El día que Tuqui volvió de la plaza y se quedó en el hospital

Por: Tuqui

Nuestro intrépido columnista de actualidad con humor se nos pone más corrosivo cuando vienen peores. Su visita a la plaza Devoto y al hospital Zubizarreta, como metáfora de los tiempos (de los) que corren. ¿Se acuerdan cuando el silencio era salud? Bueno, parece que no funciona para la salud pública. Enterate por qué en esta crónica brillante.

 

En este rincón del orbe, donde aún hay personas que pretenden reflotar un submarino rezando (ojalá no nos esté observando alguna raza extraterrestre, sería una vergüenza), todo texto es interpretable, los hechos tienen el origen que se te dé la gana y los símbolos representan lo que quiera el comunicador de turno. No hay que ser muy avispado para entender que ir con la camiseta de Boca a romper el microcentro hará que las culpas caigan sobre la citada parcialidad. Porque no sólo pasa cualquier cosa: uno no confía en quienes investigan y puede sospechar que ellos mismos se han calzado la 10 de Riquelme y Tévez para luego impulsar el repudio social a quienes —tal vez, posiblemente, andá a saber— no hicieron nada.

riquelme tuquiCometé la tropelía que se te antoje, pintá una A dentro de un círculo y dormí tranquilo: fueron ellos, los otros, nunca nosotros, nunca se sabe y nunca se sabrá. Falsa bandera, se llama. No digo que es, digo que podría ser.

Sin ir más lejos, reputados comunicadores hablan de grupos anarquistas que veneran dioses e intentan establecer un nuevo estado, lo cual constituye, básicamente, la antítesis del anarquismo. En otras palabras, cerciorate de que el que te informa no tiene mala leche ni es un ignorante.

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En semejante caosque no es anarquía, a ver si aprendemos a expresarnos con propiedad—, entre tanta desmesura y confusión de conceptos donde se nos destroza el cosito de entender, cuando en las radios y la tele «todo» parece ser distinto o menos que «absolutamente todo», y se antepone «claramente» como método para que te sientas un idiota si se te ocurre refutar alguna opinión personal, suceden cosas. Inexplicables, o explicables mediante lo antedicho.

pichetto tuquiMontones de personas tributan la mitad de sus ingresos —miles más, centavos menos— en concepto de impuestos. Una gran parte de ellos se destina a conservar el nivel de vida de senadores y diputados. Si te educás en la escuela pública posiblemente no sepas qué hace esa gente: son los que sancionan las leyes. Sería un gran ahorro dejar de mantenerlos, habida cuenta de que en la Cámara de Senadores, por ejemplo, el peronismo y sus metástasis se niegan a sancionar la ley de Extinción de Dominio, merced a la cual una enorme masa de dinero choreado por los corruptos volvería al Estado. Y los diputados se esfuerzan en vomitar leyes inútilmente. Esta última afirmación —a primera vista temeraria, y sin duda exagerada— obedece a un hecho fácilmente comprobable: cada vez más personas, y cada vez más seguido, hacen lo que se les da la gana sin que sus acciones tengan consecuencia alguna.

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Tras la intensa introducción, pasemos a un caso menos trascendente o, quizás, más liviano.

La plaza de Devoto es tan linda como la que más, excepto por esos parches grises de tierra seca que aparecieron desde que (deduzco) ya no está prohibido pisar el césped. Durante todo el día se ve gente que recorre su perímetro caminando, trotando o galopando (perdón, hubiese preferido corriendo pero hay imágenes imborrables en mi mente) persiguiendo una vida sana, al menos en ese aspecto. Hasta hay números musicales modestos (un par de micrófonos, una guitarra), amplificados con similar humildad pero generoso volumen, que compiten con los alegres gritos y risas de los niños. Esto dura hasta la caída del sol.

plaza devotoPor las noches, la cosa cambia. Los únicos que corren son los que, ocasionalmente, persiguen a alguien o huyen de alguien. Se juntan grupos que alegremente beben y gritan, beben y cantan, beben y se lían en peleas por ignotos motivos, o simplemente beben. No todos, claro. Los hay que no beben, o que ya llegan bebidos. Los fines de semana, durante toda la noche, se agregan nuevos grupos. Llegan en autos, bajan a las veredas y compiten a ver quién difunde de manera más estridente sus cumbias, reggaetones y otros delitos contra la música que ya deberían estar tipificados por la legislación penal. Los bajos retumban, las guitarras o teclados repiten monótonamente su particular versión de la nada, y todo es sonora alegría.

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silencio hospital tuquiEl detalle molesto es el siguiente: enfrente de esa plaza está el hospital Zubizarreta. No encontré el cuadrito de la enfermera, pidiendo silencio con el índice sobre los labios, por ningún lado. Tampoco vi en el exterior los carteles, antes tradicionales, de SILENCIO HOSPITAL. Sí hay patrulleros: pueden verse sus luces esporádicamente. Podrían ir en busca de actividades más productivas, ya que ellos pasan y la bulla sigue, sean las dos, las tres o las cuatro de la mañana, contrastando con los quejidos de algunos pacientes y el ocasional (y discreto) llanto de los parientes de alguien que agoniza.

Por eso, después de pasar unos días en el mencionado hospital, me quedan dos cosas que decir:

En primer término, que el servicio a los internados—médicos, enfermeras, personal de maestranza— es eficiente, rápido, impecable. Especialmente si consideramos los salarios, que no menciono por evitarles una sanción o reprimenda (esas cosas nunca se saben, tampoco).

larreta tuquiEn segundo lugar, cuando vi los patrulleros pasear indiferentes junto a los decibeles de esos ritmos horripilantes, y recordé la encuesta del jefe de Gobierno sobre mascotas sí o mascotas no, me sobrevino cierta ansiedad por decirle dónde puede poner su mascota.

De todas formas, hay excelentes cirujanos y gastroenterólogos en el Zubizarreta. Podrían extraerla sin dificultad.

 

Tuqui

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