Entre 62.963 colectiveros en todo el país solo 454 son mujeres

Por: Nicolás de la Barrera

Son datos de la CNRT para micros de corta, media y larga distancia. Las cifras no llegan al 1%. Mujeres que llevaron la desigualdad a la Justicia. El silencio de sindicatos y el Inadi. La excusa insólita de las empresas por los baños. Historias de lucha contra prejuicios y falta de oportunidades.

De aquella noche en que fue citada a manejar por primera vez, María Cecilia recuerda cierta electricidad que le recorrió el cuerpo. La esperaba un micro de larga distancia, doble piso. “Fue amor a primera vista, dice hoy, mientras espera una oportunidad para volver a hacer lo que le gusta -manejar colectivos- en Bahía Blanca. Graciela, por su parte, hace memoria, y llega al momento en que en su casa se rieron cuando contó que, después de un tiempo largo de cuidar a sus hijos iba a empezar a trabajar de chofer en una línea municipal. En cambio, Érica hoy dice que cuando le comentaron que una línea tenía “colectiveras” y tomaba mujeres, ella sintió vergüenza de presentarse.

Si bien no se conocen entre sí, las tres tienen algo en común: aquellos prejuicios, adversidades o formas de discriminación que atravesaron o que, en algunos casos, todavía encuentran en sus caminos como conductoras de colectivos.

En el caso de Graciela Graiño, que tiene 55 años y maneja en una línea de colectivos del municipio de Vicente López, antes de llegar a tocar al volante de primero debió vencer sus propias ideas antes de llegar al llamado Transporte Bicentenario. “Uno está habituado de que esto es para hombres pero después realmente la experiencia es muy linda”, dice Graciela. Ella no tiene compañeros hombres: todas las unidades de la línea son conducidas por mujeres. Es una rareza. Y también todo un gesto de inclusión.

La historia de Graciela al frente de los colectivos empezó hace ocho años, cuando decidió cerrar un capítulo y abrir uno nuevo en su vida, después de años de crianza de sus hijas. Fue un comentario de un conocido el que la acercó al mundo de los colectivos. “La verdad que no estaba en mis planes esto, reconoce hoy.
Después de dos meses de práctica y evaluaciones, Graciela quedó seleccionada y la línea empezó a funcionar. “Mamá, estás loca”, dice Graciela que le llegaron a decir. A sus hijas, el rumbo que había decidido emprender les sorprendía. Sin rencores, Graciela admite: “En casa se me rieron”.

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“A la gente le asombraba ver mujeres, era como que ‘uy, una mujer’ -se acuerda-. Les llamaba la atención. Los hombres por ahí nos rechazaban un poquito más, pero después se fueron acostumbrando, nos conocieron y nos fueron aceptando”, explica.

Graciela trabaja en un línea de Vicente López. Su familia se reía cuando les contó su idea.
Graciela trabaja en un línea de Vicente López. Su familia se reía cuando les contó su idea.

Todo cambió con el tiempo y, sobre su trabajo, asegura: “Me agrada y lo hago con placer. Obviamente la calle es difícil, hay agresividad, está complicada, pero recibimos todo el apoyo de la gente y eso es lo que más te gratifica”.

El caso de Graciela y sus compañeras, sin embargo, podría considerarse una excepción: según datos de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, en nuestro país hay 62.509 hombres conductores profesionales de transporte de pasajeros, mientras que las conductoras profesionales apenas suman 454, entre entre transporte urbano, interurbano y de larga distancia. Las cifras son abrumadoras: las mujeres en el rubro no llegan ni al mínimo percentil: representan el 0,72%.

Esta desproporción quedó en evidencia tras un reciente fallo de la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, que obliga a tres empresas de colectivos del área metropolitana a contratar mujeres hasta alcanzar el 30 por ciento del total de empleados.

La resolución surgió de una acción iniciada por Érica Borda (48), quien ya lleva más de cuatro años de lucha para que ella y otras mujeres sean tenidas en cuenta cuando las líneas de colectivos realizan búsquedas laborales.

La historia de Érica es la de quien no se resigna. Después de ser despedida a finales de la década del ‘90 de su trabajo como técnica en un laboratorio, Érica entró a trabajar para la línea 140. Con su ex marido chofer, su gusto por el manejo y el aliento de las esposas de otros conductores, encaró el desafío de subirse a volantear un colectivo. Me daba vergüenza pero efectivamente me anoté y empecé a trabajar de eso”, cuenta.

