La primera huelga general contra el Gobierno de Macri parece irremediable. Sin embargo, entre los sindicalistas están los duros, que quieren definir la fecha lo antes posible, y los más dialoguistas, que le abren la puerta a una negociación. Divisiones incluso puertas adentro del triunvirato de la CGT. La interna del PJ se cuela en la discusión.

La marcha del 7M sirvió como antesala del primer paro general que la CGT le realizará al gobierno de Mauricio Macri. Sin fecha definida, la medida ya fue anunciada y hoy parece irreversible, aunque todavía reinan las diferencias entre los líderes gremiales. Las señales de conflictividad parecen ir en constante aumento, porque nadie quiere quedar como el más blando, por eso los cegetistas se dividen entre los duros y los no tanto.

Ante una convocatoria a una marcha masiva, esa grieta se vio en los discursos de cierre de la marcha. Mientras los dirigentes atinaron a anunciar un paro para «fines de marzo o abril», los cánticos de las primeras líneas exigían una fecha concreta. El furcio de Héctor Daer, quien corrigió su frase que prometía una medida de fuerza «antes de fin de año» por «fin de mes», le dio color y calor a la combustión gremial. Tanto Daer como Pablo Moyano debieron sortear incidentes, insultos y cuestionamientos al bajar del palco, mientras volaban paraguas y acusaciones a sectores de la izquierda o vinculados al kirchnerismo.
El reclamo central está puesto en los puestos de trabajo que se fueron perdiendo entre 2016 y principios de 2017. Las noticias de plantas que cierran o suspenden a sus trabajadores se repiten cotidianamente. Sin embargo, los números oficiales que difunde el Gobierno muestran que desde el segundo semestre del año pasado se recuperaron más puestos de los que se perdieron. En enero, por ejemplo, hablan de 20.000 empleos nuevos en el balance.

¿Dónde está la diferencia entonces? Que los sectores de la economía que hoy son más dinámicos están vinculados al campo y las exportaciones. En cambio, sectores industriales, como el textil (y en especial del calzado), están entre los más perjudicados. El Gobierno puede estar en lo cierto cuando dicen que se están creando más puestos. Pero también los cegetistas cuando alertan por trabajos destruidos.
También la inflación permite la doble interpretación. El Gobierno difunde qué hay un retroceso paulatino de los índices de subas de precios e insiste con que la estimación de un 17% para 2017 todavía es posible de cumplirse. La CGT, sin embargo, pone la mira en un escenario en el que las subas de tarifas siguen ejerciendo una presión sobre la inflación, que en febrero habría terminado por encima del 2%.
Es el enfrentamiento entre números que permiten ser optimistas contra una realidad que todavía no permite bajar los brazos. Esa disyuntiva también pesa hacia adentro de la CGT, donde están los sectores más duros que quieren ir al paro lo antes posible que conviven con otros que prefieren ir paso a paso y ver los movimientos del Gobierno. Incluso puertas adentro del triunvirato que conduce la Confederación General del Trabajo hay diferencias.

Para entender el siempre tan complejo mundo sindical, #BORDER armó un manual sobre cómo juegan los diferentes caciques gremiales. Un trabajo que no es sencillo, ya que las internas políticas en muchos casos obliga a tomar posturas para no perder posiciones.

Los más duros

En los últimos días, uno de los que más duro se mostró con el Gobierno es Carlos Acuña, uno de los miembros del triunvirato y secretario general del gremio de los estacioneros. Lo complejo en este caso es que Acuña responde directamente a Luis Barrionuevo, histórico líder de los gastronómicos, quien es uno de los que mejores puentes tiene con el macrismo. De hecho, el viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor, es un hombre que supo tejer muy buenos vínculos con Barrionuevo.
El otro de los triunviros que quiere jugar fuerte es Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento. Titular de la poderosa CATT (que agrupa a gremios del transporte), suele ser de los tres el que tiene las posturas más combativas contra las medidas del Gobierno.

