En nuestro país, son pocas las mujeres que pueden dar la teta. Y no es únicamente porque la policía no las deja, porque la gente las mira mal o porque no encuentran espacios cómodos para hacerlo. El pezón como símbolo de la maternidad que molesta. La mirada #BORDER en la semana de la lactancia materna.
Hace poco días, en nuestro país se realizó una teteada masiva a modo de protesta luego de le impidieran a una mujer darle el pecho a su bebé en una Plaza de San Isidro. En las redes sociales, el movimiento #FreeTheNipple, viene denunciando lo mismo, ante la censura de postales de la maternidad similares, en cualquier lugar del mundo. Pero mientras miles de mujeres se pronuncian en contra de la censura al pezón y de la reducción de los pechos a simples objetos de deseo, otro debate palpita de fondo y marca el pulso del lugar al que podría (y probablemente debería) desembocar la cuestión acerca de dónde y cómo dar la teta.
En nuestro país, son pocas las mujeres que pueden dar la teta. Y no es únicamente porque los policías no las deja, porque la gente las mira mal o porque no encuentran espacios cómodos para hacerlo. No es porque las redes las censuran. Las mujeres argentinas no pueden dar la teta porque al sistema legal le parece una pérdida de tiempo que ellas pasen más de tres meses disponiendo de la tranquilidad necesaria para alimentar a su hijo. No pueden amamantar porque al sistema jurídico le interesa poco y nada que los bebés se formen de la manera más saludable, el tiempo necesario que su desarrollo lo requiere. Entonces, no es que las mujeres argentinas no pueden dar la teta en público, es que casi no pueden dar la teta en sí, sin arriesgar su futuro laboral, su estabilidad económica y su lugar en un mercado cada vez más precario.
En la semana de la lactancia materna, son muchas las organizaciones que señalan que si el género femenino se permite llegar profundo con este debate, las teteadas masivas serán solo la punta del iceberg. La exhibición del pezón entonces, podría convertirse en la perfecta metáfora de lo molesta que le resulta la maternidad a un sistema que le pide a una mujer que se reponga en noventa días para volver a jornadas de ocho, nueve y diez horas en las que casi no se les permite salir a ver a su hijo, trabajar media jornada o resolver tareas desde su casa, sin un severo riesgo a ser reprendidas, sobre todo, económicamente. ¿Cuántas mujeres pueden correr el riesgo de quedarse sin trabajo con un hijo recién nacido? De acuerdo a los números, muy pocas.
En Argentina, casi la mitad del mercado laboral está compuesto por mujeres. El 30% de ellas son jefas de hogar, es decir, el principal ingreso de sus familias. El 60% de las mujeres que son madres, se encuentran trabajando en negro, de acuerdo a cifras de La Fundación Observatorio de la Maternidad. Y no importa cuál sea su área de desempeño, si el trabajo doméstico o la actividad profesional, en promedio, todas ganan un 30% menos que sus pares varones en los mismos roles. En un contexto tan hostil, la posibilidad de amamantar a un bebé por más de tres meses es un lujo que la mayoría no se plantea, aunque sea en realidad un derecho de la mamá y fundamentalmente, del bebé.
La falta de consciencia sobre esta problemática hace que día tras día, miles de nuevas madres se enteren sobre la marcha de que, justo cuando están comenzando a entender cómo dar la teta, cuando logran que la leche baje por sus pechos, cuando empiezan a conectar con su bebé, simplemente tienen que “soltar” a su hijo a la guardia de otra persona que ni siquiera es el padre, porque los hombres únicamente cuentan con ¡2 días! de licencia por paternidad. Estas mujeres deben convivir con un bombardeo de mensajes pro lactancia materna en un sistema que les hace imposible llevarlo a cabo.
Con todo esto, los niveles de angustia y culpa que sienten al reincorporarse a sus vidas laborales a sólo tres meses de haber sido madres, no son producto del hormonazo ni del estrés. Están íntimamente relacionados con la comprensión de que un bebé necesita el pecho materno (o al menos la presencia) de manera constante por lo menos durante los primeros seis meses de su vida. Es algo que de hecho, asegura la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tampoco es una mera queja caprichosa lo complicado que es recuperarse físicamente del esfuerzo físico que implica transitar las últimas semanas de embarazo y dar a luz. Es lo que advierte la Organización Internacional del Trabajo cuando pide al menos 18 semanas de licencia con goce de sueldo para las recientes madres. Sin embargo, los plazos y modalidades de las licencias en nuestro país se encuentran por debajo de lo estándares recomendados internacionalmente e incluso, por debajo de los regionales, con políticas menos contemplativas que las de Brasil o Chile.
Vale la pena echar una mirada a las políticas de maternidad de países que consideran que lo invertido en la primera infancia es fundamental para garantizar el desarrollo de ciudadanos saludables y evitar por ejemplo, tener que gastar presupuesto en construcción de cárceles y centros para tratar adicciones. En la Unión Europea muchos países que consideran que en los primeros tres años de vida de una persona, influyen en todo el resto de su existencia. Por esta razón ahí se encuentran las licencias por maternidad más largas, la cuales se complementan con derechos y apoyos económicos estatales opcionales. Entre los países que otorgan las licencias pagas de maternidad más prolongadas en Europa figuran la República Checa, con siete meses, Hungría con seis e Italia con cinco.
Otros países como Alemania, compensan lo corto de sus permisos (seis semanas antes de que nazca el bebe y ocho después del nacimiento), con sistemas de licencias optativas que les permiten tanto a madres como padres, trabajar media jornada por un sueldo proporcional o no hacerlo, durante los primeros tres años de un hijo. En caso de no trabajar durante esos primeros tres años, el empleador garantiza la continuidad laboral pero no paga: es el Estado el que se ocupa de brindar alrededor del 70% del sueldo al que la persona renuncia en pos de cuidar a su hijo. El padre puede tomar la licencia laboral en simultáneo con la madre pero en caso de que no lo haga, su trabajo de por si le garantiza igualdad de derecho: tiene dos meses luego del nacimiento del bebé y recibe un aumento de su sueldo durante su primer año de paternidad.
Si bien el caso del estado alemán, como de los estados de los países nórdicos, se presenta como una realidad inalcanzable por los países latinoamericanos, es llamativa la poca predisposición local para comenzar a mejorar el panorama de madres y padres argentinos. En el Congreso argentino, los proyectos para rever las leyes respecto a este tema perdieron vigencia a fines de 2007. Tampoco prosperaron las nuevas contemplaciones sobre embarazos múltiples, ni la posibilidad de equiparar la licencia para madres adoptivas a la biológica. En la era del #NiUnaMenos cabe preguntarse si acaso no es este marco legal totalmente desactualizado, la expresión más contundente de la naturalización de violencia de género.