En más de 50 países, hoy millones de mujeres dirán “¡Alto!”. A la discriminación, a la violencia, al sexismo laboral que las deja afuera de los mejores cargos y a un universo entero montado sobre el esfuerzo invisible que quienes lo sostienen, lo alimentan, lo acunan. Paro Internacional de Mujeres. Porque si ellas se detienen, es el mundo el que deja de moverse.
Que se apaguen las hornallas. Que los estetoscopios queden guardados en el cajón de cada médica, en cada hospital. Que no haya quien empuje hamacas, ni quien saque hoy a los bebés de las barrigas de sus madres, y los haga nacer. Que ninguna maneje el subte ni el tren. Que nadie peine a nadie, hoy. Que el mundo, por un día, ande sin ellas. A ver si puede.
Alrededor del planeta hoy el grito es uno (“Paremos el mundo”) pero el reclamo es variado. Multicolor. Florece en diferencias y va desde la denuncia contra la violencia machista que sigue haciendo estragos (sólo en Argentina, en los primeros 47 días de este año mataron a más de medio centenar de mujeres) hasta la exigencia de mayor asistencia estatal en materia de cuidado (hoy, conseguir un jardín maternal es una verdadera proeza), junto con licencias maternales y paternales extendidas, educación en equidad, aborto legal y cierre de la brecha salarial, entre tantos otros reclamos.
¿De qué se habla hoy? De todo esto. De la carga diferencial que hombres y mujeres llevan sobre sus espaldas. Del esfuerzo reconocido y remunerado, y del que ni siquiera se ve. Del trabajo “público” – masculino por definición, así las que trabajen sean mujeres-y el de ellas. El secreto artesonado del mundo, hecho a fuerza de leche, de jarabe, de trenzas y viandas. Ese que levanta chicos cada mañana, los lleva al colegio, se va a trabajar y regresa a la tarde a revisar cuadernos, lavar ropa y preparar un informe. El invisible y, por eso mismo, impago. Ese esfuerzo que importa muchísimo. Y vale nada.
De esto habla este paro que – de país en país, de ciudad en ciudad- promete charlas, debates, actos, marchas multitudinarias y aquí al menos cese de actividades desde las doce y en donde fuere: la oficina, el taller, la cocina, la escuela. “Si nuestras vidas no valen nada, entonces produzcan sin nosotras”, propone uno de los afiches convocando al paro que, en el caso argentino, une ese cese de actividades a la denuncia de la masacre que en 2016 dejó huérfanos a 401 chicos.
¿Hay antecedentes de este paro general de mujeres? Sí, claro, aunque no a semejante escala. No a escala planetaria, como promete ser éste. Tal vez el más célebre sea el ocurrido en Islandia el 24 de octubre de 1975, cuando por todo un fin de semana las mujeres (todas las mujeres, sin importar su edad) literalmente “colgaron los guantes” y desaparecieron de sus labores de siempre. Los hombres, de repente, tuvieron que hacerse cargo de toda esa mitad del mundo en la que ni siquiera habían reparado: las fiebres, los pañales, las pilas de ropa, los platos vacíos y con nenes mirando alrededor. Entendieron. Y tan bien entendieron que apenas en cinco años Islandia fue la primera nación de la tierra con una presidente mujer.
Aquí, en tanto, la pelea sigue siendo otra. Muchas otras, en realidad. Aquí se pelea por no ser detenidas por abortar, pero también por no ser detenidas si se hace topless y hasta por dar la teta en una plaza. Aquí se pelea por no terminar condenadas a cadena perpetua tras un aborto espontáneo, pero también por poder salir a la calle sin que el primer idiota que pase por la vereda se crea habilitado a establecer, en base a la ropa, “qué clase de chica” es quien la porta. Aquí se pelea, también, por el derecho a salir a bailar de noche siendo a adolescente, y no terminar por eso adentro de una bolsa de consorcio.
Hasta por el derecho a trabajar se sigue peleando aquí. Después de todo, como precisa un informe de CIPPEC, “la tasa de actividad femenina está estancada hace 15 años: sólo una de cada dos mujeres es activa laboralmente (trabaja o busca trabajo), cifra que contrasta fuertemente con el 72% de actividad laboral masculina. Además, a las mujeres les cuesta más obtener empleo (el 43% de las mujeres trabaja, más allá de las tareas de cuidado; en varones ese porcentaje es 67%) y, una vez que lo hacen, suele ser en empleos de peor calidad (con mayor informalidad, menores salarios y peores puestos)”.
