Madre María (Por Gabi Oliván)

Por: María Julia Oliván @mjolivan

María Ovando es una mujer de 37 años, de piel curtida y cuerpo robusto. Hasta hace dos años, vivió en Colonia Mado, un paraje forestal a la vera del río Paraná.

A los 14 fue madre por primera vez y después tuvo 11 hijos más, con dos hombres distintos. El último era uno que le pegaba, que le vendió las cosas de la casa mientras estaba presa y que murió durante estos dos años.

No sabe leer ni escribir. No cobra la Asignación Universal por Hijo pese a tener a los once y sus dos nietos a cargo. La mayoría de los chicos no tiene documentos y tampoco se sabe bien cuándo cumplen años.

María siempre trabajó. Desde chica fue empleada doméstica pero sobretodo subsistió trabajando como tarafera, en la cosecha de yerba mate, adonde cada centavo que se cobra su suda. Como la plata nunca  alcanzaba que buscó una variante mejor paga. Salió a picar piedras para una cantera. Hacía este trabajo aún embarazada de su última hija, que nació tres meses antes de que la detuvieran. Su memoria es frágil, como si el tiempo no fuera referencia. Tal vez el olvido sea su remedio a sobrevivir tanta carencia.

María está acostumbrada al trabajo duro por una paga blanda, a los insectos, a la humedad, a la falta de luz, al agua en mal estado y a acomodarse ante el hecho de que su trabajo no le permite siquiera garantizarle comida a sus hijos.

El 21 de marzo de 2011, Carolina, su hijita de tres años y con un avanzado estado de desnutrición, se quejó con más fuerza que de costumbre de un dolor de panza. María estaba con sus hijos más chicos y fue a lo de su cuñado a ver si se los cuidaba. El hombre le dio 10 pesos y María alzó su hija en brazos y salió abriémdose camino por el tupido monte.

Carolina se le murió con la cabecita apoyada en sus hombros. Se consoló pensando que dormía y no detuvo su marcha. Siguió a tranco rápido un trecho más aunque en su interior sabía que caminaba sola.

Cuando volvió a mirarla, el frágil cuerpecito ya estaba rígido.

Lloró impotente al lado de la ruta, sin saber qué hacer. Si no había encontrado ayuda cuando la niña aún estaba viva, ¿quién iba a responder ahora que había muerto?

Al cabo de unas horas, decidió enterrarla.

Días más tarde, María Ovando fue detenida y derivada a la Cárcel de Villa Lanas. Allí, sola y sin entender bien qué debería haber hecho distinto, intentó aprender a leer y a escribir.

La fiscalía la acusaba de abandono de menor agravado por el vínculo y pedía cinco años de prisión.

Ayer, se sentó inmóvil frente al tribunal de El Dorado a escuchar su absolución y la orden de su inmediata libertad. Y, cuando se aseguró de haber entendido correctamente, reaccionó con sorpresa.

Entonces, respiró aliviada. Al final, la justicia la había alcanzado t podría reecontrarse con sus hijos. Dijo que confiaba en el futuro porque creía que “la gente iba a ayudarla”. Claro, su caso se conoció a traves del programa de Jorge Lanata y ella sabe que muchas veces, la televisión te salva.

En la cárcel aprendió a escribir su nombre y apellido y su sueño es poder leer. Poder salir de la pensión adonde para desde que salió de la cárcel y recuperar a su hijos más chiquitos porque los extraña mucho.

Ojalá que la vida le de a María una tregua y que nosotros, como sociedad, cada uno desde su pequeño o gran espacio hagamos algo para que esto no suceda. Nunca más.

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