Devociones populares: A dios rogando (y al Gauchito Gil rezando)

Por: Fernanda Sández @siwisi

Viaje al interior de la religiosidad popular y su particular mezcla de fe, devoción, hechicería y supervivencia. Entre la iglesia, el templo y los altares cerrados (como los de San La Muerte) todo puede pasar. ¿Listos para conocer parte del santoral sospechoso?

 

Son, casi todo ellos, santos prendidos de los caminos. Quizás por eso la periodista Gabriela Saidón, que se ocupó del tema en un libro, los bautizó “santos ruteros”. Es que, si algo son, es eso: devociones al paso, cultos colgados de las rutas. Pequeños oratorios improvisados sobre la banquina y a todo rojo, en honor a Antonio Mamerto Núñez Gil, más conocido como el Gauchito Gil. O bien casitas revestidas en botellas y más botellas de agua en recuerdo de aquella que murió de sed: Deolinda Correa. La milagrosa Difunta Correa para sus seguidores, que hoy se cuentan de a miles no sólo en Argentina sino también en Chile.

Santuario para Gilda.
Santuario para Gilda.

¿De dónde vienen? ¿Quiénes han sido estas mujeres, hombres y niños a los que –de provincia en provincia- se les dedican rezos y se les hacen pedidos? ¿Cuál es el sentido por el que sus creyentes adornan el punto preciso del camino en donde se mató la cantante Gilda (hoy ya ascendida a la extraña categoría de “santa popular”) con cintas, labiales y gomitas para el pelo, mientras que al Gaucho Antonio Gil (el Gauchito Gil, para quienes le rinden culto) se le lleva vino, cerveza, tabaco y demás “cosas de hombre”?

Ofrendas para el Gauchito Gil.
Ofrendas para el Gauchito Gil.

“Los  santos populares, como toda creación mítica, cumplen con la función psíquica de protegernos de todo aquello que el hombre entiende como fuera de su control”, explica al respecto el doctor Gustavo Corra, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), donde investiga acerca de los mitos. “Ante cualquier fenómeno en el que un grupo social pueda sentirse desamparado, recurrirá al pensamiento mágico para que cree y sustente creencias. Después de todo, la mente del hombre funciona en un continuo de amenazas y la manera de afrontarlas es la creencia”.

Libro ColuccioDe un panteón humanizado (casi tan humano como aquel conventillo olímpico que supieron tener griegos y romanos) se trata esto. Y el experto Félix Coluccio lo explica bien en su libro Devociones populares argentinas, al decir que todos estos santos son mucho más próximos a nuestras vidas que los que suele ofrecernos la religión oficial. No hay aquí de hecho santos y santas ejemplares ni modelos super humanos de fe. Hay, sí, mujeres casadas que se enamoran y pagan ese amor con su vida, gauchos ladrones a la Robin Hood (como Gil), niñitos cuyas muertes trágicas generaron un fenómeno de piedad popular que sigue hasta el día de hoy (como en el caso de Pedrito Hallao) o simplemente ídolos populares (como Rodrigo o Gilda).

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Según explica desde Nueva Orleans (en donde estudia y trabaja) el antropólogo Alejandro Frigerio, en estos caminos de las devociones “no convencionales” intervienen varios aspectos. “Hay que entender, primero, que la inmensa mayoría de los que se definen como ‘católicos’ no pautan su relación con los seres espirituales o suprahumanos de acuerdo con los lineamientos de la Iglesia Católica. Muchos no participan del mismo esquema de seres supra humanos propuesto por el catolicismo eclesial; ponen a los seres en órdenes de potencia diferentes, o incorporan otros no contemplados en la propuesta eclesiástica. Por ello los santuarios de devoción masiva en Argentina son principalmente a la Virgen y no a Jesús o existen los dedicados a la Difunta, al Gauchito, etc. Para miles y miles de argentinos es mucho más importante el Gauchito que Jesús, aún si lo consideran a éste más potente, porque el Gauchito seguro que responde mucho más a sus pedidos”

Los denominados “santos populares” fundan pues su atractivo precisamente en eso: en ser una figura milagrosa para tener a mano en las péquelas o grandes necesidades de la vida pero, y sobre todo, para pedir su intervención cuando todos los otros recursos fallan. Para el amor, entonces, está San Antonio, así como para el trabajo está San Cayetano. Pero, ¿a quiénes se les pide otra clase de favores? ¿A quién se apela para pedir fortuna en el juego, para salir de la cárcel, para volverse invulnerable contra las balas policiales o para conquistar el amor de un casado, o tener suerte con un romance clandestino? Es entonces cuando los “santos” de éste “santoral sospechoso” (como lo bautizó alguna vez el escritor e investigador de devociones populares Félix Coluccio) entran en acción.

