Podemos ganarle a la obsolescencia programada y reparar los dispositivos que parece que ya no sirven?

Por: Fernanda Sández @siwisi

La basura electrónica llegó a sumar 50 millones de toneladas en 2012. Los dispositivos se mueren cada vez más pronto y perdemos recuerdos que ya no podemos recuperar. ¿O sí?

Enormes, hermosas, incómodas como un elefante en un bazar. Pero sus dueños las aman de un modo casi irracional. Tanto que hasta les sacan fotos y las suben a la red. En Argentina tienen incluso un grupo de Facebook que no hace más que hablar maravillas de ellas, sus viejas heladeras Siam. Esas que en algunos casos compraron padres anche abuelos y aún perduran, enfriando como las mejores.

Y ni qué decir de una enorme lamparita eléctrica, ubicada en la estación de bomberos N 6 de Livermore, California: acaba de cumplir nada menos que 115 años y todavía sigue brillando. Cuando cumplió su primer siglo, los vecinos le hicieron una torta y le cantaron el cumpleaños feliz, como muestra el premiado documental Comprar, tirar, comprar: La historia secreta de la obsolescencia programada,  de la directora Cósima Dannoritzer.

Claro que la durabilidad no es la norma, sino la excepción a la caducidad planificada u obsolescencia programada.  Una manera elegante de decir que las empresas fabrican sus productos para que “mueran” en un lapso que sólo ellas conocen.  ¿Para qué? Para asegurarse una nueva compra. Esta fue una idea surgida al calor de la crisis de 1929.

Ergo, eso de que antes las cosas se fabricaban para durar no es una frase de abuela, sino la verdad. Hacer productos eternos fue, en momentos de  sacudón y desempleo, una verdadera pesadilla para los empresarios que veían en lo durable una amenaza para sus negocios y una potencial bomba para el bienestar de todos. Se aliaron pues para reducir la duración de los foquitos de luz a la mitad, primero, y para volver todo más frágil, después.  

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 Había pues que comprar mucho, tirar todo lo que se pudiera y volver a comprar, para que la denominada “rueda del consumo” nunca dejara de girar. En problema es que, con el correr de los años, hasta los consumidores terminaron dándose cuenta de que la tal rueda gira locamente hacia el precipicio. Imparable, y con nosotros adentro.

Algunos datos a tener en cuenta: la e-waste o basura electrónica (eso en lo que se convierten celulares, impresoras, computadoras  y demás enseres eléctricos al cabo de algunos años) llegó en  2012 a sumar 50 millones de toneladas alrededor del mundo. Esta cifra, para finales de 2017, se habrá incrementado 33%.

Sucede que mediante una aceitada maquinaria publicitaria, el sistema se encarga de recordarnos permanentemente la necesidad de actualizar nuestro bosque de cosas. El mandato es “renovar” desde nuestros jeans hasta nuestro peinado. Como ya señalara Zygmundt Bauman hace años en su maravilloso Vida líquida, cambio y descarte son parte de la misma ecuación.

¿Quién pierde, quién se queda atrás en la sociedad moderna líquida? El que no acierta a mutar a tiempo, el que no renueva todo, todo el tiempo y tan rápido como se pueda . Así, la sociedad líquida es también una destinada a generar desechos como quien respira. No porque esas cosas hayan dejado de servirnos, sino más bien por nuestro inconfesable horror a la permanencia. En los días que corren, quedarse es morir.

La avalancha de “nuevos productos” se encarga, al mismo tiempo, de sacar de circulación a los precedentes. Sin explicaciones y sin culpas, de un día a otro vemos cómo lo que alguna vez fue nuestro fetiche vanguardista se convierte en una auténtica catramina. ¿Por qué? Porque la industria así lo ha decretado, desde luego que sin consultarnos.

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Te habrá pasado: ese celular lleno de botones que hace un año te encantaba se convirtió en una bazofia y hasta puede que muchos otros dispositivos de tu pasado sean ya historia. Hoy, hablar de vinilos, de casettes y  de video casettes es casi viajar al Jurásico, y no convertir lo que tengamos guardado en esos soportes al medio adecuado puede de hecho hacernos perder enormes trozos de recuerdos. Dentro de poco, ya nos avisan, los discos compactos también serán historia. Y, de nuevo, uno se ve forzado a subirse al discurso de la innovación como quien barrena una ola en la costa.

Frente a esto, sin embargo, no son pocos los que se resisten a seguir jugando el juego de comprar por comprar. Algunos lo hacen por motivos ecológicos, otros por deseo de ahorrar, otros para ser coherentes con su credo anti sistema y también están los que  simplemente se niegan a ser arreados por la moda hacia la próxima novedad.

Algunos otros, como la activista holandesa Martine Postma, apuestan a la creatividad colectiva para romper con el círculo vicioso de comprar, tirar y volver  a comprar. Por eso en 2009 creó el Repair Café, en Amsterdam. Hoy existen 1000 de ellos alrededor del mundo (los hay en Europa, América, Asia y Australia) y su movida se ha vuelto una iniciativa global.

 ¿De qué se trata el Repair Café? De un lugar amable para reunirse y abrirse al intercambio de soluciones y saberes entre quienes tienen algún objeto “muerto” y quienes puedan volver a hacerlo funcionar. La idea es que unos y otros se junten y logren resucitar al objeto que fuere, no importa si un teléfono, un mueble, ropa o un lavavajillas. Todos están invitados a aprender, enseñar y reparar.

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En Francia y en España hoy florecen tanto las casas de reparación como los tutoriales del tipo “Repárelo usted mismo”, al tiempo que incluso grandes compañías como la corporación de muebles Ikea defienden en voz alta las ventajas de la reparación por sobre la compra. Steve Howard, directivo de la empresa, reveló hace algunos meses que hoy las prioridades de los compradores son otras, y que el cuidado activo del medio ambiente está entre ellas.

En Inglaterra también hay ya señales de esta furia recicladora que le da a las cosas una segunda oportunidad. Por caso, según datos de la cámara de artesanías, casi medio millón de nuevos costureros se sumaron al mercado en 2014 y muchos de ellos no sólo se dedican a hacer ropa de cero sino también a reparar prendas antiguas.

Pero no todos hablan de la crisis para explicar el cambio de hábitos. Para muchos, de hecho, se trata de otra cosa. De un creciente cambio de percepción y de conciencia acerca de lo que realmente un acto de compra. Y de entender que – en un planeta de recursos finitos- no se puede consumir infinitamente sin que todos terminemos pagando el precio. El presente fenómeno de la resurrección de los objetos tiene que ver sobre todo con eso. Con un nuevo estado de alerta frente a lo que hacemos con el mundo, ahora que todavía estamos a tiempo de detener la rueda antes de que se estrelle.

 

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