En Argentina se aplica la Ley del Talión (y no somos musulmanes)

Por: Javier Álvarez

Un nuevo caso, esta vez en Tucumán, reabrió el debate. ¿Existe la Justicia por mano propia o es sólo un oxímoron? Los vecinos perdieron el derecho a circular en paz y, hartos de la impotencia, responden por sí mismos y se convierten en criminales. Parecería que en Argentina ya se aplica la Ley del Talión. La política sigue agregando policías. Mientras, la brecha entre ricos y pobres es amplia. 

Por Javier Álvarez (@JaviAlvaBa)

Dos delincuentes atracaron a un hombre y cuando el hermano de la víctima intentó defenderlo, lo mataron. Los vecinos persiguieron a los ladrones, atraparon a uno y lo masacraron a golpes. La noticia conmocionó a Tucumán.

César Jiménez estaba acomodando el patio de su casa, descolgando la ornamentación que su familia había preparado para el bautismo de su beba, que se celebró en la noche del sábado diez. Eran ya las 5.30 de la mañana cuando la tragedia lo encontró. El hombre de 31 años escuchó que su hermano resistía en la vereda para que no le robaran la moto. Intentó intervenir y uno de los delincuentes le disparó directo a la cabeza, con la frialdad de quien está decidido a todo. Fueron cuatros disparos, uno mortal.  Los familiares llamaron una ambulancia y a la Policía. Ni una ni otra llegaron. La desesperación hizo que trasladaran a César en una camioneta particular al hospital. Pero todos los intentos por reanimarlo fueron en vano: murió tras agonizar durante siete horas en una cama con sábanas gastadas. Algunos vecinos salieron a la calle y comenzaron una cacería. Atraparon a Gustavo Guerrero, indicado como uno de los dos ladrones, y sin esperar a que medie la Justicia ordinaria o la Policía, le pegaron una paliza por la que minutos después murió en el mismo hospital.

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Un caso más de la mal llamada “justicia por mano propia” que encontró a la víctima y al victimario muertos a pocos metros de distancia, en una realidad tan evitable como a esa altura irremediable a la que las autoridades no le encuentran una solución y se torna cada vez más sanguinaria.  Esa realidad que, según datos del Indec, evidencia una brecha de 15,8 veces entre los que más y menos ganan. Aunque según las consultoras y teniendo en cuenta la diferencia entre los datos sobre pobreza que manejan, la distancia estaría en los 26 a uno. Una situación insostenible.

El hecho recordó lo ocurrido en Rosario en marzo de 2014, cuando vecinos asesinaron a golpes a un delincuente llamado David Moreyra. Un pibe que vivía en un barrio humilde y salía a robar, según sus familiares, para comprar droga, porque era adicto y no veía alternativa posible de recibir ayuda para su recuperación. Ese crimen, el de Moreyra, desató una ola de violencia en varias ciudades. Hubo linchamientos en Santa Fe, Río Negro, Corrientes y la Capital Federal. Incluso el actor Gerardo Romano frenó uno en pleno Palermo y entregó al delincuente, que salió dos meses después y volvió a robar.

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Sin ir más lejos, el pasado 22 de diciembre (hace menos de un mes) Mario Rodríguez,  de 22 años, murió tras una golpiza que le propinaron empleados de una panadería a la que intentó asaltar. También en Rosario. El hecho no trascendió. Los medios no se hicieron eco. Y los trabajadores fueron detenidos. Todos casos en los que la violencia social, la desigualdad, la ausencia del Estado y el agotamiento que genera a los ciudadanos la ola de inseguridad que afecta a las grandes ciudades como la Capital, el GBA, Rosario, Tucumán, Córdoba y Mendoza se conjugan en un cóctel letal que convierte en criminal a cualquiera.

Gustavo, quien mató a César y fue asesinado por vecinos, contaba con antecedentes penales por robos y contravenciones. Estuvo preso y en enero de 2013 recuperó la libertad. Empuñó una pistola 9 milímetros (como la de la Policía) y salió a robar dispuesto a disparar. Y destruyó para siempre una familia a la que no conocía y también a la suya. Y César, un empleado no docente de la Universidad Nacional de Tucumán, también tenía antecedentes, pero como víctima. Tres años atrás lo balearon en la pierna en la esquina de su casa para robarle la moto. Pero la situación social de Tucumán no cambió en tres años y ahora a César lo mataron. Es quizás este hecho ocurrido en el barrio Soberanía Nacional de la capital tucumana una postal estremecedora de la violenta, impotente, desesperada y alterada conflictividad social que no encuentra la paz fronteras adentro sin advertir que la desigualdad la retroalimenta y recrudece cada vez más.

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Otro linchamiento después del que sólo habrá que esperar días o semanas para que vuelva a ocurrir. Mientras, se impone el debate sobre buscar en la economía más que en la política proselitista la solución, en entender que no habrá sociedad más segura sin reducir la exclusión, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la pésima educación pública y los niveles inhumanos de vida. No se trata de señalar a los económicamente más vulnerables como delincuentes sino de evitar que la marginalidad empuje a los jóvenes al delito, y frenar el narcotráfico para impedir que se venda paco en los kioskos como si fueran caramelos.

 

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