Santa Liberata
Santa Liberata

“Santa Librada, santa Librada, ayudame en esta disparada”, invocan los presos y demás fugitivos en el momento de intentar una fuga. Y, lógico, como eso es algo que no se le puede pedir a un santo demasiado santo, se lo piden a una santa llamada Santa Liberata o Librada y representada como una mujer crucificada. Del mismo modo, a San La Muerte (un santo absolutamente atípico, representado como un esqueleto vestido con una larga capucha negra) se le pide protección en los delitos. Por eso se lo llama “el santo tumbero”, es una figurita repetida en los ambientes carcelarios y se repite tatuado en brazos, torsos y espaldas de quienes tienen “cuentas con la ley”. Es, también, una figura tan temida como respetada: pertenece a lo que se conoce como “santos cobradores” y pobre de aquel que le haya prometido algo (una visita a su templo en Empedrado, Corrientes, un regalo, unas velas) y no lo cumpla.

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Alguien definió alguna vez al templo mayor de esta extraña devoción como algo parecido a “la capilla de Iron Maiden”. No es casual: en todo templo en su honor las velas y las flores se mezclan con ofrendas de todo tipo a las que los investigadores denominan “exvotos” u ofrendas. ¿Qué puede ser un exvoto? Desde una guitarra eléctrica hasta una foto, una botella de ron o de vino barato, un par de guantes de box, un auto o una casa en miniatura (representando al auto o la propiedad conseguidas por intermedio del “santo”), todo puede convertirse en un presente devocional.

San La Muerte
San La Muerte, el santo de presos y personas con conflictos de ley.

Al respecto, Frigerio precisa que “Para propiciar, establecer, continuar y testimoniar esta relación, los devotos ofrendan. Algunas ofrendas son propiciatorias o de agradecimiento específicas (te doy para que me des, te doy porque me diste), otras sirven de manera más general, también como confirmatorias de esta relación (regularmente te dejo una botella de agua, o cada vez que paso por un altar, porque soy devoto, y esta ofrenda regular confirma nuestra relación y propicia ayudas futuras). Otras son muestras de agradecimiento muy específico o cumplimientos de promesas (“Si nos casamos, te prometo el vestido de novia, si salgo campeón, te prometo dar los guantes”, etc) o ambas cosas a la vez. Cada vez más, también, especialmente entre los devotos/as del Gauchito y de San La Muerte, tatuajes”.

Tatuajes de devoción o agradecimiento
Tatuajes de devoción o agradecimiento

Ahora bien, ¿cómo es posible que en las creencias de miles de personas convivan las devociones oficiales con todos estos cultos soterrados, que durante décadas se mantuvieron escondidos provincia adentro y que recién en los últimos años parecen haberse animado a salir al sol?  Corra explica al respecto que “los santos populares trabajan de manera independiente, su carácter profano está dado por su producción del milagro por fuera del ‘partido’ por así decirlo. En una Iglesia Católica, los santos aparecen siempre como vehículos entre el necesitado y Dios, esto los une. Los santos populares, en cambio, pueden estar agrupados en un panteón al azar ya que operan sus milagros por las suyas y no como un vehículo entre el hombre y un dios”.

¿Cuándo fue que comenzaron a saltar definitivamente a la fama todos estos santos populares? ¿Hubo algún disparador, algo así como un “momento cero” que marcó la salida a la luz de este insólito santoral? Para algunos analistas del fenómeno, definitivamente sí. Fue la crisis de 2001, ese momento oscuro de la historia más reciente que puso a todo el mundo a encomendarse hasta a quien fuese con tal de superar esos días de desempleo y hambre feroz.

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Fue entonces, dicen, cuando a los santos de siempre, las estampitas que “siempre habían estado ahí” (San Cayetano, el Sagrado Corazón, la Virgen de Luján) en algunos casos comenzaron a compartir el espacio con santos más modestos, como el Gauchito Gil, Pancho Sierra, la Madre María y demás devociones excluídas  de las iglesias. Que si el mundo se estaba abriendo bajo nuestros pies, toda la ayuda celestial que pudiera conseguirse era más que bienvenida.

Difunta correa
La Difunta Correa.

Lo mismo sucede en las rutas, y es por eso que allí, al costado de los caminos, la concentración de “altarcitos”, pequeñas casas en honor a la Difunta o los rojos pañuelos en honor al Gaucho Gil son un paisaje que se repite. Después de todo, aclara Corra, los dioses siempre se encuentran en el camino porque el camino es en sí mismo una fuerte representación mítica del pasaje por la vida. En el camino podemos estar solos y lejos; la imagen del peregrino es representativa de los peligros de la vida: el hambre, la sed, la soledad, la añoranza de los seres queridos. Por eso, también, los santos populares encuentran su rincón en la ruta que los hace visibles de la misma manera que las iglesias se elevan para ser vistas de lejos, concluye.

 

 

 

 

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