¿Dónde vive Alberto Pérez? Lago 71 del Country Abril, Hudson, Berazategui. ¿De qué trabaja? Consultor. ¿Debería estar preso? Probablemente, sí.
Alberto Pérez, el hombre sin apodo y sin sobrenombre, que supo ser el Julio De Vido de Daniel Scioli, hoy deambula en el ostrascismo más absoluto. Es lógico: su referencia política quedó reducida a un diputado sin voz ni voto fuera del Congreso.
Quien responde sobre el domicilio y la ocupación es el propio ex jefe de Gabinete de la Provincia de Buenos Aires durante los ocho años que sobrevivió el sciolismo. Así consta en su declaración indagatoria del 7 de noviembre de 2016 ante el fiscal Álvaro Garganta, titular de la UFI 11 de La Plata. Y quien emite opinión sobre su situación procesal es la propia jueza de una de las tantas causas que tiene abierta Pérez, la doctora Marcela Garmendia.
«Al sólo efecto de salvar mi opinión, que en el momento procesal oportuno analizaré la calificación legal sustentada por el agente fiscal, por entender que la materialidad ilícita descripta no se abastece únicamente en el encuadre legal«, escribe la doctora Marcela Inés Garmedia, jueza de Garantías 5 de La Plata, al momento de resolver la IPP 06-00-020688-16/05, el 1° de diciembre de 2016.
En ese fallo, Garmendia le prohibió salir del país a Alberto Pérez y al famoso “hombre del dragón”, Walter Carbone, y los inhibió por 15 millones de pesos. En otras palabras, la jueza le dice al fiscal Garganta que debió ser más duro.
Y abunda: Pérez y Carbone «cuentan con los recursos patrimoniales suficientes y necesarios para intentar evadir el accionar de la justicia». Casi un anticipo de la doctrina Irurzún. Léase: deberían ser detenidos.
En la provincia de Buenos Aires, sólo los fiscales pueden pedir la detención de una persona. Luego el juez resuelve por la positiva o la negativa. Por eso Garmendia se preocupó por dejar sentada su opinión. Pero no puede hacer más que ello.
Ahora bien, ¿por qué el fiscal Garganta no pidió la detención de los ex funcionarios de Scioli? Simple: él cree que en las instancias superiores los van a liberar, habida cuenta el exacerbado garantismo del sistema procesal bonaerense. Entonces, elevará la causa a juicio oral con ellos en libertad.
Pérez es el mismo hombre que está acusado de inventar eventos y justificarlos con facturas truchas para extraer dinero del erario público provincial. En castellano, para hacer caja. De eso (y mucho más) lo denunció Elisa Carrió y el fiscal Garganta lo acreditó. Es el mismo que pasó de perro a escopeta en un santiamén, y decoró su casa con obras de arte de Antonio Berni y Xul Solar. Ese es otro expediente judicial en curso, en la misma fiscalía, dentro de la misma megacausa Scioli.
Al ex jefe de Gabinete sciolista le costaría mucho justificar cómo vive, Carbone, su otrora súper poderoso subsecretario administrativo, tampoco podría. Durante el sciolismo, Pérez manejó absolutamente todo. Acaso, más que De Vido a nivel nacional. Tanto es así, que hizo echar hasta al hermano de Scioli, “Pepe”, quien era secretario general de la Gobernación.
A diferencia de la Justicia Federal, en territorio bonaerense hay una particularidad: no hay funcionarios de Scioli de primera ni de segunda línea presos. Ninguno. Pese a que abundan las denuncias y los expedientes se atiborran en las fiscalías platenses, casi todas las causas duermen el sueño de los justos.
Nada es azaroso. Scioli pergeñó una aceitada arquitectura judicial de la mano de su ex ministro Ricardo Casal, quien mutó de lobbista en la Suprema Corte (fue clave para habilitar la candidatura de DOS por su domicilio) a ubicar a un pariente suyo en una silla estratégica, crucial: la fiscalía de Delitos Complejos de La Plata. Allí atendió durante más de ocho años, el bueno de Jorge Paolini, quien prácticamente no vio ningún delito en todas las denuncias contra Scioli y su gente. Ni siquiera lo vio en la declaración jurada del ex gobernador, cuando declaró que poseía una lancha por 1.200 pesos y un Ford Mondeo 1998.
Es obvio. Lo pusieron para eso. Paolini acaso ni se enteró que en la ciudad de La Plata murieron más de 80 personas durante las inundaciones de 2013. Nunca movió la causa que cayó en su despacho. Ni citó como testigo a quien fue acusado de adulterar actas de defunción, el propio Casal (tenía a su cargo la Policía bonaerense).
Así como Oyarbide tuvo un imán para muchas de las causas sensibles contra el kirchnerismo, en Buenos Aires todo recayó en Paolini. ¿Por qué? Simple, porque en esa fiscalía debía investigar todos los casos vinculados con funcionarios públicos. Bingo.
