#Cine – Meryl Streep se viste de rocker: Ricki and The Flash

Por: Pablo Strozza

Meryl Streep se pone a las órdenes del director Jonathan Demme y nos regala otra actuación inolvidable en la piel de una… ¡Rockera!

Ricki Rendazzo es una cajera de supermercado de día y la líder de una banda de covers que toca en un pub de Tarzana, un distrito del Valle de San Fernando, en la parte menos glamorosa de Los Angeles, de noche. Su anhelo de consagración en la soleada California falló, y en el camino abandonó a su esposo y a sus tres hijos. Y cuando recibe una llamada desde Indianápolis debido a la separación de su hija, es cuando la realidad la golpea de frente: su millonario ex vive en una mansión junto a su actual pareja, y sus hijos no la quieren.

A los 66 años, Meryl Streep lo hizo de nuevo. De la mano de Jonathan Demme (director de El silencio de los inocentes y Filadelfia), la actriz logra, en Ricki and The Flash, ponerse en el papel de una rockera veterana, una especie de Stevie Nicks (Fleetwood Mac) sin sus excesos químicos ni su abultada cuenta bancaria, y rinde el examen de actuación, una vez más, como siempre, con calificación sobresaliente. Una de las claves es que la propia Streep es quien canta más que bien todas las canciones (recordar su participación en Mamma Mia, el filme de 2008 en donde entonaba los imbatibles temas pop de ABBA) con una banda liderada por Rick Springfield (a quien algunos recordarán por el hit ochentoso “Jessie’s Girl”). Y así se suceden clásicos tanto de Tom Petty, la Electric Light Orchestra, U2 y Bruce Springsteen como de Pink y Lady Gaga, entre otros, resueltos con solvencia y aplomo por el grupo, y filmados de forma impecable por Demme, quien estuvo tras la cámara de sendos rockumentales sobre Talking Heads, Neil Young y Robyn Hitchcock.

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Pero la clave de Ricki and The Flash son sus ambiciones mínimas como película. Estamos ante un filme “pequeño” tanto para los estándares de presupuesto de Hollywood como para un director ganador del Oscar como Demme. Los conflictos que se plantean son los universales: los errores y aciertos en el momento de tomar decisiones trascendentales, la aceptación de los otros tal cual son, los contrastes entre distintos estilos de vida y, fundamentalmente, el amor de los padres para con sus hijos y viceversa. Y las resoluciones se dan sin golpes bajos, de manera dura, como ocurre en nuestro día a día. Estamos ante un drama disfrazado de comedia, y Demme sabe como surfear con precisión en ese delicado equilibrio, y salir airoso de la parada.

Más allá de los mencionados Streep y Springfield, Kevin Kline, en el papel de ex de Streep, hace lo suyo con oficio y sin sobresalir. Pero quien se luce es Mamie Gummer, hija de Streep tanto en la película como en la vida real. Su economía gestual merece ser imitada por tantas actrices argentinas que hacen de la declamación y la hipérbole un estilo, y en ciertos diálogos se puede imaginar lo mucho que ambas se deben haber divertido en el rodaje de Ricki and The Flash, una película que, cuando aparezca en el zapping de la TV en una lluviosa tarde de sábado, en un futuro cercano, no dudaremos un segundo en sintonizar. Y este último comentario, muchas veces, no es despectivo sino más que elogioso.

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