Historia de vida: «La maternidad es mucho más que la genética»

Por: Luciana Mantero

Estela Chardón es mamá de dos hijas nacidas por ovodonación y co-fundadora de la ONG Concebir. Su historia es la de la lucha por los Derechos de las personas con infertilidad en la Argentina.

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– Podría hablar con la señora Estela Chardón por favor.

– Si soy yo.

– Buenas tardes. La estoy llamando de Swiss Medical por un pedido de autorización para la reserva de cama en la Maternidad Suizo Argentina, por la internación correspondiente a su parto.

– Sí, yo hice el pedido hace unos días. Estoy cursando el último mes de embarazo.

– Mire, estuvimos analizando su solicitud y vemos que usted pidió hace alrededor de ocho meses medicación que tiene relación con la fertilidad. Y que usted se atiende con el doctor Gabriel Fiszbajn, que trabaja el tema reproducción. Usted sabe que en el contrato dice que no le cubrimos el parto si es fertilización asistida…

Corría mediados de los años ´90 cuando Estela Chardon recibió aquel llamado y su cara se transfiguró. Empezaba a relajarse, a conectarse con el parto que entonces se le venía encima y se encontraba con otro martes 13. La panza estaba dura, ella tensa. No era que la agarraran totalmente desprevenida. Desde que con su marido habían empezado a buscar un hijo y se habían encontrado con la frustración de que sus óvulos no tenían la calidad suficiente, habían venido lidiando con la empresa de medicina prepaga para que les cubrieran todos los análisis necesarios. Y eso que entonces con su puesto de gerente de Comercio Exterior en Shell los aportes mensuales eran generosos.

Estudios con nombres cambiados con la complicidad de los médicos, generalismos para justificar cuestiones puntuales relacionadas a la infertilidad, diagnósticos con disfraz de cenicienta, mentiras de guante blanco, trámites y más trabas burocráticas era la rutina habitual de los que pasaban por una situación similar en su trato con todas las obras sociales y prepagas del país por aquella época.

Estela había quedado embarazada con la donación de un óvulo y un ICSI (inyección del espermatozoide en el citoplasma del óvulo para facilitar la fecundación) en un centro de fertilidad.  Cursaba la semana 36 de embarazo  Sus pechos ya goteaban calostro. Iara, su primer hija, parecía inminente. Ese bebé por el que tanto había peleado estaba por llegar. Sintió la contracción y se le cruzó por la cabeza que aquella llamada podía desencadenar el parto. Respiró hondo, apretó el tubo, intentó relajarse y dijo:

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– No me interesa qué es lo que dice o qué es lo que no dice el contrato. Si usted tiene algún problema me lo manda por escrito y yo veré con mis abogados qué le contesto.

No volvieron a llamarla.

***

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A la ingeniera Estela Chardón el tránsito por la infertilidad le cambió la forma de ver las cosas, de desear y de vivir la maternidad. Aún más, le trastocó todo su plan de vida.

Hoy es militante por los derechos de las parejas infértiles y de los niños nacidos gracias a las nuevas técnicas. Pero antes de que naciera Iara, Estela amaba su trabajo en Shell, disfrutaba de lo que hacía y la tentaban para hacer carrera internacional.

“Dejaba la vida. Llegaba y prendía las luces de la oficina, me iba y las apagaba. Era una loca del laburo, pero la pasaba bien, me encantaba”, recuerda.

Estudiaba inglés, italiano, hacía gimnasia, tenía sus plantas y una casa exquisita con un jardín exuberante. Con su pareja eran habitués de programas culturales: cine, teatro, lectura… su vida estaba llena de “cosas hermosas”. Y aún así cuando empezó a buscar su primer hijo a los 33, cada mes, cada menstruación, la teñían de tristeza: “Era cruzarnos en el medio del comedor con mi marido y darnos un abrazo fuerte, así, en silencio, callados, sin decir nada, porque cada uno sabía. La pregunta era, qué se me viene si esto sigue. El miedo a lo desconocido. Qué pasa si esto sigue sin funcionar”.

