Blanqueo: El cansancio de los buenos

Por: María Julia Oliván @mjolivan

(Columna publicada en Infobae el 8 de mayo de 2013)

Había una vez una mujer argentina de treinta y pico que creció en una familia de clase media, de pequeños comerciantes que se construyeron el chalet en 4 años y compraron el cero kilómetro con el Plan Ovalo. Pongámosle de nombre Andrea.

Su vieja es una jubilada que toda la vida laburó sin parar, como la de Pappo. Aportó 30 años al sistema de jubilaciones en la categoría de autónomos y tiene una jubilación mínima. Paga el ABL anual por adelantado para que la beneficien con 10 por ciento de descuento. “¿Ves que al que paga lo premian? Eso está muy bien”, le repite siempre a su hija en tono de maestra ciruela.

Su padre murió sin conocer lo que era tener un fin de semana libre o irse tres semanas de vacaciones porque si cerraba el negocio no cobraba y si no cobraba, ya saben, no progresaba.

Andrea es abogada, tiene sus ingresos en blanco y ahorra desde su primer empleo, a los 16. Nunca pidió un crédito bancario, ni dibujó sus declaración jurada y ahorró en dólares toda la vida, porque, no sé si se acuerdan, eso era lo más corriente en la Argentina.

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Desde que su abuelo -un gallego testarudo al que nunca se le fue el acento- trabajaba en una fábrica hasta el día de hoy, en la Argentina hubo decenas de leyes de blanqueo de capitales. Nunca esas leyes beneficiaron a ninguno de los del círculo de Andrea, todos laburantes de la clase media argentina.

Pero a ella le quedó la costumbre que le enseñaron en su casa. No gastes más de lo que tenés, no te metas en créditos, pagá todos los impuestos, no te atrases nunca ni hagas trampa y ahorrá aunque sea 100 dólares por mes porque cuando te quieras dar cuenta, tenés para el adelanto de un departamento, le repetía su madre.

Tanto machacar, Andrea salió buena pagadora y cero tramposa. Digamos que no es una vivilla que ata las cosas con alambre, ni hace trampa y que se siente una buena ciudadana cuando le toca pagar impuestos. “No me gusta, pero pago porque estoy ganando bien y el sistema es solidario. Eso me parece justo”, se consulea cuando toca el vencimiento de Ganancias.

Es una piba legal, diría Fito Páez (en la Nave Espacial, de su útimo disco).

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Pero hoy, en esta fría, seca y soleada mañana de otoño, Andrea se siente un poco boluda.

¿Cómo es la cosa?

¿Si me atraso un día me cobran altísimos intereses y si tengo una cuenta en negro voy al banco me dan un bonito (el CEDIN) y nadie me pregunta de dónde la saqué o por qué no la declaré?

¿Si el dólar blue es un mercado marginal e ilegal en el que sólo operan los especuladores de turno que atentan contra el modelo productivo, por qué el primer día que el equipo económico en pleno da una conferencia de prensa, lo hace para anunciar un plan de canje de dólares ilegales por bonos legales?

¿Era cierto entonces que escasean dólares porque no ingresan inversiones porque las restricciones fluctuantes generan inseguridad jurídica?

¿Si esa carencia de moneda extranjera no es un invento de los economistas golpistas, si es verdad que faltan dólares, de qué nos sirvió el genial desendaudamiento instrumentado por Néstor Kirchner?

¿Si de ahora en más me asesoro bien e intento zafar o inclumplir el pago de la mayor cantidad de impuestos, si reduzco al mínimo la facturación en blanco del estudio y me concentro en evadir, en un par de años zafo con otro blanqueo?

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¿Si alguien me quiere comprar la casa del abuelo con CEDIN, a cuánto se calcula la paridad para saber si es el valor de mercado?

A Andrea le fue bien, trata de hacer lo que le enseñaron. Todo joya, todo legal. Pero está pensando en cambiar.

Porque si el sistema premia al tramposo, crece el cansancio de los buenos.

Y fueron los buenos de nuestros abuelos y nuestros viejos laburantes los que hicieron patria. Los buenos de este país, que todos los días viajan amurados en transporte público para llegar laburo y que hacen cuentitas en la servilleta de los bares para ver si llegan a fin de mes, los que acumulan motivos para cansarse.

Alentar la coherencia de que el chanta que la hizo bien zafa, mientras al común de los mortales le caen intimaciones de la AFIP parece joda.

Ya sé que la economía no se lee a través del análisis de una sola medida sino de un conjunto de ellas. Pero apúrense con las que benefician a los honestos, porque ya nos estamos cansando un poco de pagar siempre por los platos rotos.

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