Del Potro olímpico: un toro y una historia de reveses

Por: Fernando Sommantico @ferlegend1

Contra todos los pronósticos, Del Potro avanzó hasta la medalla de plata con la épica de sus mejores momentos. Por qué el tandilense fue como un toro. El ejemplo de superarse a uno mismo y de volver a un nivel de elite. La proporción de su revés a dos manos.

La bravura de un toro puede asociarse a su capacidad de lucha y de entrega que despliega este animal aún frente a la muerte en la arena. Disminuido físicamente, en un escenario hostil, el toro sigue embistiendo al torero una y otra vez con potencia, resistencia y nobleza. Cualquier otra especie en esas condiciones cargaría con la fatiga y se desmoronaría rápidamente. Pero esa resilencia es lo que lo distingue a los toros.

Del Potro, desde las cenizas.
Del Potro, desde las cenizas.

En Río de Janeiro, en Brasil, el estadio redondo en su estructura se asemejaba a una plaza de toros y por esas arenas pasarían los mejores exponentes de una camada singular de bestias, desde el resurgiente Rafael Nadal, a los mejores de la actualidad, Novak Djokovic y Andy Murray.

La vida a veces se viste de torero: seduce, invita a ser desafiada y muchas veces se torna esquiva. Pero entre esas estocadas también pueden surgir alegrías inesperadas.

A Juan Martín Del Potro, la carrera tenística lo viene tratando mal. En los últimos años, lesiones tras lesiones, operaciones tras operaciones y la lógica de esa muñeca que se volvió por momentos maldita lo alejaron de las plazas. La medalla de plata olímpica es un premio de otras dimensiones para el singlista más solo. 

El camino fue demasiado duro. Ni el azar quiso jugar para Delpo, que llegó con la noticia de un sorteo que lo emparejaba en un previsible debut y despedida en una primera ronda contra el mejor jugador de los últimos tres años, que además estaba hambriento de gloria. Porque Djokovic ganó todo, menos una medalla en los Juegos Olímpicos, y el serbio sabe de ganar todo. Su edad, sus ilusiones y su oportunidad histórica construían una represa difícil de demoler. 

Del otro lado, las ambiciones no parecían muchas. Cuando Del Potro se enteró de su primer rival, el humor lo llevó a descargar presiones. Se sentía «satisfecho» con no irse «rápido del estadio«, comentaba resignado en esos días previos a enfrentar a Nole

Pero llegado el momento, no hubo lugar para la humorada.  Del Potro asumió el partido con mucho coraje, término que me parece mas apropiado al de garra, un valor más asociado al futbol, relacionado con sacar fuerzas de todos lados y ganar como sea dejando que la voluntad por sí sola resuelva la situación. La garra es un jugador muy voluntarioso corriendo como nunca pero sin una idea clara de lo que debería hacer. La palabra coraje, en cambio, tiene raíz en el vocablo francés coeur que significa corazón.

En Occidente, se suele asociar la mente al cerebro. En el budismo, en cambio, está asociada al corazón. Cuando el coraje madura en nuestro interior, sentimos que tomamos el control de nosotros mismos y nos predisponemos a afrontar el reto que nos desafía. La convicción y la claridad mental se aúnan. Se armonizan. El coraje, entonces, es un estado que surge cuando nos movemos más allá de la esperanza y del miedo, aquí y ahora.

Delpo mostró su mejor drive.
Delpo mostró su mejor drive.

Así se lo pudo ver a Delpo en ese partido frente a Nole, 50% mente y 50% corazón. La mente para elegir la táctica y el corazón para lanzar esas estocadas mortíferas con el drive.

Es indudable que, cuando Juan Martin puede pegar el revés a dos manos, puede meter más presión al rival y más variantes a su juego. La proporción eran cuatro o cinco reveses a dos manos por cada uno con una y con slice.

Con todo el potencial a su disposición, Delpo gano un partido durísimo y ajustado en el marcador.

En los siguientes tres partidos se  pudo ver a un Del Potro distinto desde lo táctico: cambió la ecuación de los golpes de revés,  a cuatro con slice por cada golpe a dos manos. Era evidente que su muñeca izquierda había sentido el esfuerzo contra el mejor del mundo, pero así todo, la estrategia a Delpo le sirvió para llegar a la semifinal.

La proporción de su revés. Una clave.
La proporción de su revés. Una clave.

Frente a Nadal, otro toro salvaje, Del Potro volvió a jugar el revés a dos manos como contra Djokovic, para ganar. La misma proporción de golpes surgió efecto en un partido cargado de emoción, de talentos y de una épica del regreso. Nuevamente el coraje, esa combinación exacta entre mente y corazón, dio buenos frutos y el triunfo aseguró una medalla, impensada al comienzo del certamen, como él mismo se predijo.

El rival en la final fue Andy Murray, reconocido en su tierra como británico cuando gana y escocés cuando pierde. Ya los primeros games del partido mostraron una paridad absoluta en el desarrollo, a pesar de que Delpo ya no usaba su revés a dos manos como contra Nadal o Djokovic. Se dio una increíble batalla, con un Murray que, al final del cuarto set empezó y con síntomas de cansancio físico y mental extremos, sabia que si se le escapaba ese momento todo sería cuesta arriba. Porque al toro hay que liquidarlo. 

Después el llanto del final. Los dos abrazados y un desahogo muy grande. Un desahogo mucho más largo que esta semana. Las operaciones, las frustraciones, las caídas, la soledad. Y la medalla. Del Potro y la historia.

Histórico: el único tenista doble medallista olímpico.
Histórico: el único tenista doble medallista olímpico.

El toro noble mal herido, que no se rinde y sigue embistiendo hasta el final.

Delpo, otra vez, en ese grupo selecto de toros que regalan nada.  

En septiembre se viene una nueva etapa de Copa Davis y otra vez Delpo y Murray se verán las caras, esa vez en Wimbledon. Otra arena. El mismo coraje. Tal vez la revancha de un toro que vimos volver.

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