El tiempo bien manejado por su médico y por ella misma, le jugó a favor. En relación a las historias que ahora escucha la pasó “re bien” y se ahorró la angustia-chicle que a veces es parte de un proceso saludable y otras termina transformándose en una autocompasión permanente por lo que no será, que hunde a las personas, a las parejas. A los seis meses su ginecólogo la derivó a un centro de fertilidad y después de algunos intentos de inseminación y dos de alta complejidad se enteró de que el problema eran sus óvulos. Inmediatamente le hablaron de ovodonación y sin demasiados conflictos optó por ese camino.  Tuvo suerte y quedó embarazada al primer intento –con su segunda hija, a quien también tuvo con un óvulo donado, le costaría cuatro más-.

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“´Estoy feliz de que esto sea una solución´, pensé. Recién años después me di cuenta de que había personas que sufrían mucho. Parece gracioso pero ¿Sabés qué fue lo que me importó? Yo estaba preocupada por mis padres. Y un día les dije: ´Ustedes saben que estamos tratando de gestar hijo y no podemos. Si no lo logramos y adoptamos un chiquito o hacemos una ovodonación ¿Uds lo van a querer igual que a sus otros nietos?´. ´¡Cómo se te ocurre! ¡Por supuesto, nada más feliz!´. Me lo dejaron tan claro que me conmovió. De alguna manera, sin saberlo, me habían transmitido siempre que ser padre es otra cosa que la genética”.

Y a pesar de haberle costado tan poco emocionalmente, cuando nació Iara Estela volvió a barajar sus prioridades y decidió empezar un nuevo camino. No concibió volver a trabajar en Shell y ver a su hija algunas pocas horas por día. Entonces, con el acuerdo de su marido y la posibilidad económica de hacerlo, renunció a la empresa, se inscribió en la carrera de Psicología de la UBA y decidió dedicarse a contener y ayudar a personas que pasaban o habían pasado por la experiencia de la infertilidad.

“Yo sabía que estaba esa luz al final del túnel, pero veía a la gente en la oscuridad. Para mí era un desafío y una alegría poder ayudarlos”, dice.

A los pocos meses, cuando ya tenía preparado el logo –dibujado por el mismísimo REP- vio un aviso en el diario Página 12 sobre una asociación muy similar que se estaba formando. Se contactó con Isabel Rolando, presidenta de la ONG Concebir , y desde entonces –julio de 1996- ambas recorren del brazo el mismo camino: Defensa del Consumidor -donde denunciaron que obras sociales y prepagas discriminaban a sus hijos por haber sido gestados gracias a las técnicas de reproducción asistida-, empresas y otras prestadoras, la Justicia, los medios, el Ministerio de Salud, el Congreso.

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Cuando en 2006 las parejas empezaron a presentar amparos de manera más masiva pidiendo la cobertura de los tratamientos, que habían aumentado con la devaluación de 2002, el tema explotó. En diciembre de 2007 Marisa Liguori y Marcelo  Ayuso consiguieron el primer fallo a favor y sentaron precedente. Pero la cuestión se tornó discrecional, dependiendo del juzgado en que caía y de qué tipo de tratamiento se tratara.

De a poco empezaron a emitirse leyes y decretos provinciales hasta que en 2010 la provincia de Buenos Aires se puso en sintonía con una Ley bonaerense y esto fue decisivo. El gobernador Daniel Scioli y a su esposa Karina Rabolini llevaban para entonces varios años de tratamientos médicos en la búsqueda de un hijo, sin suerte.

Tres años después vendría la Ley nacional.

***

Hace un tiempo Estela Chardón escribió para otras sobre el espíritu y la decisión de tener un hijo con una gameta donada: “(…)No va a tener la forma de tus ojos, ni la de tu boca, no va a “tener tu sangre”, sentenciaron, pero …. ¿Es mía la sangre de mi hijo? No va a tener la altura de mi padre, ni su piel dorada, ¿La hubiera tenido si el óvulo era mío? ¿Sería diabética como mi abuela? ¿Podrá tener problemas de tiroides como yo?¿Es mejor, es peor o tal vez es más o menos igual? (…) Recibí esos óvulos como quién espera un trasplante o una transfusión de sangre. Los recibí para abrirle una puerta a la vida. Los recibí para darle motivos a esa boca de reir y para secar sus lágrimas. Para acariciar y cuidar ese cuerpo que no tiene mis genes, ni es mío, porque un hijo no es propiedad, sino individuo”. Es su forma de gritar a los cuatro vientos que la maternidad es mucho más que la genética.

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