Ángeles Rawson: quiénes fueron condenados antes de conocer la sentencia

Por: #BorderPeriodismo

En pocos minutos, Sergio Opatowski se convirtió en el asesino perfecto para la prensa. La pareja de Jimena Aduriz, la mamá de Ángeles, era todo lo que el portero Jorge Mangeri no era: verborrágico y gesticular, amable y extrovertido. Además, era “el padrastro”, condición que, de por sí, lo tornaba sospechoso.

Por Cecilia Di Lodovico (@cdilodovico)

Cuando apareció el cuerpo, las suspicacias fueron más allá y apuntaron a la madre de la víctima. Aduriz cometió el error de no desear la muerte del asesino, una actitud que la expuso mediáticamente. Afectada por el desenlace de su hija, pronunció una frase que fue analizada por peritos y psicólogos en televisión: «No estoy enojada creo que es tremendo pero, bueno, ningún ser humano es menos importante que el peor acto que haya realizado. No es impotencia lo que siento. Les diría que con su acto hicieron algo terrible que tienen que hacerse responsable de sus actos, que no lo hagan más. Estas cosas pasan como pasan las guerras, las torres gemelas. Los medios tienen que decir esto. Que la sociedad empiece a tolerar más, volvamos a los valores, estemos presentes, pongamos límites a nuestros hijos con firmeza pero desde el amor». Esa fue la última vez que habló con la prensa.

Los hermanos de la nena asesinada y su papá, Franklin Rawson, también fueron centro de especulaciones. Los primeros, por vivir en el mismo lugar que la víctima, el segundo, por su actividad comercial y su preferencia política. Incluso, se llegó a dudar de Dominga Torres, la empleada doméstica de la familia y testigo clave de la causa.

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Con el correr del tiempo, en el expediente la situación del portero se hacía más complicada pero, en los medios, Mangeri contaba con la férrea defensa de sus abogados y de su familia, reforzada por especulaciones periodísticas y largas horas de información vacía.

Pese a la ausencia de argumentos, las hipótesis televisivas tuvieron impacto en la causa. Una de las fojas del expediente lleva la rubrica de Cristina Caamaño, en ese momento funcionario del Ministerio de Seguridad de la Nación. La fiscal dio entidad a un hombre que dijo ver en el camino a la parada de un colectivo, al padrastro de la joven asesinada “empujando un carro de basura”. El testigo no pudo comprobar su declaración ante la fiscal Asaro.

Más tarde, el abogado querellante, Pablo Lanusse, presentó un audio en el que una mujer, presunta vecina de la familia de Ángeles, relataba una fuerte discusión entre Aduriz y Opatowski, en el edificio donde vivían, el mismo día de la desaparición. Esa versión también fue descartada.

Pese a la batería de pruebas contra el portero, las sospechas y dudas sobre la familia de la víctima continuaron intactas en los medios hasta el día juicio.

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Cuando delinearon la estrategia defensiva, los abogados del portero Jorge Mageri – la dupla Miguel Ángel Pierri y Marcelo Biondi, primero y Adrián Tenca, después- pensaron en el caso de O.J. Simpson. El ex jugador de fútbol americano, acusado por el doble homicidio de su mujer, Nicole Brown, y de su amigo, Ronald Goldman, fue hallado “no culpable” en el juicio. La defensa de Simpson se basó en la presunta manipulación e irregularidades de la investigación. Especialmente, sus abogados atacaron la principal prueba que lo incriminaba: el ADN. Sostuvieron, que el registro genético había sido contaminado.

En el caso argentino, el trabajo del genetista Gabriel Boselli no alcanzó para impedir la condena. Su misión era derrumbar la principal prueba contra el portero de Ravignani 2360 y así lograr la nulidad de la causa: el rastro genético de Mangeri hallado debajo de las uñas de Ángeles, un elemento que, por sí solo, podría haber terminado con el mismo resultado.

Pero los peritos pudieron demostrar que Ángeles rasguñó a la persona que la agredió justo antes de morir, es decir, al asesino. Lo hizo con tal intensidad que el ADN de su atacante perduró aún después de haber sido arrojada a la basura y haber traspasado todo el mecanismo de reciclaje de una planta de separación y clasificación de residuos de la Ceamse de José León Suárez.

Esa no fue la única prueba contra Mangeri. En el debate, la querella sostuvo que también había ADN del portero en las sogas, hilos y cordones que se utilizaron para atar el cuerpo; se analizaron las 33 lastimaduras que presentaba el cuerpo del acusado al revisado por los médicos tras su detención, se detuvieron en su repentino cambio de rutina el mismo día en que desapareció la víctima, detallaron las reiteradas contradicciones en cada una de sus declaraciones; se presentaron testigos que hablaron de acoso y se destacó la declaración de un agente del Servicio Penitenciario que contó que Mangeri, al llegar a prisión, justificó la muerte de Ángeles diciendo que había sido “un accidente”.

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Fue el propio acusado quien, mareado por sus propias contradicciones, guió la investigación al reconocer el homicidio, en plena declaración testimonial. “Soy el responsable de lo de Ravigani 2360, fui yo”, le dijo a la fiscal de instrucción, María Paula Asaro la madrugada del 15 de junio de 2013, cinco días después de la desaparición de la menor.

Finalmente, Mangeri fue condenado a prisión perpetua. El portero escuchó la pena inmutable mientras la mamá de Ángeles lloraba a sus espaldas. Ya había dado muestras de esa capacidad para anular toda emotividad al pasearse por la escena del crimen frente a las cámaras de televisión al día siguiente al hallazgo de la adolescente.

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