Sin embargo, la primera lucha (la más básica, la que da pie a todos los demás reclamos) sigue siendo por la supervivencia. “¡Vivas nos queremos!”, fue de hecho el grito que se adosó en 2016 al anterior reclamo de “Ni una menos”. Sin embargo, las pocas cifras confiables disponibles y algunas de las noticias que han circulado últimamente hablan de una realidad que, para millones de argentinas, también es un grito. Pero de auxilio, y que sigue sin ser cabalmente atendido.
Argentina cuenta desde 2016 con un largamente esperando Plan Nacional para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres 2017- 2019. Según la directora del Consejo Nacional de la Mujer (CNM), Fabiana Túñez, “es importante el compromiso de la sociedad para poner fin a la violencia y el accionar concreto del Estado para dar respuestas a las mujeres, para sancionar a los agresores y para sentar las bases de una cultura igualitaria. La erradicación de la violencia contra las mujeres sólo será posible si logramos, como sociedad, dar un cambio cultural profundo. Es por ello que el Plan Nacional de Acción comprende 69 medidas y 137 acciones, que van desde la educación con perspectiva de género para todos los niveles, hasta la atención directa a mujeres y el desarrollo de programas para varones agresores, e involucra a más de 50 organismos públicos”, detalla.
Sin embargo, la implementación de dicho plan quedó en entredicho cuando un grupo de organizaciones feministas denunció a la justicia el recorte de $ 67 millones del presupuesto para luchar contra la violencia de género. El presidente Mauricio Macri habló de un “error” y finalmente la suma fue reasignada a su destino original. Pero al margen de eso, la titular de la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), la doctora Mabel Bianco, señala otras debilidades en el Plan.
“El Plan está esbozado y no totalmente definido”, explica. “Detalla actividades en relación a ministerios y con provincias pero no especifica muy precisamente qué se hará cada año. Por otro lado, hay que desnaturalizar la violencia de género y en el Plan no hay mucho sobre una campaña de sensibilización. Tampoco se habla de elaborar protocolos para unificar las conductas ante las distintas instancias desde la denuncia, cómo actuar ante sospecha, el seguimiento /acompañamiento de los casos que hicieron o no denuncia pero hubo sospecha de violencia, etc. Sobre todo porque en el sistema actual, aunque las agredidas denuncien, como no hay seguimiento, lo mismo quedan expuestas”, advierte.
Por lo demás, que 600 millones de una partida total de 750 hayan sido asignado s a la construcción de hogares-refugio para las víctimas, sin aclarar dónde serán edificados, cómo fueron seleccionados esos lugares y qué clase de actividades se desarrollarán allí también genera incógnitas. Especialmente, porque si el foco estará puesto en hacer casas adonde las agredidas puedan huir, tácitamente se está reconociendo que el rol del Estado seguirá siendo paliativo, no preventivo. La golpiza (y eventualmente el asesinato) no serán evitados. Como mucho, se proveerá a la mujer atacada un bunker adonde refugiarse.
Mientras tanto, y más allá del fenómeno puntual de la violencia sexista, otras violencias mucho más sutiles siguen en plena vigencia. Las mujeres dedican a las tareas de cuidado exactamente el doble de horas que sus pares varones: ellas, seis horas y media; ellos, apenas tres. “Esta sobrecarga de tareas en las espaldas femeninas trae aparejadas serias dificultades en su desarrollo laboral, condenándolas a optar por trabajos de menor responsabilidad y peor calidad”, detalla el informe de CiPPEC. “Según la Encuesta Permanente de Hogares solo tres de cada diez puestos de jefatura son ocupados por mujeres y su salario promedio es un 27% menor que el de los varones en puestos con las mismas responsabilidades”.
Entonces, y definitivamente, que se apaguen las hornallas. Que los estetoscopios queden guardados en cada cajón de cada médica, en cada hospital y clínica. Que no haya por hoy quien empuje hamacas, ni quien saque hoy a los bebés de las barrigas de sus madres, y los haga nacer. Que ninguna maneje el subte ni el tren. Que nadie peine a nadie, hoy. Que el mundo, por un día, ande sin ellas. A ver si puede.