a traer», «Elba hoy te convertís en héroe», «Mi sueño es ver a Elba sentada con Susana».

Todos queríamos que ganara. Y así fue: esta vez, la televisión no premió a la rubia sexy, ni al más canchero, ni al sabelotodo. Ganó el ejemplo al remo. La chica de padres bolivianos y origen humilde que estudia enfermería y no sabe lo que es una codorniz pero es experta en cocinar palomas. La que aprendió los secretos culinarios mirando a su mamá y la que prefiere la acelga en vez de la espinaca porque «rinde más». La que supo escuchar cada crítica del jurado y trasformarla en conocimiento. La que apostó a la creatividad sin dejar de lado su esencia. La que se esforzó y fue creciendo paso a paso en cada programa hasta alcanzar el podio.

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Era una final donde se jugaba mucho más que un plato. La lucha era entre dos modelos de alimentación, de vida: la pretensión VS la simpleza; la información VS la intuición; la cabeza VS la pasión. Pablo, el abogado que en el primer programa fue vestido de traje, hizo de entrada un consomé de langosta y cola de langosta pocheada; un rack de cordero de plato principal y una tarta de chocolate blanco de postre. Elba preparó una ensalada Waldorf –a la que llamó con timidez, Waldo», una lasagna y un mousse de chocolate.

Durante todo el certamen, Elba demostró que cocina desde su identidad. Cada plato suyo es un pedazo de historia, de transmisión oral del conocimiento. Cocina mirando hacia adentro: hacia sus orígenes bolivianos, con productos típicos del lugar y recetas tradicionales. En cambio, Pablo buscó desde el principio el golpe de efecto, la sorpresa ajena. Cocina desde un gran bagaje de conocimientos técnicos y desde su obsesión por destacarse y ser más y mejor que el resto. Por eso la desmesura, los platos complejos, los productos de cocina internacional que poco y nada nos representan. Elba fue a MasterChef para aprender y superarse a sí misma. Pablo para superar a los otros y lucirse.

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El triunfo de Elbita es el triunfo del antihéroe televisivo, será por eso que nos alegra tanto. «Costó, no me imaginaba como ganadora porque me ponía muchas trabas. Mi mamá fue la heroína que me transmitió este don, me enseñó que en cada plato debía reflejar el cariño. Ella a los nueve años empezó primer grado y la discriminaban porque era grande. Por las circunstancias que uno pasa a veces tiende a ser negativo, pero yo soy todo lo contrario. Mis padres me hicieron luchadora».

Quizá ya estemos cansados de las poses, de los cuerpos diseñados por el bisturí de un cirujano, del exitismo y de las sonrisas falsas. Quizá haya llegado la hora de tener nuevos modelos. «La sencillez ganó sobre el perfeccionismo», dijo Christophe Krywonis -uno de los jurados- a modo de conclusión. «Si quieren crecer, atrévanse manteniendo sus raíces, sean auténticos y profesionales, como lo hizo Elba».

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