Por María Julia Oliván (@mjolivan)
No será ésta una de las mil notas que hablan sobre la capacidad de nosotras, las mujeres de 40, de tener más orgasmos que cuando éramos veinteañeras o de cómo convencernos de que los 40 de hoy son los 30 de ayer, ni buscaremos ofrecer una ventaja comparativa con las de 20 que tienen todo turgente y bien arriba. De todo eso ya se habló bastante.
Hay un tema que me obsesionó en mis años de soltera, que, les aseguro, fueron muchísimos más que los años de pareja. Es más podría decirles que entre el universo de mujeres que conozco, soy una de las que más tiempo estuvo en el “mercado” de solteras.La pasé re bomba. Me deprimí y lloré días enteros –sobre todo antes del período– porque quería, necesitaba, mimos. Llamé a alguno que no me merecía para que me lleve a cenar a un lugar lindo y me los haga. Bardeé a muchos tipos. Encaré a unos cuántos histéricos. “Flaco, ¿vos qué onda conmigo? ¿Querés ser mi socio, mi novio o mi amigo?”, le tiré una vez a uno que se hacia el Facha.
Me enamoré, me junté, quedé embarazada y le escribí una carta a mi bebé. Perdí mi bebé. Lloré como un bebé. Odié la os bebés. Y se me pasó. Me separé y me mudé conmigo. Cuando me encontré de nuevo, empecé a salir con amigas. Encontré a mujeres que sufrían mucho por tipos que valían poco. Ahí sentí claramente que la etapa Sex and the City había caducado. Entonces decidí salir con amigos. Los hombres hablan muchas pavadas, pero nunca se tiran abajo. No se hacen mala prensa. No dicen: “¡Uhh no hay mujeres, tratemos de enganchar una porque nos vamos a quedar solos!”. Los tipos conversan sobre trabajo, de minas, alucinan levantes geniales y se matan de risa. Así que decidí que ellos iban más con mi idea de salida de viernes a la noche que mis amigas treintañeras. Usé a los hombres como parches y le puse fichas a cada nabo que ni yo me la creo. Colgué la toalla con los candidatos y no esperé nada de los hombres. Por suerte todo salió muy bien. Pero eso es arena de otro costal.
El tema de las mujeres de 40 es todo lo otro.
¿Nos hacemos las liberadas cuando en realidad sólo queremos casarnos y tener bebés como las mujeres de los años 50? ¿Por qué parecemos poderosas en la calle y en los bares pero en el living de nuestras casas lloriqueamos porque nadie nos quiere como queremos? ¿Por qué no nos quieren así, bien, con compromiso y sin trampas? El otro día alguien me dijo: ése acelera con el freno de mano puesto. La idea me quedó rebotando. ¿Cuál es el freno de mano de las mujeres que cumplimos 40?
Las que son madres, luchan contra el paso del tiempo, la pancita floja, las pendejas que pueden disputarle al hombre.¡Las pendejas vienen bravas!, dicen. ¿Y nosotras, qué? ¿Venimos jodidas? ¿Por qué una mujer exitosa, guapa e independiente estaría jodida a los 40? ¿Por qué buscamos culpas propias cada vez que termina una relación? ¿Por qué nos convencemos de que hay pocos hombres y que nadie quiere un compromiso? ¿Por qué sentimos que el hombre es la manzana deseada en el “mercado emocional”, el que tiene el toro por las astas a la hora de elegir? ¿Por qué avanzamos con el freno de mano puesto?Porque el hombre, dominante en el mercado de los afectos nos hizo creer su estrategia de marketing estudiada durante milenios.
De esto habla la socióloga Eva Illouz en su libro, Por qué duele el amor. Ahí dice que bajo las condiciones de la modernidad, y justamente, gracias a éstas, los hombres cuentan con un abanico de opciones sexuales y emocionales más amplio que las mujeres, lo cual produce un desequilibrio que sienta las bases para que esta nueva dominación se concrete.
Este nuevo orden se asienta en las diferencias temporales biologías que experimentan hombres y mujeres para concebir hijos: mientras las mujeres cuentan con plazos limitados, los hombres pueden postergar indefinidamente la decisión. Esa ventaja comparativa sería utilizada para fomentar percepciones culturales femeninas acerca del propio cuerpo y de sus posibilidades en la formación de pareja. Concebir socialmente a la mujer como una unidad definida por lo cronológico y amenazada por el deterioro, es una primera instancia de dominación. Luego, una suma de creencias naturalizadas, fomentaría algo que la autora denomina “sentimiento de escasez” de hombres.
¡Illioz es mi media naranja!
Conclusión: también tenemos que dar la lucha por la independencia emocional. ¿Otra lucha? Sí, porque cuanto menos demanda, más oferta.
No nos conformemos y sobrevolemos los 40 como las gaviotas con las nubes. Mandemos a la mierda a los tipos tramposos que nos quieren de plan B y a los que no son claros y a los que no nos valoran. Si necesiten afecto, usen algún hombre bueno, aunque no sea el gran amor, que sí sea un amor de persona.
Aislemos a los malos y a los narcisistas.
Porque la ley de supervivencia dice que hay que adaptarse o morir.
Brindo por nosotras.
¡Déjense de embromar! ¡No tiren perlas a los chanchos!