Soy sola, ¿y qué?

Por: Fernanda Sández @siwisi

Desde la literatura, la música  y cuanto arte se haya pretendido “bello”, la soledad siempre ha sido presentada como un mal a evitar. Porque si “no es bueno que el hombre esté solo”, que la sola sea una mujer es todavía mucho peor. ¿Qué clase de Eva es una sin Adán? ¿Qué de bueno puede esperarle a una mujer sin alguien que la “cuide” y la “proteja”? Que las brujas hayan sido siempre mujeres sin varón a la vista (con el Maligno, se sabe, tenían otra clase de entendimiento y siempre a la sombra) es cualquier cosa, menos casual.

Por Fernanda Sández

Tal vez por eso, la sola se convierte –y no exagero- en un verdadero “problema social”…para su círculo más íntimo, al menos. La sola es esa a la que nunca se sabe si invitar (“porque está sola, y capaz viene y se divierte”) o no (“porque está sola, ¿y a qué va a venir?”). Como sea, la sola es también la más temible de las mujeres: es ésa que puede secuestrar Marcelos y Fabianes del lado de sus respectivas Normas y Estelitas. Lo que se dice, un verdadero peligro.

Detrás de todo el incordio que solemos generar las “sueltas”, las impares, las talle único, no hay otra cosa que generaciones y generaciones de medias naranjas. Generaciones de medios y medias que sólo se sentían “completos” estando juntos, y dispuestos a negociar lo que fuere con tal de no perder ese estado de divina redondez. Ya eran un todo frutal. Una naranja completa, girando locamente hacia el happy end que (de Cenicienta para acá) se le promete a todo ser debidamente acompañado. Hasta Borges habla en su Libro de los seres imaginarios de los seres esféricos, que “entrarían rodando al Paraíso”. Millones de personas han creído, y por siglos, en algo por el estilo.

Así, tras toda una genealogía de dúos – no necesariamente dinámicos- como única forma viable del amor y la felicidad fue forjando una idea de la plenitud tan popular como las canciones de Palito Ortega. Veamos, si no, las frases hechas, esa versión bonsai de la siempre siniestra “sabiduría popular”. Revolvamos un poco y veremos que el dúo es la forma perfecta y el mono, la forma “a medio terminar”. Lo incompleto, lo “hasta ahí”.

De allí el ataque de “tengo alguien para presentarte” que se apodera del entorno no bien quedás renga de amores, el cuasi legal “algo tenemos que hacer para conseguirte un novio” y el casi amenazante “vos así, sola, no podés seguir”. De hecho, para el lugar común lo único que puede hacer un buen solo es lamerse. ¿Y hay acaso imagen más triste que la de un pobre bovino laméndose con esmero?

Nada de qué sorprenderse entonces si cualquier apuesta a la soledad termina en reto o en preocupación. En mi caso este año, por segunda vez, quise pasar el 31 de diciembre en casa y conmigo. Sin familia, sin chin-chines, sin feliz nada ni nadie. Así lo hice el año pasado y me encantó. Cuando avisé a mi familia que el primer minuto de 2014 también iba a encontrarme sola, para qué. “¿Cómo? ¿La vas a pasar…solita?”, preguntó alguien. Y ahí, en ese diminutivo, había otra clave para entender lo que producen (producimos) las “de a una”: una piedad miserabilista de parte de quienes van por el mundo en un tándem que-suponen- les garantizará final con perdices. Y perdices sin final.

Vivimos, más que en una cultura patriarcal, en una cultura dualista y “emparejadora” (valga la redundancia) como ella sola. Porque si bien ya todos sabemos que el matrimonio promedio dura menos que la garantía del lavarropas que se regala para el casamiento, el mandato de “ser dos” sigue operando desde la clandestinidad. Más vale mal acompañado que solo, entonces, porque la soledad parece ser la última enfermedad realmente peligrosa. Especialmente en el caso de las mujeres.

