Cuando el deportista abraza una bandera política y se vuelve militante entra en un juego peligroso de amor y odio con la sociedad. Este es el caso de María Luisa Beatriz Terán de Weiss, una mujer que hizo historia.

Por Fernando Sommantico

Maria Luisa fue la primera tenista destacada de la Argentina que trascendió internacionalmente. Rosarina ella, comenzó a jugar tenis a los 7 años en el Rowing Club de su ciudad natal, en el que su padre era el buffetero. Coincidencia con otra notable tenista Argentina, Gisela Dulco, también era hija del buffetero del club, pero en este caso del “Cannottieri Italiano” de la ciudad de Tigre.

Sigamos con María Luisa; debido al trabajo de su padre ella estaba muchas horas en el club. Cuando se cansaba del tenis, se divertía con el remo, pero su corazón estaba en las raquetas. Fue número uno de nuestro país en los años 1941, 1944 y de 1946 hasta 1948.

En 1951 fue considerada como una de las mejores 20 del mundo. María Luisa, además, era peronista y admiraba a Eva Perón. Tanto lo fue, que colaboró en la organización de torneos infantiles con la idea de difundir el deporte “blanco”. Su figura, entonces, estuvo en medio del antagonismo que atravesaba en la mitad del siglo XX a la sociedad. Los peronistas la querían, a los no peronistas no les agradaba su figura. Es más, se ocuparon de marginarla y excluirla por su fuerte compromiso social y su condición de peronista.

Ella no se quedaba atrás. Impulsó, por ejemplo, la ampliación de Lawn Tennis, triplicando su capacidad de espectadores.

Pero todo cambió a partir del golpe de estado del 16 de septiembre de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón. María Luisa partió rumbo al exilio y se afincó en España. Competía en el exterior, pero los resultados no eran publicados por los medios de comunicación masiva aquí.

Paralelamente, ese mismo año, la Asociación Argentina de Tenis, con la firma de Enrique Morea, exigió que fuera excluida del circuito. El requerimiento fue rechazado por la Asociación Internacional de Tenis, porque allí nadie tenía dudas  que se trataba de una  persecución política.

El gobierno de facto, ya bajo la dirección de Pedro Eugenio Aramburu, le prohibió toda participación deportiva en el país. Intentó regresar durante la presidencia de Arturo Frondizi y jugar para River Plate, pero otras tenistas se opusieron a que compitiera. En los matchs sus rivales no se presentaban a jugar para impedir la acumulación de puntaje en el ranking nacional. Su visibilidad social siguió decreciendo, más allá de los gobiernos civiles y militares que se fueron sucediendo. Casi como una trompada de la historia, el propio gobierno peronista de 1974 le dio la espalda. De la lógica amiga/enemiga, pasó a la indiferencia de la política y los medios.

En 1984, en el marco de una depresión y con apenas 66 años de edad se suicidó, arrojándose al vacío desde un edificio de departamentos en el centro de Mar del Plata. Irónicamente Enrique Morea fue el único del ambiente tenístico en  despedir sus restos. Hoy el estadio del Parque Roca lleva su nombre. La historia de María Luisa revela las dramáticas consecuencias derivadas de asumir su condición de ciudadana a través del compromiso social con un espacio político. En estos tiempos envueltos en una matriz social con algunos rasgos similares, permanece abierto el interrogante acerca de cómo hacer para que las figuras deportivas se acerquen al espacio público para fomentar la práctica de los deportes, que incide en la calidad de vida, sin el riesgo de transitar el duro sendero que recorrió María Luisa, similar a la muerte civil de la antigua Roma.