El pasado 14 de junio se cumplieron treinta años de la muerte de Jorge Luis Borges en Ginebra, Suiza. Pero a tres décadas de este hecho, y con la reciente aparición de El tango, se puede decir sin exagerar que su obra está más vigente que nunca.
El tango compila cuatro conferencias sobre el género que Borges dio todos los lunes de octubre del año 1965 en un departamento en el barrio de Constitución. Esas reflexiones de Borges fueron grabadas, y el hallazgo de estas cintas incluyó un periplo que terminó en María Kodama, su viuda, quien verificó su autenticidad y autorizó su publicación. Pero el hecho también se puede verificar en la entrada del jueves 23 de septiembre de 1965 del monumental diario en el que Adolfo Bioy Casares dio cuenta de la amistad que tuvo con el autor de El aleph. Ese día Borges, sin dudas con su cabeza puesta en la preparación de estas ponencias, habló sobre el género con Bioy.
Según cuenta él, “en una discusión con Aníbal Troilo, Borges sostuvo que el tango nació en el centro, no en los arrabales, y que lo impusieron los ‘niños bien’. Borges: Un historiador del tango, de un café de Boedo, sostuvo que la cuna del tango eran las Balvaneras. Como hay Balvanera Sur, Balvanera Oeste y Balvanera Norte, todos los barrios de la ciudad están representados y nadie puede protestar”.
Más allá del humor borgeano del final del recuerdo de Bioy, el argumento que Borges le presenta a Troilo es la clave de las conferencias que compila El tango. Con una precisión de cartógrafo que bien pueden ser asociada con las derivas psicogeográficas del inglés Iain Sinclair por Londres, Borges recuerda cómo era la ciudad en 1880, según él el momento en el que nació el tango. Una Buenos Aires de casas bajas, con un Barrio Sur que es visto “como una suerte de corazón secreto de Buenos Aires; podríamos decir: aquí está Buenos Aires”, con calles con otras denominaciones (“La Calle Larga de Barracas, actual Avenida Montes de Oca y la Calle Larga de la Recoleta, actual Avenida Quintana”) y con negros descendientes de esclavos “que estaban limitados al servicio doméstico, y envejecían y morían en las casas de los patrones, un poco identificados con ellos”. Allí, entre compadritos, guapos y “casas malas”, y con raíces musicales en la milonga y la habanera, aparece el tango.
Pero cuando las clases altas, representadas por esos “niños bien” a los que aludía en el diálogo con Pichuco, adoptan al tango, es cuando el tango realmente se establece como la música porteña por excelencia. Y si bien Borges pondera la figura de Gardel, en cierto modo lo responsabiliza de cambiar el foco de las letras. “Gardel toma el tango y lo hace dramático. Ahora, una vez que Gardel ejecutó esa proeza, se escribieron tangos para ser cantados de un modo dramático. Tangos, por ejemplo, como ‘Te fuiste, ja, ja… Que te cacha el tren’ (…) Todo eso nada tenía que ver con el antiguo compadrito”.
Borges finaliza su exposición con un regalo inesperado para el lector: la génesis de su cuento “Hombre de la esquina rosada”. Leer el nacimiento de esa obra maestra, como ocurre casi siempre con sus textos, es asistir a una clase de literatura dictada por el mejor profesor. Dejemos que sean ustedes quienes descubran y disfruten esa maravilla escondida en este libro sobre tango.