¿Por qué? Porque las nuevas solas no son ya las del tango. Ni Esthercitas, ni costureras, ni trágicas. Ni solas, qué tanto. ¿Sin pareja? Eso sí. Sin compañero estable, llegado el caso. Pero, como bien señala la psicoanalista Adriana Guraieb, de la Asociación Psicoanalítica Argentina, “son solteras como estado civil pero no solas en tanto estado anímico”, precisa. “Lentamente con el cambio social de la mujer, su entrada a las universidades, mercados de trabajo en posiciones cada vez más jerarquizadas, ha logrado autonomía económica, sexual, financiera, laboral. ¿Qué modificaciones han producido estos cambios en el concepto de ser sola? Una de las consecuencias más evidentes es que se ha incrementado la cantidad de personas que viven solas, pero sin que ello implique sentimientos de soledad”, asegura.

La otra paradoja es que los solos y las solas nunca hemos sido tantos como ahora. Ahora que todos se desesperan por buscarle a todos los demás un ser llamado “el candidato”, los sueltos somos multitud. Legión. Ejército. Y uno que en este momento que cuenta con 277 millones de personas en todo el mundo, según datos de la consultora Trendwatching. Y no para de crecer en lugares como Estados Unidos (donde los hogares de una sola persona ya superan los 30 millones), Japón, Francia, Inglaterra…Se mire a donde se mire, hay solos. Corrección: solteros. Gente sin  pareja formal u oficializada, pero casi siempre acompañada por familia y amigos que ya son su nueva familia.

Y eso por no mencionar otro dato central, que es el poder de la tecnología a la hora de separar a la soltería de la soledad. Traducido: antes, y especialmente superada determinada edad, que una mujer no tuviera pareja o marido acortaba brutalmente su vida social. Hoy no. Rodeados como estamos de “chiches” que nos permiten una conexión con los demás permanente y a  toda hora, aparece lo nuevo. Y lo nuevo es estar “solos, pero juntos”.

Ese fue el término (“alone together”, en su original inglés) acuñado por la investigadora del MIT Sherry Turkle para este insólito estado de cosas: podemos estar solos sin sentirnos solos, porque –vía dispositivos- estamos interactuando permanentemente con otros, sin importar en dónde estén. Y esto permite replicar en nuestra vida cotidiana la vieja diferencia entre “estar solo” y “sentirse solo”. La soledad, como experiencia vital, puede ser extraordinariamente creativa y reveladora. Hay cosas sobre una misma que no se aprenden sino es así: a solas con una misma.

“Hoy, la soledad ya no les pesa ni a las mujeres ni a los hombres porque se trata de una soledad disfrutada y no padecida”, explica Laura Orsi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Y hasta quizá sea eso lo que en el fondo moleste: la libertad  y la autonomía que trae la soledad. Porque sola decidís todo: cuándo y a dónde viajar, de qué color va esa pared de la cocina, qué se come hoy, qué se hace con la plata, si toca siesta o no. Y siempre con la prerrogativa de ver a quienes quieras y cuando quieras, por el puro e infinito placer de encontrarse, y conversar.

No falta, desde ya, quien vea en todo esto un alto muro de pretextos para –por ejemplo- no salir de la zona segura. Para no arriesgarse a que otro venga y nos astille el alma. Una viejísima canción de The Police (banda vintage si las hay), habla precisamente de esto, y se llama Fortaleza alrededor de tu corazón.

Sin embargo, no se llega a la soledad gozosa por la vía del sufrimiento, precisamente, sino por fuerza de la evidencia: si más de una vez me sentí sola estando acompañada –y hasta a veces acompañada a lo largo de años y años- tal vez haya que tomarse algún tiempo antes de admitir a un nuevo caballero en palacio. Especialmente cuando el palacio no podría ser más entretenido e interesante. Porque, como bien dice Guraieb, “se ha producido un enriquecimiento del concepto de la soledad, en tanto implica no depender de la mirada, el juicio reprobatorio de quien nos acompañe y adquiere relevancia la responsabilidad de hacernos cargo de nuestras vidas, nuestros errores y nuestros logros. En eso estamos.

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