El nene me llora: límites y crianza

Por: Leila Sucari @LeilaSucari

¿Qué hacer si tu hijo no quiere ir a la escuela? ¿Y si se encapricha porque quiere romper tu agenda y hacerla papel picado? ¿Cuándo decirle basta a los caramelos? ¿Dónde poner el límite?

Por Leila Sucari

Mientras los nenes corretean por la salita, cantan canciones y arman castillos de cubos de colores, tu hijo se queda pegado a tus piernas y te agarra fuerte como si fueras una balsa en medio del oceáno. Ya pasaron varias semanas y aún no hay forma de convencerlo para que te suelte y se ponga a jugar. Si cruzas la puerta llora desesperado, te dice que no quiere y que odia ir al jardín y a vos se te parte el alma. Entonces no sabés qué hacer: si cambiarlo de colegio, si quedarte hasta que te echen, o hacer de tripas corazón y dejarlo llorando con la esperanza de que se adapte. Tampoco sabés cómo reaccionar cuando te pide más galletitas de chocolate y, frente a la negativa, hace un berrinche que te deja sorda. O cuando están haciendo las compras y llora sin parar porque quiere un juguete que no le vas a poder comprar. ¿Cómo distinguir un capricho de un auténtico pedido de auxilio? ¿Para qué sirven los límites? ¿El “no” es importante?

En las generaciones pasadas la disciplina era incuestionable: la palabra de los padres tenía una autoridad inapelable, el deber se cumplía “porque hay que hacerle caso a los mayores” y los castigos eran fuertes, desde no comer o ir al rincón hasta recibir el típico “chirlo”. Hoy está comprobado que la mano dura en la crianza no da buenos resultados y causa problemas de autoestima y dificultades en el desarrollo. Eso no quiere decir que los castigos hayan desaparecido, según UNICEF, el 46,4% de los padres aún utilizan golpes y maltratos psicológicos como métodos correctivos. Sin embargo, en la actualidad la condena a la violencia es mucho mayor y existe una conciencia más profunda sobre los derechos de los niños.

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Las corrientes de crianza con apego hablan de dejar que cada chico tenga sus ritmos, de respetar sus tiempos y sus formas durante el crecimiento. Los beneficios son muchos: tienen más seguridad en sí mismos y mayor capacidad de aprender y adaptarse a situaciones adversas. Pero hay una realidad y es que, por mucho respeto, amor y paciencia que tengamos con nuestros hijos, hay un momento en el que tenemos que decir “no”. Ese momento llega temprano y comienza a reproducirse de manera descontrolada: no a los dedos en el enchufe, no a morder a mamá, no a tirarle de la cola al perro, no a revolear por el aire el celular de papá, no a pegarle al hermanito, no a a comer el paquete entero de galletitas, no a salir sin pantalón a la calle, etc. El nene llora y no sabés qué hacer ni cómo manejar sus berrinches. Te angustia tener que decirle no a cada rato pero tampoco podés vivir en la anarquía. Según una encuesta hecha a 1060 padres y madres de adolescentes, el 65% les prohíbe las computadoras, celulares o tablets como método de castigo, pero con los más chiquitos esa no es una opción. ¿Entonces? ¿Realmente es necesario que los niños lloren y pataleen para aprender? ¿Les hacemos un daño si los consentimos?

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“Se escriben libros enteros dedicados a la ciencia de ‘poner límites’, se dice que se deben imponer por el bien del niño, que si a un chico se le da todo lo que quiere se lo convierte en un malcriado que tendrá graves problemas de conducta”, explica el pediatra Carlos Gonzalez. “La realidad es que no debemos darles a nuestros hijos todo lo que nos piden, pero no porque eso los malcríe, sino porque es imposible. La capacidad para adaptar los límites a las situaciones se llama flexibilidad y es una virtud que conviene enseñarles a los niños desde pequeños y a través del ejemplo. No defiendo que no se pongan límites, pero pido que no sean límites artificiales. Prohibir por el sólo hecho de “marcar bien los límites” y que “se acostumbre a obedecer” no tiene sentido. Los niños, al igual que los adultos, no necesitan castigos para aprender. Lo máximo que te puede enseñar un castigo es a hacer cosas con disimulo, eso no es conciencia moral sino pura hipocrecía. Se puede educar perfectamente hablando, con cariños y sin violencia ni amenazas”.

Si bien existen educadores y psicólogos que advierten sobre la necesidad de aplicar el autoritarismo en la casa para evitar que los niños se conviertan en tiranos y adopten conductas agresivas y rebeldes, no está comprobado que los límites duros sean sinónimos de buena educación ni mucho menos que generen chicos tranquilos y alegres. La gran verdad es que no existen recetas.Es normal que los padres puedan sentirse desesperados por la actitud de los hijos, por no saber cómo intervenir ante un berrinche”, dice la psicóloga Rocío Ramos. “Desde que son bebés conviene ir marcándoles normas con cierta flexibilidad. Al igual que sabe que cuando le bajamos la persiana es que tiene que dormir. Con estas sencillas normas empieza a asimilar que existen límites. El gran problema llega cuando el pequeño cumple los dos años y medio y manifiesta grandes rabietas, sucede que evolutivamente a esa edad asimilan que no todo es posible”.

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Llorar es parte del aprendizaje y de la vida. Existen momentos en los que decir que no es la única opción posible y no queda otra que soportar mal que nos pese la angustia y frustración de los hijos, pero el castigo por el castigo mismo es inútil. “No sólo deberían evitarse los castigos porque son una falta de respeto, sino porque agravan los problemas, más que resolverlos”, dice la puericultora Rosa Sorribas. “Los niños que suelen ser castigados en casa tienen más posibilidades que otros niños de comportarse mal, aprender a ganar usando la fuerza y, además, cuantos más castigos recibe una persona, más enojada se sentirá, peor se comportará y más castigos recibirá. Es un círculo vicioso del que se sale a través de la comprensión y el buen trato”.

Para saber más:

http://www.unicef.org/ecuador/CastigoFisico_CR.pdf

http://apegoasombro.blogspot.com.ar/

http://www.crianzanatural.com/art/art161.html

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