Pasión por la pasta: el amor en formato de vinilo

La obra "La edad de oro" aborda nuestra relación con la música y el último refugio de los coleccionistas: los discos de vinilo. ¿Qué se puede conseguir en las disquerías porteñas?
Por: #BorderPeriodismo

Promedia la temporada 2014 de La edad de oro -sábados a las 23, en el Espacio ElKafka-, una comedia de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, estrenada en 2011. La protagonizan Jakob, Ezequiel Rodríguez, Pablo Sigal y Denise Groesman. En la obra, un vendedor de vinilos usados y su joven cliente, quizás con más ansiedad que conocimiento, discuten sobre bandas y ediciones clásicas de los años 70 y los 80, hasta que descubren una obsesión en común: Peter Hammill, que tuvo su época dorada hace más de 40 años, primero como líder de la  banda británica Van der Graaf Generator y luego como solista.

Ante esta revelación, profundizan los intercambios, demostrando sus conocimientos, midiendo la calidad de las ediciones de un mismo disco y discrepando acerca de lo mejor y lo peor del artista, pero principalmente estudiándose mutuamente. Sin embargo, el contrapunto no atenta contra la emoción que comparten al hablar de Hammill. Uno, porque el músico lo acompañó en los hitos de su adolescencia y juventud. El otro, porque a pesar de haberlo descubierto en Mp3, le cambió la vida y sabe que se la seguirá cambiando. De ahí su necesidad de atesorarlo en un formato con más corazón, como el de los discos de pasta.

En ambos casos, el amor por la música es combustible de emociones relacionadas tanto con las alegrías como con los fracasos, con caminos de ladrillos amarillos o con descensos a los infiernos. A pesar de estos matices, la devoción es a prueba de balas, incuestionable y eterna.

Así, La Edad de Oro recorre al mismo tiempo una tardía aceptación de la madurez y el baño de realidad que la vida adulta vomita sin piedad. En cuanto a la relación entre los protagonistas, las cargas de un pasado que para uno permanecen donde deben estar, mientras que al otro le servirán para seguir alimentando su hambre por el rock y su cultura, y en formato de vinilo.

Escucho, luego existo.

De las cosas que enamoran, pocas despiertan el tipo de pasión e incluso de fanatismo que se llega a sentir por la música. No sólo por su intensidad, sino también por la variedad de objetos de deseo que pueden ser destinatarios de esos sentimientos: una banda, un solista, un género, un formato (cassettes, LPs) o simplemente una canción. Esta relación se alimenta constantemente, ya que la música no sólo se puede vincular a hitos puntuales de nuestras vidas, sino que también se convierte en un ingrediente distintivo del sabor de lo que somos.

En la película Una divertida historia (2010), que en Argentina se estrenó sólo en cable, un adolescente tímido intenta conversar con la chica que le atrae y le pregunta: “¿Te gusta la música?”. Su respuesta: “¿Te gusta respirar?”. Este brillante mini-diálogo sintetiza cuánto le debe nuestra experiencia en este mundo -ya sea a nivel espiritual, mental o social- a los estímulos musicales.

La referencia cinematográfica que mejor representa esto a la perfección quizás sea Alta fidelidad (2000), basada en la novela homónima de Nick Hornby. En este relato, la música es un protagonista imprescindible del periplo por este mundo de Rob Fleming, el personaje que interpreta John Cusack: le sirve tanto de inspiración reflexiva como de contención emocional. También define sus logros y derrotas personales, profesión -tiene una tienda de discos en la que sólo vende lo que le gusta-, parejas, estados de ánimo. Todo.

Y en cierto punto, todos tenemos un poco (o mucho) de Rob. De hecho, mientras escribo esta nota me acompaña el leve trajinar del combinado de madera que mi viejo compró hace más de 50 años con su primer sueldo. Hoy, lejos de ser un mueble vintage que adorna mi living, reproduce vinilos antiguos y nuevos con andar cansino pero con orgullo (y de vez en cuando un empujoncito), como la música que inunda mi casa en este momento. No me imagino otra fuente de inspiración directa para redactar estas líneas.

Buenos Aires vinilo.

Durante los últimos años, la fiebre por los discos de vinilo se instaló en Buenos Aires. Si bien no existen números oficiales, los especialistas estiman que las ventas anuales de LPs alcanzan los 45 millones de pesos. A los coleccionistas tradicionales, que rastrean rarezas y ediciones limitadas, se sumaron jóvenes que nunca habían manipulado una bandeja y que se asoman a este formato ya sea por moda o por curiosidad.

