Tuqui se compadece de la pobre Diké, la diosa de la Justicia

Por: Tuqui

Nuestro intrépido columnista de actualidad con humor, sabemos, es un eterno noctámbulo. Y en las pantallas de la noche encontró la metáfora perfecta del show, el ruido a tribunales y las avivadas con olor a fraude. Y le manda saludos al comodoro Py.

 

La mayoría de ustedes la conocen, aunque -por lo general- con la pilcha que usó después de mudarse a Roma y cambiarse el nombre a Iustitia.

Al ver su imagen, uno se pregunta cómo caminaba sin darse de boca contra los árboles, siendo que una venda le tapaba los ojos. Encima, con una balanza en una mano y una espada en la otra. Un peligro.

Será que caminar a ciegas sin chicotear contra los muros es una de las prerrogativas de los dioses de primera generación. Luego evolucionaron —como un Pokemon— hacia un egocéntrico monoteísmo, poniendo el Universo a su nombre y resucitando a los muertos. Pero ése es otro tema.

En esta zona del mundo el aspecto de Diké ha variado. La espada fue reemplazada por un empleo estatal, la balanza por un librito ajado y descolorido, y la venda la usa como vincha cuando corta una calle para reclamar que alguien, alguna vez, le dé un poco de bola.

tuqui justicia

El librito es un Código Penal,  y al parecer la única que lo lee es ella. Por ejemplo, el artículo 172 de ese código -complementado por el artículo que le sigue- dice:

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Será reprimido con prisión de un mes a seis años, el que defraudare a otro con nombre supuesto, calidad simulada, falsos títulos, influencia mentida, abuso de confianza o aparentando bienes, crédito, comisión, empresa o negociación o valiéndose de cualquier otro ardid o engaño.

Tuqui justicia rotaAhora bien, cualquiera que tenga televisor y trasnoche un poco sabe que a Diké, la pobre Diké, la tienen para el bife. No diremos que toda la TV es una porquería. Sí afirmamos que el triple objetivo del poderoso medio -informar, educar y entretener- se cumple sólo parcial y pobremente.

 

La información es lo que opino yo y no esos otarios del otro canal, es decir, no se dan ya, prácticamente, noticias, sino opiniones sobre hechos que uno termina por no saber si fueron así, o si fueron al revés, o si no fueron.

El rubro entretenimiento está cubierto en demasía. Cada vez más, el público no sólo se divierte con los programas de juegos, sino también con mamotretos injustificables donde se mezclan las habilidades danzantes de adiposos solapados, la vida privada de personas que llegaron a la pantalla tras rebotar en la cama de alguien y una serie de informaciones innecesarias, intrascendentes o decididamente estúpidas sobre gente tan prescindible como la data declamada.

La educación -sin llorar, Tuqui, sin llorar- a todo nivel está casi excluida, salvo honrosísimas excepciones: las entrevistas de Silvina Chediek, Novaresio o Graciela Fernández Meijide, la Libroteca de Eugenia Zicavo, Alterados por Pi -el programa de Adrián Paenza- y los documentales de la TV pública o el canal Encuentro son sólo algunos ejemplos.

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Qué tendrá que ver Diké, se preguntarán a estas alturas.

Es que una cosa es una plaga de intrascendencia e idiotez, y otra es la actividad delictual, o al menos sospechosa.

Si recorren ustedes los canales, después de medianoche, se encontrarán con distintas deformidades, y no hablamos solamente de lo físico.

Brujas, magos, videntes, gente que lee el futuro en la emplomadura de las muelas, tarotistas, abridoras de caminos, parapsicólogos, numerólogas y toda una armada Brancaleone de mentirosos, estafadores e indignos ladrones de la inocencia popular ofrecen sus servicios en canales que otrora gozaron de cierto prestigio.

Tuqui palabrasTambién se puede gastar una fortuna en otra estafa, intentando comunicarse con alguien que le dará 2.000 pesos si descubre qué nombre de ave se forma con las letras R O L O, o qué nombre de mujer se escribe con N A A. Y mientras usted se desespera, paseando de teléfono en teléfono, haciendo correr los minutos y gastando el sueldo, concentrado en repetir para sí loro o Ana para no errar cuando le toque, estará hasta las 4 de la mañana escuchando cómo atienden a otros, siempre a otros, que darán respuestas como guanaco y Eugenia, seguidos de un «¡Ayyyy… qué lástima! Casi casi… pero no. ¡Llamen, llamen, LLAMEN!»

tuqui pare de sufrirUn párrafo aparte se impone para referirse a esos brasileros nacidos en Villa Fiorito, que venden chirimbolos decididamente inútiles como el llavero luminoso (en serio, no es metáfora), el agua que te cura la caspa o una simple tocadita de manto supuestamente sagrado. Lo peor de estos ladrones es que se erigen en Iglesia Universal para robar a los pobres, a los ignorantes, a los desesperados. Ofrecen algo sobre lo que, por supuesto, no tienen el más mínimo control. Y si, por casualidad, se produce lo esperado, extorsionarán al «beneficiario» erigiéndose en gestores ante la Divinidad y exigiendo que participen de la estafa dando testimonio de algo imposible de comprobar. No les importa si usted piensa que el que lo hizo acostarse con su cuñada fue Satanás, si quiere curarse un forúnculo en el traste o si necesita un corazón para su hijo. Todo negocio les sirve.

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Tuqui monjaDiké llora, y con razón. No hay un solo funcionario judicial que le pida prestado el librito, ajado, descolorido y casi olvidado por la mayoría, hipnotizada en pos de la redención o la venganza política, y se ocupe de averiguar qué hace esta gente, que títulos los avalan, qué pruebas hay de que no mienten descaradamente.

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Dicen que Diké tiene discípulos, muchos de ellos -no todos- en Comodoro Py.

Pero nunca los visita. Y si alguien le pregunta, avergonzada, dice que no los conoce.

 

Tuqui

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