Chau jerarquía; hola redarquía ¿qué es?

Por: Quena Strauss

Por años, todo –las industrias, las organizaciones, las familias- se organizaron de un modo vertical y de roles fijos pero hoy- y de la mano de las redes sociales- todo eso está cambiando. De la jerarquía a la redarquía, de las órdenes a las charlas, de la reacción a la acción. ¿Y vos? ¿Ya estás listo para el cambio?

Por Quena Strauss

Es cuestión de tiempo, pero el tiempo ciertamente se está acelerando y gracias a la comunicación instantánea de la que disfrutamos hoy es muy posible que esta revolución silenciosa esté ya a la vuelta de la esquina. ¿De qué hablamos? Pues de lo que se conoce como “redarquía”, que es como una monarquía pero sin rey….y con red. Una forma de organización en donde precisamente las viejas formas de la autoridad se disuelven y mutan en un nuevo orden en el que todos tienen algo para decir, aportar y crear.

¿Un buen ejemplo de la redarquía en acción? Lo cubrimos aquí en Border y fue el armado de la concentración del 6 de junio frente al Congreso de la Nación, bajo la consigna Ni una menos y para decirles a las autorizades que la matanza de mujeres tiene que parar. La movida nació de una conversación en Twitter entre periodistas, escritoras, artistas y activistas por los derechos de la mujer (cuando no todas esas cosas al mismo tiempo), que terminó plasmándose en esta idea, “explotó” en Twitter y saltó a la realidad.

Convengamos, sin embargo, que no es lo mismo dialogar, intercambiar ideas y ponerse de acuerdo entre amigos o personas con un cierto grado de afinidad que mudar ese mismo modelo de interacción a, por ejemplo, un espacio de trabajo, una institución cualquiera o una dependencia pública. Sin embargo, dicen los que saben, hacia eso vamos. Tan fuerte y definitivo ha sido el impacto de las nuevas tecnologías y de las redes sociales en nuestras vidas que todo lo que antes nos parecía natural hoy a menudo se ve como un atavismo. Una cosa de otro tiempo. El típico organigrama piramidal es una de ellas.

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Así, instalada una nueva lógica en donde el diálogo reemplazó a la orden y las jerarquías no son ya posicionales (“yo mando porque soy el jefe”) sino derivadas de la misma organización en red (“queremos que vos nos coordines porque sos el que más entiende de este tema”), de alguna manera todo queda en suspenso. Mejor dicho: lo que hasta ayer nomás tenía sentido hoy lo ha perdido por completo y son otros los criterios, las prácticas y las posibilidades.

Después de todo, los puntos que titilan en una red de comunicación no son sólo eso: son  una suerte de terminal pensante y creativa de la que nadie resulta excluido. Todos tienen algo, una información, un dato, una idea que aportar. Y en esta suerte de democratización del conocimiento y de las herramientas, por primera vez, la tan mentada sinergia se vuelve realidad y el todo es mucho más que la suma de las partes. Hablamos aquí de inteligencia colectiva, y de la riqueza –de información, de propuestas, de soluciones- que sólo puede derivarse del trabajo realmente en equipo.

En su maravilloso libro Mundo extenso (Fondo de Cultura Económica) Fernando Peironé anota lo siguiente: “El saber bárbaro es un saber vivo, lábil, mutable, con valor circunstancial. Lo que hoy me ayuda, lo utilizo y lo comparto; mañana, cuando ya no sirva, se desechará y se compartirán otras cosas, lo cual está demostrando un espíritu colaborativo pocas veces visto”. 

Y es que la colaboración es, justamente, lo que respira la red, su condición de posibilidad. Todos para uno y uno para todos, pero en versión 2.0 y abriéndose de lleno al cambio, a lo imprevisto, a todo lo que pueda llegar a ser. “Necesitamos nuevas palabras para representar la nueva realidad. La redarquía es la estructura organizativa natural para la innovación en redes colaborativas, abiertas y transparentes, basadas en la confianza y el valor añadido de las personas; organizaciones que nos permitan dar una respuesta colectiva –la única posible– a los nuevos retos a que nos enfrentamos”, anota en su blog el experto español José Cabrera, autor también del libro llamado Redarquía: Las nuevas estructuras organizativas en la Era de la Colaboración.

Pero, valga la aclaración, no se trata de realidades distantes o de prácticas “primer mundistas”, sino más bien de algo que ha llegado para quedarse porque es la misma tecnología la que no impide volver atrás. ¿Quién podría hoy soportar otra autoridad que no fuera la que se desprende del conocimiento y de la experiencia cuando hoy todo se ha vuelto una red de intercambio de saberes? Más aún, ¿quién sería capaz de negar hoy que “diez cabezas piensan más que una” cuando de hecho puede estar realmente pensando con otros nueve, en cualquier otro lugar del mundo?

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Sin embargo, tal vez a veces cierto cyber utopismo nos lleva a creer ciegamente en las ventajas de este nuevo estado de cosas. Y, como bien precisa Alejandro Tortolini, especialista en mundos virtuales y miembro del Laboratorio de Tecnologías del Aprendizaje de la Universidad de San Andrés, “no hay que dejar de lado algo fundamental: nada reemplaza el cara a cara, el conocer al otro en su plena realidad

¿Más claro?  “Se han anunciado revoluciones gracias a Twitter, pero la realidad es que por más que apoyemos desde la distancia, el que protagoniza es el que le pone el pecho a las balas, literalmente. Cuando se dieron las revoluciones en Egipto y otros países de la zona, se habló de la revolución tuiteada. Pero poco después se comprobó algo que algunos sospechábamos: la mayoría de esos tuits venían de exiliados en EEUU” 

Creo  pues que las redes potencian lo que se puede hacer; pero si no hay una decisión de dedicarle tiempo a la organización social -quitándoselo a la familia, al trabajo, etc) no se logrará una ligazón social duradera. Por eso me parece que el Partido de la Red y similares son iniciativas interesantes, pero nada más. Por lo menos por ahora”. 

Con todo, y más allá de lo que suceda en materia política, en donde sí comienza a evidenciarse el poder de la redarquía es sobre todo en lo que se refiere a ciencia , así como también en cualquier otra práctica que implique razonamiento y creatividad. Por eso hoy, de hecho, “el” verbo de estos días es “colaborar”. ¿Para qué? Para todo. Para inventar, para conseguir descuentos (y ahí están los modelos tipo Grupon para probarlo), para viajar (en grupos, claro) y hasta para conseguir cosas en formato “trueque”. Todo eso hace al llamado “consumo colaborativo”, que por cierto tiene mucho más de lo primero que de lo segundo.

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Esto es la redarquía: el lema de los mosqueteros (“Todos para uno, uno para todos”) llevado a su última y más tecnológica expresión. ¿Con qué resultados? Todavía está por verse, pero algo sí es seguro: se trata de la clase de revolución que no tiene vuelta atrás. La red ya es consciente de su propio poder, y no perderá la oportunidad de demostrarlo tantas veces como pueda.

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