PampitaGate: Sexo, mentiras, paltas y videos

Por: Quena Strauss

¿Por qué  una mujer engañada a repetición por su pareja termina culpando a la “tercera  discordia” en vez de revisar qué pasa con su marido? ¿Por qué matar al mensajero?

Por estas horas, la imagen de una pareja captada por una cámara de  seguridad se repite en televisión, redes  sociales y revistas faranduleras. Tampoco es para menos: un nuevo episodio de la saga Pampita- Benjamín Vicuña vuelve a magnetizar  con nuevas dosis de gritos, engaño, escándalo y explicaciones que rozan lo absurdo. Otra vez sopa, sí. Pero qué sopa más rendidora!

La historia es conocida. Mejor dicho: no hay manera de no conocerla, de abstraerse de ella, cuando ni siquiera los programas supuestamente “serios” consiguen evadir el canto de las sirenas mediáticas cuando hay de por medio dos mujeres bellísimas, un galán dado a picafloreo a mansalva, una historia de traición y –no se rían- hasta una palta.

Seamos breves. Ahorremos algunos detalles. Digamos simplemente que Benjamín Vicuña (marido de Pampita y padre de sus hijos) está filmando una película, El hilo rojo, junto a la Eugenia “China” Suárez quien carga sobre sus espaldas con un notable historial de tercera en discordia. Si alguien pensaba que esta vez sería la excepción, se equivocó. Y las ondas del escándalo todavía no se han disipado del todo.

Que Pampita los sorprendió teniendo sexo en el motor home que comparten durante las grabaciones. Que (Pampita dixit) a ella le tocó “ver lo peor que podía ver una mujer”. Que (China Súarez dixit) en realidad no pasó nada, el motor home era (a juzgar por la cantidad de gente en circulación)  casi un colectivo estudiantil rumbo a Bariloche y que ella estaba, apenas, descansado sobre la cama tras comerse “una palta”.

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Hasta aquí, los detalles tragicómicos de un episodio en el que no cesan de aparecer declaraciones, videos, contra-declaraciones y hasta cartas documento como la que Vicuña le hizo llegar a la producción de Jorge Rial, exigiendo “decoro y respeto”. La carta documento circuló en Twitter y Rial, fiel a su estilo, sólo acotó: “Negro, quien tiró tu decoro al diablo fue tu mujer, o ex mujer”. Y, claro, tampoco perdió la oportunidad de rebautizar a Vicuña como “el Señor de las Paltas”.

Y tal vez ése sea uno de los puntos más incomprensibles de toda esta comedia de enredos en la que –aunque la “tercera en discordia” vaya rotando- los roles de marido y mujer permanecen inalterados. Ella, sonriendo frente a las cámaras y a los gritos en la intimidad; él, sobreactuando a El Hombre que No Tiene Nada que Esconder y negando a muerte su costado Gran Predador. Que, coinciden en señalas los periodistas de espectáculos, lo tiene y por demás desarrollado.

Para la psicoanalista Adriana Guraieb, el Pampita Gate es un ejemplo claro de “matar al mensajero. Esta es una metáfora que aludo al acto de culpar a una persona que trae malas noticias, en vez de culpar al autor de la misma. Sigmund Freud considera que  prestarle más importancia al mensajero que al mensaje es una forma de defenderse porque no se puede tolerar, lo insoportable”

¿Y qué sería “lo insoportable”? Según la psicoanalista Patricia Alkolombre, “la infidelidad. Este es un momento particular en la vida de una pareja en el que se produce una ruptura del acuerdo de ser “el uno para el otro”. A parece un tercero  y se rompe la promesa implícita de exclusividad entre los dos. Esta ruptura del acuerdo se acompaña de sentimientos muy intensos y dolorosos vividos como engaño y traición. La ilusión de compartir una relación de intimidad y exclusividad se transforma. Algo se detiene y la visión de la pareja cambia abruptamente”.

Es por eso que siempre es más fácil concentrar los misiles en la “roba-maridos” de turno que en el marido mismo y su insaciable apetito por degustar sábanas ajenas. No, no es muy lógico pero bajo los efectos devastadores de la infidelidad hasta lo más ridículo parece aceptable. Cabe entonces compartir con el mundo imágenes privadas (como hizo Pampita), arrobar a la “bruja” del caso (como hizo Pampita) y hasta abalanzarse sobre Lady Palta como si fuese  un  puro acto de justicia.

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Para Guraieb, por otra parte, semejante gasto de energía en una perfecta desconocida se explica si pensamos que, en realidad, “la mujer que desea vengarse de la amante lucha con ella misma ante el sentimiento de inutilidad  que siente y hace un intento, muchas veces fallido, por mostrar el poder absoluto de ser la oficial y no la otra. La madre de los hijos de ambos, y no una aventura”.

Así, por obra y gracia de un complejo mecanismo de evitación y persistencia en su apuesta por esa pareja es como han logrado barrenar a lo largo de una década un matrimonio nacido al calor de una infidelidad  y, desde entonces, sacudido a cada rato por rumores de engaño, seguidos de épicas escenas de celos, reconciliaciones y finales felices que aparecían en todas las revistas. Hasta que el siguiente match volviera a estallar.

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¿Será este el último capítulo? ¿Puede haber realmente “último capítulo” cuando –en nombre de amor, de la familia, de los niños- todo ha sido sucesivamente ocultado y expuesto, armado y destruido, construido y roto? ¿Hay vuelta atrás cuando el atrás está superpoblado de gente? Y, lo más irremontable de todo, ¿cuando no se termina de ver que el problema está adentro y no afuera de la pareja? Hasta saberlo, nos seguiremos comiendo las uñas frente a la pantalla. Y una palta también, qué tanto.

 

 

 

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