SensiWeblería: ¿Por qué las tragedias se potencian en la Red?

Por: Quena Strauss

Ciertas imágenes tienen el poder de resumir todo un drama y cuando llegan a la Red, su poder de  emocionar “explota”. ¿Por qué? Parte de las razones, en esta nota.

Sucedió con la chiquita aquella que corría desnuda escapando de un bombardeo en su aldea, Trang Bang,  y que se convirtió en el símbolo de la guerra de Vietnam. Tanto que nadie recuerda hoy a Phan Thi Kim Phuc pero sí a La niña del Napalm, como se la rebautizó después de que su imagen llegara a los diarios.

Lo mismo con una sobreviviente del ataque a las Torres Gemelas: pocos saben quién es Marcy Borders, pero todos recordamos a La dama del polvo, como se rebautizó  a esta joven de 28 años luego de que una foto suya que la mostraba convertida en un espectro  a minutos del ataque, diera la vuelta al mundo.

Ciertas imágenes tienen ese extraño don: resumen, en un instante, una tragedia completa. Y, a menudo, se vuelven también el medio más eficaz para llamar la atención sobre un hecho que, antes de esa foto, parecía no estar en ningún lado. Según explica la doctora Mónica Cruppi,  psicoanalista, esto se debe en parte a que vivimos en “una cultura donde la imagen es omnipresente. Es, por definición, más arcaica que la palabra. La precede y conecta directamente con la emocionalidad”, razona la especialista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Este año, la imagen de un bebé empujado por la marea hacia una playa europea  volvió a convertirse en símbolo. Esta vez fue Aylan Kurdi (un bebé sirio de tres años, muerto escapando de la guerra en su país ) el que se volvió un vocero involuntario de una tragedia –la de los migrantes forzados por la guerra- que pese a afectar a millones de personas recién parece haber sido “vista” cuando el mar trajo a ese nene redondo y lo dejó ahí, Muerto en la orilla.

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“En este caso, se juntaron varias razones para que esa imagen nos conmoviera a todos”, explica a su turno la psicoanalista Beatriz Goldberg. “En parte fue su carga enorme de desolación, pero también el hecho de que el protagonista fuera un niño al que cada quien invistió con las características de un bebé “conocido”: un hijo, un nieto, un sobrino. No había en él rasgos reconocibles o particulares. Se trataba de un bebé que podía ser el de cualquiera de nosotros, y por eso su impacto en las redes fue increíble”.

“A todo esto hay que sumarle otro dato, que es el hecho de que la contemplación de esa imagen fue comentada y compartida en línea por millones de personas a la vez, y en todos los rincones del mundo. Eso creó una corriente de sensibilidad potenciada por el dolor que también experimentaban los demás. Así, uno se conmovía mirando pero también leyendo lo que decían los demás de eso que todos mirábamos”,  agrega Goldberg.

Hubo, desde ya, muchos otros (niños y adultos) muertos antes y después, por las mismas razones.  Pero para todos esos no sólo no hubo retrato, sino tampoco identidad. Porque fue justamente a partir de esa foto desoladora que el niño ahogado se llamó Aylan, y no antes. La foto, de alguna manera, le devolvió lo que había perdido momentáneamente al fundirse en la marea de los desesperados: la identidad. A partir de eso tuvo un nombre, una historia, un pasado. Y los emigrantes, los “ilegales” como a menudo se los llama en Europa, se convirtieron en “refugiados”. Algo en la mirada del mundo cambió radicalmente a partir de aquella foto.

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¿Sirve entonces la sensiweblería, como bien podríamos llamar a la sensibilidad multitudinaria de la red, para modificar algunas cuestiones en el mundo real? En el caso de la oleada inmigratoria a Europa, por ejemplo, así fue.  La imagen de Aylan contribuyó a dejar de ver a los recién llegados como invasores, y comenzar a verlos como lo que son: víctimas. No fue sino hasta la publicación de su foto, de hecho, que muchos países europeos comenzaron a flexibilizar sus políticas inmigratorias.

Pero, ¿qué sucede cuando la imagen de alguna manera se vuelve autónoma y se replica hasta el hartazgo, hasta vaciarse por completo de la carga emocional que alguna vez tuvo? Daylan (colocado en una cuna por un ilustrador, convertido en ángel con alas por otro) terminó, con el correr de los días, convertido en algo doblemente perturbador: una imagen más.

Como la niña del Napalm, la frecuentación  de ciertas imágenes parece hacernos más  indiferentes a ellas. Más insensibles. ¿No será ese entonces también un riesgo? A la larga, ¿la difusión de este tipo de imágenes no termina siendo contraproducente porque nos ayuda a convivir con lo que debería resultarnos  lisa y llanamente inaceptable? Al respecto, Cruppi señala destaca que la fuerte carga emocional de estos retratos tiene siempre un rasgo positivo: el poder de conmovernos y movernos a “hacer algo”.

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De allí también otro corolario del fenómeno de la Sensibwlería: tendemos a identificarnos, empatizar y hasta a actuar más rápidamente cuando las víctimas están lejos. Así, un niño sirio muerto en una playa parece tocarnos mucho más de cerca que un nene explotado en un taller de costura en nuestra propia ciudad. ¿Cómo se entiende eso?

Según la psicoanalista Beatriz Goldberg, “es justamente la distancia la que nos permite empatizar. Cuando uno está lejos, puede conmoverse sin tener por eso que actuar. Yo puedo conmoverme por el bebé sirio pero desde aquí nada puedo hacer. Los chicos que sufren más cerca de uno nos interpelan a actuar, y por eso el nivel de identificación es otro”, explica.

Y ése tal vez sea el verdadero “riesgo” de esta clase de imágenes que quedan para siempre en la memoria de todos: que, en vez de movernos  a la acción, nos instalen para siempre en la quietud de quien observa. En el mero lugar de “mirones”. Y, para peor, convencidos de que simple hecho de haber visto ha servido realmente para algo.

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