Sarmiento Superstar: cinco cosas para recordar del “rockero” de la educación

Por: #BorderPeriodismo

Si pensabas que hablar de Sarmiento es un embole, pensá otra vez. ¿Por qué? Porque fue revolucionario en muchos aspectos (no por casualidad en sus tiempos lo llamaron “el loco”), porque se animó a pensar lo que nadie y porque, hasta el día de hoy, la mayoría de sus ideas tienen una vigencia asombrosa. Fijate. 

Por Quena Strauss

Los que transitamos la primaria hace milenios sufrimos una sobredosis de Sarmiento. De él (“padre del aula, Sarmiento inmortal”) lo aprendimos todo porque no nos quedó otra. Vivíamos rodeados de maestras (corrección: “señoritas”) que nos contaron mil y una veces aquello del telar, de la higuera, de la pobreza, de la madre heroica y del hijo haciendo juego porque no faltó a clase ni un solo día y, pasito a paso, llegó a ser presidente de la Nación. Una especie de superhéroe infantil al que – en secreto- las blancas palomitas terminamos odiando. Por perfecto. Por infalible. Por haber sido capaz, en condiciones extremas, de hacer lo que ninguno de nosotros podía en circunstancias mucho mejores.

Por eso, tal vez, este 11 de septiembre (aniversario de la muerte de don Domingo Faustino Sarmiento y, en su honor, consagrado como el Día del Maestro) sería un buen momento para que todos aquellos que padecimos en voz baja el mito de Super Sarmiento (debe haber pocas cosas más tristes que perder siempre por goleada frente al Alumno Ideal) recordemos también algo así como su lado B. Porque, si por algo fue genial Sarmiento, fue también por esa parte ambiciosa, egocéntrica (pero no ciega), visionaria y definitivamente loca que tal vez lo cuente mejor que todo lo demás.

Este es pues nuestro «Border- homenaje» no al nenito imbancable que nunca se olvidó de hacer la tarea ni tuvo una sola ausencia (otro mito, y van…) sino al hombre apasionado y valiente que fue. Ese que alguna vez, hace muchos años, soñó con convertir a la Argentina en una “gran escuela” y al quien, definitivamente, deberíamos volver a leer sin prejuicios, sin mitos de por medio, si clishés y como quien va a clase con ganas de aprender. Honor, y gratitud, al gran Sarmiento.

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1- El ego bien entendido

Sarmiento, nacido en la pobreza en un tiempo en el que el origen social presagiaba el destino de una persona, es la versión criolla del hombre que se hizo a sí mismo. Porque estudió y mucho y por su cuenta, porque leyó todo lo que pudo (y podía leer mucho) y, sobre todo, porque él mismo dice en una de sus cartas, su vida entera fue “un largo combate que ha destruído mi físico sin debilitar mi alma”. ¿Combate contra qué? Contra todo: los prejuicios sociales, las ideas con olor a naftalina y también contra un estado de cosas en donde (de no haber sido quien era) se habría dado por vencido antes de empezar. “Mi vida ha sido desde la infancia una lucha continua; menos debido esto a mi carácter que a la posición humilde donde principié, a mi falta de prestigio –de esos prestigios que la sociedad recibe como realidades- y a un raro concurso de circustancias desfavorables”. Así y todo, llegó a ser presidente de la república. Y mucho más.

2- Loco, ¿y qué?

Sarmiento tenía una confianza enorme en sus convicciones y, más aun, en sus “visiones”. En eso que él imaginaba posible y que los demás no veían ni siquiera probable. Esto llevó muchas veces a que lo tildaran de loco, adjetivo que él tomaba casi como un elogio. Por eso, dice en una carta: “No teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes  discuten seriamente mi título recibido de loco. Todo lo de la educación popular era nuevo, y yo estaba solo. ¿Las islas del Tigre?Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros  doctores y propender a una reforma universitaria como ya lo estaba haciendo el parlamento inglés? Loco. Loco”. Pero tan loco evidentemente no era porque –entre tantas otras cosas- la ley 1420 de educación común, obligatoria, pública y gratuita, aprobada en 1884 y la que permitió que, en su momento, Argentina fuera el primer país del mundo en terminar con el analfabetismo.

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 3- Visionario es poco

Sarmiento leía lo que caía en sus manos para inspirarse y llenarse de nuevas ideas, pero también – en cuanto las circunstancias se lo permitieron- viajó a otros lugares del mundo y también dejó que allí en talento de otros le sirviera de guía. De su deslumbramiento con el sistema de educación en los Estados Unidos surgió la idea de “importar” maestras que formaran a todas ésas otras que necesitaba el país para salir adelante. Porque justamente él, que soñaba con convertir al país en colegio enorme, sabía también que en la formación de los ciudadanos descansa la verdadera democracia. Y así lo dice en otro de sus escritos, donde anota: “Las escuelas son la democracia. Para tener paz en la Argentina, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia. Enseñar a todos lo mismo para que todos sean iguales”. Y si eso no es visión…

 4- Aprender, corregir, demoler

Apasionado, sí, pero no por eso enceguecido por sus propias ideas. El mismo dijo que su discusión siempre era sobre las propuestas y no sobre quienes las sostenían. Precisamente por eso, él era el primero en reconocer que las ideas (aun las suyas) debían ser discutidas, mejoradas y-llegado el caso- descartadas. Para él, los errores eran parte del camino al éxito y se debía aprender de ellos. “Tenemos que hacer mal la cosas para saber cómo hacerlas mejor”, dijo una vez- ya presidente- a quien le sugirió que hacer una feria industrial en Córdoba no sería una buena idea. Hombre de razón pero ante todo de acción, Sarmiento no tenía miedo al fracaso y-por considerarlo parte del camino hacia el éxito- cuando tuvo que enfrentarlo salió siempre fortalecido.

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5- Ellas y él

Nadie se atrevería a decir que Sarmiento era feminista ni mucho menos. Pero está claro que en su vida las mujeres (desde doña Paula, su madre, y sus cuatro hermanas, hasta Aurelia Vélez, la mujer con la que compartió amores y debates) fueron un elemento central en su vida. Fue en mujeres en las que confió para hacer realidad el sueño de miles de chicos argentinos aprendiendo a leer en una escuela en donde no tuvieran que pagar por saber, y también fue en ellas en las que se refugió (como amigas, en el caso de Mariquita Sánchez de Thompson; como enamorada, en el caso de Aurelia) para aliviar su mente y su corazón. “Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blando para vivir”, le escribe a su enamorada. “Deje a su mujer cierto grado de libertad”, le aconseja a un primo a punto de casarse. “No quiera que todas las cosas las haga en la medida del deseo de usted. Una mujer es un ser aparte que tiene una existencia distinta de la nuestra. Es una brutalidad hacer de ella un apéndice, una mano para realizar nuestros deseos”. A mediados del siglo XIX, decir algo como eso era revolucionario en serio. Y casi doscientos años después, lo sigue siendo. Por eso, lo dicho antes: honor, y gratitud., al gran Sarmiento. ¡Y que la siga rockendo!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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