El caso Tinelli y el eterno retorno del "no te metás"

Por: #BorderPeriodismo

Por Franco Torchia

Ayer almorcé en un bar. En la mesa de atrás, dos “señoras gordas” -personaje de la semana si los hay, categoría ideológica petrificante si las hubo- arrasaban con la panera al ritmo de lo que sonaba como una de las grandes verdades de sus vidas, revelada en las últimas horas gracias al “periodismo independiente”: “Claro…” le dice una a la otra “Tinelli no es de la política: él no es político, él es de los medios. ¿Para qué iba a meterse? ¿Quién lo mandaba? Lo iban a usar”.

Confieso que primero pensé en los planes de estudio de la escuela secundaria argentina. Luego, en la última dictadura cívico-militar. Finalmente, en la confusión, principio constructivo de la parálisis ciudadana reinante y objeto de culto para la clase política nacional.  Porque Marcelo Tinelli sabe más de política que Cristina Fernández de Kirchner, por ejemplo, y porque el discurso de aquel que parece que no se mete o nunca se metió es ideal para ocultar los modos infinitos en los que sí se estuvo metiendo, siempre.

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¿Qué otra cosa es la política más que una verticalista “barra de amigos” que se junta a joder en vivo todas las noches y bajo la apariencia de un club social y deportivo, transforma su cancha de bochas o su pista de baile en el escenario de los tejemanejes más decisivos para todos nosotros, los “gomazos”? ¿Qué otro acontecimiento es más político que un show? ¿Qué otra postura es más política que el discurso liberal de centro derecha que incentiva “la solidaridad”, “los sueños” y la caridad, es decir, la ausencia del Estado y los “granitos de arena” individuales como único paliativo? ¿Qué otro relato es más político que la fábula del muchacho de provincia que triunfó en la Capital?

El affaire Fútbol para todos / Tinelli brinda herramientas muy útiles para comprender el funcionamiento real de la ideología. A saber: el nombre de uno de los campeonatos, “Nietos recuperados”, muestra cómo politizar es, para el Gobierno, utilizar consignas emergentes de sus proyectos. Frente a ese tipo de alevosías, Tinelli postula a Maximiliano Guerra, trajes de Etiqueta Negra para los conductores y un logo que, más allá y más acá de su parecido con el de la empresa aérea LAN, parece surgido del peor proyecto televisivo de Mariano Iúdica. ¿Es menos “politizante” el modo Play Station de transmitir partidos que el modo Alejandro Apo de poetizar goles y parafrasear a Silvio Rodríguez? No.

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“Tinelli es tinellista” es la máxima extendida que aúllan por estas horas periodistas deportivos, “vedetinas” e incluso disidentes. Por las dudas, “Tinelli es tinellista”: lo dice la Gallardo y lo dirá Jorge “Coki” Capitanich en breve. Semejante redundancia es perfectamente comprensible cuando desde hace más de dos décadas, el poder del otrora “cabezón” se erige sobre esta unanimidad: Tinelli es tinellista y Tinelli es el mejor dotado de todos porque todos optan por decir que Tinelli tiene poder.

Decir “x tiene poder” es el primer paso en la asignación de poder, y en el tardocapitalismo argentino, empoderarse no depende solamente de la fama sostenida, el éxito empresarial y el mujerage acumulado: es, también, haber desplegado los mecanismos suficientes para ser venerado como sujeto poderoso desde hace décadas. Los mitos sobreviven gracias a los ritos, y en este plano, “Showmatch” es una misa perfecta. Gomazo, súbete. Y no te metás.

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