¿Por qué Lola?

Por: Leila Sucari @LeilaSucari

Mientras todos los medios cubren el asesinato de Lola Chomnalez, otros muertos pasan desapercibidos ¿De qué depende el seguimiento de una u otra noticia? ¿Por qué si hay en nuestro país un femicidio cada 30 horas de la mayoría no nos enteramos y algunos pocos se vuelven hipermediáticos? ¿Por qué algunas muertes tienen más prensa que otras? ¿Qué características tiene este caso que resulta tan “atractivo”?

Por Leila Sucari

El sábado 27 de enero Lola bajó del micro con una sonrisa. Iba a pasar unos días de vacaciones junto a su madrina en Valizas, un tranquilo balneario de la costa uruguaya. Al día siguiente, después del almuerzo, salió a caminar con su mochila rosa y un libro para leer en la playa. Dos días después su cuerpo apareció semienterrado en la arena. La adolescente de 15 años tenía cortes en el cuello y había sido asfixiada. Desde ese momento los medios no paran de hablar del caso.

La muerte siempre nos deja perplejos. Pero si se trata de un asesinato y, peor aún, si es el asesinato de una niña o una adolescente no hay explicación que alcance. María Ripetta, especialista en policiales, explica: “Los asesinatos de jóvenes resultan muy shockeantes porque dan cuenta del horror. Uno no puede creer que haya tantas chicas asesinadas de maneras brutales. Los hechos no son delictivos, sino que están dentro del marco de una perversión, de un problema social de violencia contra las mujeres”.

En nuestro país cada año asesinan a 21 mujeres menores de edad, según un estudio de La Casa del Encuentro. Sin embargo, la cobertura de los femicidios depende mucho de quién sea la víctima. En el caso de Lola -una chica linda, de una familia reconocida de clase media/alta- nadie dudó de su inocencia ni se atrevió a justificar tremendo crimen. Al contrario, todos nos compadecemos y acompañamos a la familia en el dolor de la pérdida y en la exigencia de justicia. Cada vez que una joven es asesinada deberíamos actuar de este modo, pero no es lo que sucede. La víctima es directamente proporcional al estereotipo de “chica modelo”. Si estudia, si cumple con los parámetros de belleza y proviene de una “buena familia”, la víctima se convierte en ángel. Lloramos su muerte y tememos por nuestros propios hijos: si le pasó a ella, le puede pasar a cualquiera. Todos estamos en peligro. “Hay casos como el de Lola que tienen más repercusión porque se generan cierta identificación con la víctima”, señala Ripetta. “Una chica de quince años con una vida ‘normal’, sin problemas a la vista, que no le generaba conflictos a sus padres ni tenia problemas de adicciones impacta más en la gente porque sienten que les podría pasar a sus hijas”.

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Ahora bien, si se trata de una chica de los suburbios, que dejó la escuela y “le gusta la noche”, la cosa cambia completamente. Eso fue lo que pasó, por citar un caso, con Melina Romero, la adolescente de 17 años que asesinaron a golpes en José León Suárez en el mes de septiembre. A pesar de tener casi la misma edad que Lola, la cobertura fue muy diferente: mientras que a Lola la definen como “la chica que soñaba con viajar por el mundo”, Melina era “Una fanática de los boliches que dejó la secundaria”.

“Melina era una chica de otra clase social, vestida de otra manera, con otros gustos, entonces no existió la misma identificación que con Lola”, dice Ripetta. “Hubo gente que por poco dijo que ella se lo buscó, el típico y nefasto ‘algo habrá hecho’. Ahí es cuando sale todo el machismo latente: si una mujer viste de determinada manera parece justificable que la violen, o si una mujer llega hasta determinado punto y dice ‘no’, ese ‘no’ no tiene valor. Son cosas que uno cree que quedaron en el pasado pero siguen estando presentes. En el caso de Melina se ve claramente. El caso de Lola es ‘me tocaron a la nenita’ y el de Melina es ‘ella estaba en un contexto que se predisponía’. La realidad es que las dos son victimas, las dos fueron asesinadas, y las dos merecen justicia”.

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Melina Romero no sólo fue víctima de sus asesinos, sino de cada uno de los que insinuaron que merecía su muerte por ser “una chica rápida”. Culpabilizar a la víctima de su propio asesinato es otra cara de la violencia de género. Los asesinatos y los casos de violencia contra la mujer cruzan todo tipo de fronteras: de clase, raciales y religiosas. El tratamiento de cada uno merece el mismo respeto y la misma dedicación para esclarecer los hechos y juzgar a los culpables. Los muertos son -o deberían ser- todos iguales. Los femicidios no son hechos aislados, se trata de un problema que refleja una sociedad patriarcal históricamente desigual. Según un informe realizado por la Asociación Civil Casa del Encuentro, en Argentina durante 2013 hubo un femicidio cada 30 horas. Y en el mundo alrededor de 3 millones de mujeres por año son víctimas de la violencia de género.

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Estigmatizar a una víctima es algo habitual para los medios de comunicación y el público en general. Si se trata de una mujer joven o una adolescente la estigmatización es casi automática. “Se vive el policial como si fuera una novela, como si no fuera un hecho de la vida real donde hay una familia destrozada. El caso se transforma en un entretenimiento veraniego, una telenovela de entregas”, dice Ripetta. “El año pasado los casos que más repercusión tuvieron fueron el de Melina Romero y el de Selena Rodríguez, sin embargo hubo muchísimos crímenes que pasaron desapercibidos, muertes de las que nadie habló”.

Todas -las que aparecieron en las portadas de los diarios y las que fueron invisibles para los medios- son mujeres que fueron asesinadas por un problema social que debemos pensar y resolver de manera colectiva. No se trata de buscar explicaciones que nos tranquilicen, imaginando – por ejemplo- que salir de noche nos expone a la violencia y que haciendo una vida tranquila estamos salvadas. Se trata de tomar conciencia del femicidio a nivel político y nacional para crear leyes y comportamientos que nos cuiden y ayuden a encontrar y juzgar a los asesinos.

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