Relatos Salvajes: Szifrón y la violencia de todos

Seis historias de violencia cotidiana y humor negro, un elenco de actores consagrados, y la música de Santaolalla, son algunos de los ingredientes del "estreno nacional del año".
Por: #BorderPeriodismo

Un avión lleno de personas desconocidas que, sin saberlo, están unidas por lo peor que les pasó en la vida.

Un restaurant de ruta. Las mujeres que lo atienden parecen ser diametralmente opuestas entre sí. Pero sólo lo parecen.

Una ruta de Salta y dos autos en ella: un Audi cero kilometro y un Peugeot 504 destartalado, oxidado y viejo. Y sus conductores, claro.

Un ingeniero y el karma de la grúa que le lleva el auto.

Un hijo de un millonario de San Isidro atropella, mata a una mujer embarazada y huye.

Un casamiento judío en el que la novia tiene una revelación.

Son seis historias. No se relacionan. O sí. Los personajes no se cruzan. No se conocen. Pero el alma de cada uno de estos cortos que nacen, crecen, se reproducen -dentro del cerebro de quien los ve- y mueren, es una sola. Y es la violencia. Una violencia contenida en personas que son como todos nosotros. Una violencia contenida, sí, pero hasta un punto. Y ese es el denominador común de Relatos Salvajes, la nueva película de Damián Szifrón, con Darío Grandinetti, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Oscar Martínez y Erica Rivas.

Durante 2002 y 2003, Szifrón hizo Los Simuladores, serie que se emitió por Telefé y que marcó un antes y un después en la televisión, básicamente, por ser el mejor programa de ficción hecho alguna vez por estas pampas, en donde la precisión de la historia, de la serie en general y de cada uno de los capítulos en particular, sumado a la solidez de los personajes conformaron un todo perfecto.

También en 2003 estrenó en cine El Fondo del Mar. Una película que manejaba los mismos códigos de humor, misterio, suspenso y aventura que Los Simuladores. Luego, en 2005, llegó a los cines Tiempo de Valientes, una gran buddy-movie policial. En 2006 volvió a la televisión -también por Telefé- con Hermanos y Detectives, una serie enfocada directamente en el género detectivesco e igual de genial que todo lo anterior… Y luego de eso desapareció. Ocho años pasaron sin saber nada de él hasta que, en 2013, se supo que estaba filmando nuevamente. Con el paso de los meses el misterio se fue develando: lo nuevo de Szifrón prometía. Apareció el trailer y rompió cabezas. Estaba claro: la reclusión sirvió.

Seis historias que son una. Los personajes pierden la paciencia. Explotan. Y una vez que explotan no hay nada ni nadie que los pare. Al respecto, Szifrón, en la conferencia de prensa donde se presentó a la película, afirmó que: “La violencia puede ser un hilo conductor en la película pero yo diría que la divisa, lo que se repite o por lo que transitan todos los personajes es por un momento de liberación. O sea, hay algo muy comprimido y en algún momento esa energía se libera. Eso produce felicidad en la película. La gente sale contenta y te podés reír de lo que está pasando porque todos se conectan con el placer de perder los estribos, no con el drama, aún cuando muchas historias terminan mal. Me parece que hay un deseo: uno normalmente no pasa a la acción porque mide la relación costo-beneficio. Pero… el costo de reprimirse también es muy alto. Eso todos lo sabemos. Entonces, a través del cine y de los personajes, nos abandonamos a esa aventura que es perder los estribos y eso genera placer.”

Por su parte, Leonardo Sbaraglia, en la misma conferencia, explicó: “Lo más importante para mí fue entender el lenguaje que plantea Damián (Szifrón) en la película.  El dirige pensando en la relación con el espectador. Él dice ‘acá me gustaría que el público piense tal cosa y acá me gustaría que crean tal otra’, o que se pongan de un lado o del otro y realmente cuando uno ve la película con público se da cuenta de que todos esos pliegues que quería producir en el espectador se logran y eso es muy impactante”.

Los hechos se desencadenan y el relato avanza con furia. Por momentos, da la sensación de que Szifrón arroja con violencia las escenas, las imágenes, las relaciones entre los personajes: se odian y se aman en equilibrio. A eso se le suma una puesta en escena impecable. El director, más allá de lo que pueda contar en el guión, habla con la cámara. Los travellings in, constantes en todos los relatos y puestos en los momentos oportunos, aportan tensión a la escena -y saludan al maestro Alfred Hitchcock adonde quiera que esté-. La música, de Gustavo Santaolalla -que se desentiende por completo de sus anteriores participaciones en cine-, es justo lo que la escena pide. Nada sobra en Relatos Salvaje, es una maquinaria perfecta. Todo funciona, todo encaja, todo cierra.

Uno de los factores fundamentales de la película es el humor. Es un personaje más. Porque no es cualquier humor: es humor oscuro. No negro. Oscuro. Y es ahí donde descansa la violencia, en donde se apoya el guión para justificar algunas cosas. Y ese humor es quien, por su parte, interpela al espectador. Hay escenas de extrema violencia en las que el público se ríe. Eso Szifrón también lo tiene pensado. Es una risa nerviosa. A veces cómplice. Por momentos, da la sensación de que los que ríen en ese instante lo hacen porque harían lo mismo que el personaje. La identificación entre los personajes y el público es auténtica y eso da miedo. Da nervios. Da risa.

Y esa empatía entre personaje y espectador no tiene fronteras: Warner Bros -la distribuidora del film-, luego del éxito que tuvo en el Festival de Cannes, la vendió a casi todo el mundo. Los conflictos de todos y cada uno de los episodios son de una cotidianeidad extremadamente argentina. El éxito que la película tuvo en el exterior comprueba que cualquier persona, en cualquier parte del mundo, puede pasar por lo que atraviesan estos personajes. Los conflictos son nuestros pero son de todos. La película toca una fibra íntima. Muy íntima, de hecho, en donde la venganza, la justicia por mano propia y la lucha de poderes entre clases o la simple maldad hacen que uno, por un lado, repruebe el accionar pero, por otro, sabe que en el fondo, muy en el fondo, haría lo mismo.

 

Por Adrián Kaplan Krep

Periodista.

twitter: @_doska

E-mail: adriankaplankrep@gmail.com

 

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