Fuera de ellos, la interna del PJ también mete la cuña y muestra que hay sectores necesitados de ganar el lugar de “duros”. El titular del PJ porteño y líder de los encargados de edificios, Víctor Santa María, y el referente del Movimiento Evita Fernando “Chino” Navarro, son otros dos que quieren que la CGT vaya a un paro lo antes posible. El primero está más cercano al kirchnerismo, el segundo ya se fue alejando, aunque todavía no termina de definir sus apoyos en la interna peronista.
Enfrentado con “el Chino”, Pablo Moyano también se anotó en las últimas semanas dentro del grupo de los duros. A fines de febrero, incluso, amenazó con romper la CGT si seguía favoreciendo a sectores vinculados con el kirchnerismo, entre quienes identifico a Navarro. Después se acordó una tensa paz, pero volvió a desafiar convocando a la CTA a la sede gremial de Azopardo, a pesar de las resistencias del triunvirato. Se dijo que Moyano no subiría al palco, pero finalmente allí estuvo.

El otro que se incorporó a este grupo, luego de cerrar una paritaria por encima de los niveles pretendidos por el oficialismo es Sergio Palazzo, secretario general de La Bancaria. Apenas terminada su negociación (llegó a un 24,5%) quedó posicionado como un modelo a seguir según los más combativos.

En el medio

Como siempre en este tipo de discusiones, hay dirigentes que intentan ocupar el lugar del medio, para quedar como los mediadores entre los sectores enfrentados. El principal exponente hoy de esa posición es Héctor Daer (Sanidad), el tercero de los miembros del triunvirato. Diputado del Frente Renovador de Sergio Massa, Daer parece cultivar la idea de la “ancha avenida del medio” que le gusta aplicar al referente del ese espacio político. Horas antes de la marcha del 7M aseveró que el futuro del paro dependía de que “el Gobierno cambie el rumbo económico”. Dejar una puerta abierta para que el paro no se realice, hoy es una concesión para Cambiemos.
Antonio Caló, por su parte, es otro de los que terminó quedando en el medio. Viene mostrando un acercamiento con el Gobierno, pero el problema que tiene es que puertas adentro de su gremio hay posturas mucho más duras. Por eso, se ve obligado a buscar una postura intermedia.

Los no tan duros

El apellido Moyano, una vez más, queda dividido. Mientras Pablo, como ya se mencionó, está entre los más duros, su padre, Hugo, tiene una postura más contemplativa. Es uno de los pocos que tuvo una audiencia privada con el presidente Macri, a mediados de diciembre, cuando la presión del sindicalismo empezaba a crecer. El líder camionero, a diferencia del perfil que tenía en el tramo final del kirchnerismo en el poder, es partidario de seguir negociando con el Gobierno. Hoy más concentrado en el fútbol, el presidente de Independiente llegó a sorprender la semana pasada cuando criticó el paro convocado por los jugadores de fútbol. Contradicciones típicas de la Argentina.
Otro de los “gordos” que tiene muy buen vínculo con el oficialismo es José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias. Tiene un canal abierto con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, que tiene bajo su órbita todas las obras hídricas, incluyendo cloacas y provisión de agua potable. A él también se suman la UOCRA, conducida por Gerardo Martínez, y los estatales de UPCN, de Andrés Rodríguez.

Un actor clave es Roberto Fernández, de la UTA (Unión Tranviarios Automotor), un gremio fundamental para garantizar el éxito de una huelga general. Venía siendo reticente a ir a un paro de la CGT, pero empezó a aceptar esa posibilidad. Sin embargo, sigue ocupando el grupo de los no tan duros. Antes de la marcha criticó al Gobierno por no escuchar los reclamos, pero le concedió que “hay que esperar 10 días” para fijar una fecha del paro y ver qué hace el Gobierno. Los discursos del acto parece haber demostrado que los tiempos se acortaron. Habrá que ver si las palabras al calor de la marcha se serenan o se encienden con el tiempo.