Piedra libre para quejarse de los hijos

Por: Leila Sucari @LeilaSucari

La maternidad color de rosa, quedó en el pasado. Ahora las madres se animan a hablar del lado B que implica la crianza de los niños. ¿De qué sirve hacer catarsis? ¿Cómo liberarse de la culpa? ¿Aceptar el lado incorrecto de la maternidad nos hace mejores madres?

Por Leila Sucari @LeilaSucari


Estoy agotada, desde que nació Santino no pego un ojo en toda la noche, le dice una mamá a otra en la plaza. Te acostumbrás rápido, el problema es cuando crecen, la mía está en plena etapa de berrinche y con el más grande es una lucha constante para que largue la computadora, responde la más experimentada. Al final la maternidad es una estafa, dice la mujer embarazada mientras se sostiene la panza de siete meses. Me decían que iban a ser los nueve meses más lindos del mundo y vivo cansada, lloro por todo y me siento un elefante. Tranquila, vas a ver que cuando le veas la carita, la felicidad es única, asegura otra mamá mientras hamaca a su hija. Es así, chicas, la maternidad es una montaña rusa, pasás del cielo al infierno en un segundo, remata la experimentada con un mate en una mano y una galletita de avena en la otra.

Dormir mal. No tener tiempo para nada. Deshacerte de amor la primera vez que sonríe. Sufrir como una condenada porque se resfrió y la fiebre no le baja. Mirarlo mientras duerme como si fuera el mismísimo dios en la tierra. Olvidarte de lo que es ir al cine. No poder tomar alcohol. Que diga mamá y que todo tenga sentido. Que tu casa viva en estado de desorden perpetuo. Sentirse sola a pesar de estar acompañada. Llorar de felicidad porque dio sus primeros pasos. Tener que programar hasta el momento de chapar. Comer a velocidad récord. Llorar porque no para de llorar. Vivir al borde de la locura. Ser madre es una gran aventura, una experiencia intensa y reveladora. Pero nada tiene que ver con el cuento de hadas que venden las publicidades. Al contrario, lejos de ser un cuarto pintado de blanco con un bebito zen, es un caos de todos colores donde abundan las luces y las sombras.

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Por suerte, nuestra generación se permite lo que nuestras madres y abuelas tenían prohibido: sacar los trapitos al sol. Quejarse. Hablar mal de los hijos. Compartir el sufrimiento y la incertidumbre que muchas veces provoca la crianza. Reirse de los errores y desconfiar de los aciertos. “Eso de ‘nadie me avisó’ creo que se refiere a la sorpresa de que las cosas no son tan felices, la maternidad es una felicidad compleja. Durante los primeros meses como primerizas nos topamos con un montón de frases hechas y supuestas verdades, y descubrimos una gran hipocresía y falta de tolerencia hacia las mujeres. En verdad nadie sabe nada sobre cómo criar a un hijo: simplemente una lo hace, como mejor le sale”, dicen Ingrid Beck y Paula Rodriguez, autoras del libro “Guía inútil para madres primerizas”.

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No se trata de dejar de disfrutar la maternidad, sino todo lo contrario. Cuando se es capaz de hablar con sinceridad sobre las contradicciones que causa el torbellino de amor y desesperación que provocan los hijos, cuando se pueden tomar con humor ciertas escenas cotidianas que rozan lo patético y cuando se puede hacer catarsis de lo que duele y da miedo, también abrimos las puertas a los momentos de auténtica felicidad. Aceptar que no existen fórmulas ni recetas y animarse a perder un poco el control, nos transforma en madres de carne hueso. Que ríen, lloran, se emocionan y putean.

“Hace unos años no existían blogs, ni webs y casi nada de información sobre lo que hoy llamaría ‘maternidad real’, o la maternidad tal cual la vivenciamos muchas mujeres que no encajamos en lo que se solía esperar de una madre promedio. El embarazo ‘era lo mejor que te podía pasar en la vida’ y ser mamá ‘lo que siempre soñaste’. Nadie se angustiaba en el puerperio ni le dolía la bajada de la leche, nadie me avisó que se me iban a poner las tetas duras, hirviendo, y que me iba a dar fiebre. En ese momento, cuando me desayuné que el ‘combo bebé’ venía con un montón de ‘ítem’ de ‘regalo’ odié el mundo y juré escribir un libro que se llamara Las embarazadas mienten… hoy, con todo el amor que recibo de mis hijos (sí, reincidí en la maternidad porque tengo un corazoncito suicida), con lo feliz que soy como madre, con el tiempo transcurrido y con la experiencia a cuestas, puedo reflexionar más profundamente sobre qué nos pasa a las mujeres que hablamos tan poco de nuestras emociones y experiencias maternas, o por qué no lo hacemos con mayor sinceridad”, cuenta Carla Czudnowsky, autora del libro Masmadres y del blog Odio a mis hijos.

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Juntarse con otras mujeres, hacer tribu de madres en las plazas, las páginas web o las puertas de los supermercados. Compartir experiencias y frustraciones hace que la maternidad no sea vivida como una carga puertas para adentro, sino como una vivencia que también puede ser colectiva. Donde se puede decir todo sin tabúes, pedir ayuda cuando se está por colapsar y crecer en conjunto. Desarmar los manuales y desobedecer los consejos. Buscar una forma propia. Porque tirar a la basura las certezas empaquetadas y los mandatos de abuelas y revistas femeninas no nos hará mejores o peores madres, pero sí personas más livianas de culpas y angustias, mujeres más libres capaces dar y recibir amor.

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