Just a Gigoló – del subdesarrollo

Por: Jazmin Bronstein @JazBronstein

Embelesado por unos escasos minutos de fama, Bazterrica aterrizó en los medios con sus dentadura asimétrica y oleosa cabellera dispuesto a instalarse en la agenda.  Radiografía del gigoló del subdesarrollo. 

Parece un personaje de Peter Capusotto y sus videos, pero no. Es real y se llama Javier Bazterrica. O Máximo Nazar Anchorena, como solía presentarse ante el sexo femenino. Dice tener 37 años y vivir de una herencia que le dejó el padre. Para los medios ya es una estrella: de El diario de Mariana pasó a Intrusos y Telenoche sin escalas. Mientras tanto, sobre él pesa una orden de captura en Rosario por supuestas estafas a más de una veintena de mujeres, entre las que está Adriana, la hermana de Flavio Mendoza.

El #GigolóEstafador, como lo apodaron en Twitter, giró toda la semana por los canales negando todo. Se ganó hasta un escupitajo de Flavio Mendoza, que defendió a su hermana al escuchar que Bazterrica juraba nunca haber estafado ni mentido. El merodeador de señoras se escondía detrás de apellidos aristocráticos como “Anchorena”, “Nazar” o “Baigorria” y decía ser polista. Pero el cuentito  de la high society no lo llevó a buen puerto. Ahora lo acusan, entre otras cosas, de haber robado 80 mil pesos, ahorros familiares y un Honda Fit.

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¿Qué sería un gigoló? No vale contestar “la canción de David Lee Roth”, aunque no es tan desacertado. Cobrando por cada baile, vendiendo cada romance.  Just a Gigoló, -en este caso, del subdesarrollo-.  Es un término que viene del francés, formado a partir de gigue (baile). Como suele suceder en este mundo machista, la palabra viene de gigolette, supuesta “mujer desvergonzada”. El hombre que podía acompañar a estas mujeres era nombrado como gigoló.

Así fue como diccionarios y enciclopedias tomaron la definición del hombre joven mantenido por una mujer, generalmente mayor, que recibe su compañía y tiene con él relaciones sexuales. Una especie de bon vivant, rentado ¿Entra Bazterrica dentro de estos parámetros o su supuesto accionar disfraza patologías más profundas?

Qué tendrá el joven de pelo grasoso, esa es la cuestión. Los psicoanalistas se lanzaron a analizar de inmediato el fenómeno. En seguida le dijeron psicópata, manipulador, falto de conciencia moral. El psicólogo Harry Campos Cervera explicó a Infonews que su perfil encuadra en las personalidades psicopáticas, antisociales, con capacidad de seducción, que usan a los otros para beneficio propio sin culpa.

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El retruco llegó en boca del psicoanalista Adolfo Deschamps, de la Universidad Kennedy, para el que el psicoanálisis “se juega solamente entre cuatro paredes” y fuera del consultorio “no tiene nada para decir”. Bazterrica sería para él un estafador que busca su propio beneficio, pero no un psicópata. “Estamos viviendo en el sistema capitalista y la perspectiva de que el dinero hace bueno al malo y lindo al feo ofrece estas oportunidades”. Nada nuevo bajo el sol. El problema no está tanto en el apellido de ricachón o el atuendo polista, sino en qué efectos producen esos recursos en el otro.

El abuso de mujeres vulnerables es la verdadera estafa, la que más molesta. También marca Deschamps un concepto hegeliano que bien podemos traducir en frase de café: para que haya un amo tiene que haber un esclavo. El gigoló polista supo manejar a la perfección la debilidad de las mujeres con las que trataba. Ellas pusieron la plata y compraron su nombre, pero él sacó provecho de esa relación. Vaya paradoja ¿Quién domina a quién entonces?

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Con los años el origen de la palabra fue mutando. Ahora la cuestión es más confusa: el gigoló no es exclusivamente el hombre que busca el amor y el dinero de una mujer mayor, sino que puede seducir a una de su edad, o incluso menor, pero siempre buscando que lo mantengan. Esto suena más familiar ¿Quién no tuvo un vividor en el placard, no? La que esté libre que tire la primera piedra –y agradezca tal fortuna-.

Llegamos al famoso gigoló del siglo XXI. Ese que, casualmente, nunca tiene un mango, pero siempre es azaroso eh. Un día se olvida la billetera, otra es su cumpleaños. O la tarjeta sin fondos, ¿por qué no? “Linda, ¿no pagás hoy las birras y la muzarella en Guerrín que yo pagué el cuartito de helado que compartimos la salida pasada?” ¿No me creen? Es real. Le pasó a la amiga de una amiga.

Seguro ya ubicaron algunos en su entorno más cercano…

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