Fueron 12 años arriba del bondi, hasta que un día el telegrama de despido sin causa volvió a trastocar todo. Otra vez, la incertidumbre de no tener un trabajo, pero con un agregado: las respuestas que golpearon bajo. “Pedían experiencia en la mayoría de los anuncios, y me decían ‘vos tenes experiencia, pero mujeres no tomamos’. Esa frase te mataba”.

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De 2010 a 2012, la búsqueda se extendió, como dice Érica, “en todos lados”.  Dice que primero fue desesperación lo que sintió. Después, bronca. “También fui al sindicato de la UTA. Me dijeron que viniera mañana, que viniera pasado… Nunca me ayudaron sinceramente. A través de ellos no conseguí nada, ni de chofer de ni de nada. En ese momento aceptaba lo que fuera, hasta de maestranza iba. Yo necesitaba trabajar”.

Pasó por el Inadi (“tampoco tuve respuesta”, afirma) hasta que llegó a la Defensoría del Pueblo de la Nación. Con el asesoramiento del organismo, presentó el amparo que, hace algunas semanas, terminó en la decisión de la justicia laboral a favor del cupo femenino en las líneas de colectivo.

Las excusas de las empresas para contratar mujeres son insólitas. Desde que pueden perjudicar o “tensionar” el clima laboral entre conductores hasta que contratar una mujer requeriría la inversión de instalar más baños en las terminales.

En Bahía Blanca las cosas no son mucho mejores. La espera de María Cecilia Bravo (48), madre de tres hijos, para que alguna empresa de las que manejan las líneas urbanas le ofrezca una oportunidad de mostrar lo que sabe ya lleva cinco años, un período de tiempo “de silencio absoluto”. “Nadie hay detrás mío, es todo a fuerza de remar y remar sola”, dice ella.Como Érica, María Cecilia presentó un recurso de amparo que ahora debe ser definido en Mar del Plata por la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo.

María Cecilia trabajó en larga distancia. Cuando quiso cambiar no le dieron lugar. Lucha en la justicia.
María Cecilia trabajó en larga distancia. Cuando quiso cambiar no le dieron lugar. Lucha en la justicia.

Experiencia no le falta a María Cecilia. Después de trabajar en transporte de personas de una minera y de colonias de verano, obtuvo los registros para manejar micros de larga distancia, doble piso. “Ahí me enamoré”, dice ella. Todavía se acuerda de su debut: “El primer día me citaron a las cuatro de la mañana, íbamos hasta Tandil. Me presenté con mi equipito de mate, me paré frente al colectivo y miré para arriba. ‘Yo estoy re loca de querer manejar esto’, pensaba.

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En esos viajes largos aprendió a cambiar correas y filtros de gasoil y a “sentir” el motor. Adquirió horas de manejo que nadie le puede quitar. Sin embargo, María Cecilia es sostén de hogar y las distancias (y el tiempo que le demandaban aquellos recorridos) hicieron difícil las tareas que debía atender. Por eso hoy, mientras maneja un taxi, pelea un lugar en algunas de las líneas urbanas de Bahía Blanca.

Desde que empezó su búsqueda por aquello que la apasiona, cuenta, hubo jubilaciones y nuevas incorporaciones en las empresas de su ciudad, pero a ella nunca le permitieron avanzar en la selección de personal, mientras veía que sí quedaban hombres mucho más jóvenes. “Yo decía ‘este chico por más buena voluntad no puede tener nunca la experiencia que tengo yo. No significa que sea mejor, significa que por ahí hay cosas y más con el transporte de personas que tienen que pesar, explica.

Atravesó distintos sentimientos, María Cecilia. “Al principio sentía mucha impotencia, mucha bronca, porque sé que estoy capacitada para hacerlo. He querido abandonar la lucha muchas veces. Hasta que en el febrero dije ‘no voy a permitirlo ni mí por las mujeres que vienen atrás’. Porque Bahía Blanca tiene que entender que las mujeres tenemos absolutamente el mismo derecho que un hombre. Mis hijos me dan la fuerza, ellos no me dejan abandonar y están convencidos que lo puedo hacer y que tengo que seguir luchando”.

Érica tampoco piensa bajar los brazos, a pesar de que, en todo el tiempo que transcurrió desde que empezó a reclamar que no la discriminen, debió volver a estudiar para conseguir un trabajo. Y si bien hoy es enfermera, todavía cree que puede lograr más “por las futuras generaciones de chicas que quieran emprender esta profesión”.

Como ellas, más mujeres quieren subirse a manejar los colectivos sin prejuicios que esquivar.

Fotos: Mariano Espinosa, para #BORDER.

 



 

 

 

 

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