Este interés no se restringe a los usados o antiguos, también se reactivó, en menor medida, el consumo de ediciones nuevas, cuyo costo es privativo porque la mayor parte se produce en el exterior y, al ser importados, el precio final en las bateas se eleva considerablemente.

Uno de los reductos porteños emblemáticos es la disquería Opus, en Flores, que lleva más de cincuenta años vendiendo LPs usados de todos los géneros. Alejandra Prudhomme, hoy al frente del negocio familiar que fundó su padre, explica que “la mayoría de los clientes son coleccionistas, tanto de cierto tipo de vinilos como de géneros en particular”.

Acerca de las manías de quienes se sumergen en las bateas buscando un Santo Grial en forma de disco o rastrean ediciones especiales, Alejandra cuenta que “tienen la ansiedad de encontrar cosas nuevas. Un cliente colecciona discos de 78 rpm con música de los dibujos animados antiguos, como Betty Boop. Y nunca pierde la esperanza de conseguir algo”. Un acto de fe, prácticamente.

En Mercurio, local especializado en material de bandas y artistas independientes nacionales, el perfil del perseguidor de vinilos es distinto. Esta disquería, ubicada en la galería Patio del Liceo, surgió de la pasión por la música en formato físico que comparten Marina Fages -artista plástica y voz de El Tronador-, Lucy Patané -guitarrista de La Cosa Mostra y Las Taradas-, Lolo Anzoátegui -creador de las fiestas Dengue Dancing, Lucas Caballero -Los Guauchos y el DJ Villa Diamante -co-fundador de ZZK Records-. Su objetivo es colaborar con los artistas que hacen el esfuerzo de producir y editar su material, proveyéndoles un espacio para la venta.

Si bien la mayor parte de la música que se vende en Mercurio está en CD, también existe un stock de cassettes y LPs. “Proporcionalmente, las ventas de discos de vinilo son ínfimas al lado del CD”, asegura Villa Diamante. No tanto porque no haya interesados, sino porque muy pocos artistas nacionales editan en ese formato. Además de ser tiradas chicas, la mayoría de los discos vienen de México o de Estados Unidos, lo cual encarece los costos. Hallo Discos es un sello independiente nacional, que está por editar lo nuevo de bandas under como Bestia Bebé y Guazunchos.

El factor sorpresa es determinante para los que no están acostumbrados a consumir vinilos: “A pesar de no comprarlos porque no tienen donde pasarlos o por el precio, el nivel de ‘flash’ de la gente cuando ve un vinilo es diferente. Al ver los de Pablo Dacal, Kumbia Queers, de grupos que tocan en lugares chicos o de su banda favorita, se copan”, destaca Villa Diamante.

Acerca de los cazadores de vinilos, indica que “tienen un perfil más curioso o más ‘nerd’ de la música. Y buscan cosas específicas”. Pero lo que sin dudas agrega valor al disco es la posibilidad de la intervención artística que lo acompaña: “Mucha gente buscaba el LP de Chancha Vía Circuito  -cuya versión remixada de Quimey-Neuquén, de José Larralde, integra la banda de sonido de Breaking Bad, no sólo porque el disco es muy bueno, sino porque además el arte lo hizo la artista plástica Paula Duró, y es hermoso. Es doble, desplegable y mucho más barato que comprar un cuadro de Paula”. Definitivamente, el arte de tapa y de la manga fue decisivo, ya que en Mercurio se vendieron cuarenta copias en un año, cuando el promedio para los vinilos suele ser seis”.

Por Alejo Tarrío

Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires

Estudios de Cine Documental en el Centro de Formación Profesional SICA

alejostarrio@gmail.com

Twitter: @Alejost

 

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Nota de la redacción:  Los especialistas explican que hay diferencias entre lo que se denomina como “vinilos” y los “discos de pasta”. Los primeros, son los abanderados del revival del disco, son los más modernos LPs y simples de 33 RPM o los maxis de 12″ de 45 RPM. Con ellos se logra una mejor respuesta en frecuencia. Por su lado, los discos de pasta son los viejos discos de 78 RPM, más rígidos y quebradizos que los de vinilo. Y ya dejaron de fabricarse.

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Las funciones de La edad de oro son los sábados a las 23 horas en:

 

ELKAFKA ESPACIO TEATRAL

Lambaré 866, Capital Federal

4862-5439

http://elkafkaespacioteatral.blogspot.com

Entrada: $ 100,00 / $ 70,00

 

Otras disquerías:

Cactus

Uruguay 290

www.cactusdiscos.com

 

Exiles Records

Honduras 5270

http://exilesrecords.com

 

Eureka

Defensa 1281

www.che-vinilos.com.ar            

 

 

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