Carrió fue hábil. Cruzó a Paolini y metió su megadenuncia en el turno del fiscal Garganta. Pero omitió un dato medular: el fárrago de cuestiones recayó en una sola persona, en lugar de dividir las denuncias por áreas, en diferentes turnos-fiscalías. Así, hoy se hizo un embudo en el altillo que tiene la UFI 11 como despacho, un lugar que con sólo recorrerlo, se cae en la cuenta de la decadencia del sistema judicial. Una persona alta es muy probable que no entre en la oficina del dedicado Garganta. Un sólo hombre para investigar posibles ocho años de saqueo y con semejante falta de recursos, indudablemente es poco.
En los tribunales de La Plata hay una certeza: Daniel Scioli no irá preso. Está sobreseído por enriquecimiento ilícito (confirmado por la Corte) y eso le tabica al fiscal los caminos para avanzar sobre su persona. Pero nadie se atreve a asegurar lo mismo de Alberto Pérez. Quizás del De Vido del Pichichi corra la misma suerte que Don Julio.
Walter Edgardo Carbone, “El Gordo”, hoy “el hombre del dragón”, es Alberto Pérez. Y Alberto Pérez es Daniel Scioli. Ni más, ni menos. No hay un ex funcionario del gobierno provincial que pueda negar esto sin vulnerar el octavo mandamiento.
Detrás de Alberto Pérez, Carbone fue el hombre más fuerte de la poderosa y neurálgica jefatura de Gabinete durante los ocho años de la administración de Scioli, con un breve interregno de intervención fáctica en la Dirección de Escuelas, en los primeros días de gestión de Nora de Lucía, pareja de otro Pérez: el contador Gerardo Daniel. Luego volveremos sobre él.
Quizás la mayoría de los argentinos no estén familiarizados con estos nombres, pero fueron el epicentro del poder del Estado provincial. Ningún expediente salía de la Jefatura de Gabinete sin que Carbone pusiera su ávida lupa o su pronta firma. Y ha firmado mucho: prácticamente todas las compras, contrataciones de servicios y administración de los eventos (recitales, y las campañas de la ola Scioli, la ola naranja y hasta la del ex Baywatch, David Hasselhoff), entre otras cosas.
https://youtu.be/tex1v6DckSY
Algunos de los empleados de carrera del primer piso de la Casa de Gobierno provincial aún cuentan que Carbone manejaba tanto dinero que se habría comprado “una montaña en La Rioja y un balneario en la zona sur de Mar del Plata”. Quizás sea leyenda urbana.
Probablemente desde ese manejo de la estructura de contrataciones se encuentre la razón central de la mansión con lujo asiático que ubicó el equipo del fiscal Garganta, en el corazón del country Abril, en la Berazategui top del conurbano sur bonaerense.
Al fiscal, sus colaboradores e integrantes de la Policía provincial los recibió una muy sonriente y predispuesta empleada doméstica. Sus patrones, Carbone y su esposa Silvina no estaban en casa. Es lógico, esa propiedad la usan solamente como casa quinta. Garganta tenía el dato de la caja fuerte. Lo pudo confirmar, pero jamás imaginó el grotesco. Un dragón de más de tres metros de altura, dedicado a Carbone (lo confeccionó el artista lomense Leandro Campos), que en sus entrañadas guardaba ese rectángulo hermético para poner millones de lo que sea menester… Menos un barrefondo.
Fue muy ocurrente el principal espadachín de Scioli, Alberto Pérez, para defender a su amigo, socio político y posiblemente comercial, Carbone. El ex jefe de Gabinete dijo que allí se guardaban “las cosas para la pileta”, como si las pastillas de cloro fuesen una especie de Mylanta para aplacar la acidez del dragón. Al equipo de Garganta le costó un Perú desmontar la estructura para llegar a la caja fuerte. Y el fiscal está convencido de que hacía muy poco tiempo, después de la temporada de pileta veraniega, que la estatua de dudoso buen gusto había sido colocada ahí.
En esta mansión, donde lucían a la vista amontonadas más de ocho cajas repletas de champán Pommery, se juntaban los otrora popes del sciolismo. Al menos esto creen los investigadores. Allí -se sospecha- no sólo bebían del excelso espumante, sino que la usaban para guardar dinero. Era un lugar cómodo para el jefe del grupo, Alberto Pérez. Vive a metros de allí, dentro del mismo country, luego de dejar su casa de la calle 465 en City Bell, donde solía estacionar el New Beetle gris descapotable que sumó en los primeros días de gestión Scioli para que su mujer hiciera los mandados por esta localidad del norte de la capital provincial.
A los investigadores les resultó “grotesco” todo lo que encontraron en la vivienda, que figura a nombre de la esposa de Carbone. Quizás ese calificativo resuma parte de la gestión Scioli. Se sabe: el ex gobernador no se inmutó en colocar al contador familiar, con cero experiencia en administración pública, como el primer ministro de Economía de su administración, Rafael Perelmiter.
Perelmiter, quien probablemente ni conocía la ley de contabilidad de Buenos Aires, le costó hacer el primer presupuesto. Lo tuvo que ayudar el economista Alejandro Arlía, ya fallecido (se suicidó en Estados Unidos). ¿A Perelmiter lo echaron? No, todo lo contrario. Scioli lo premió con una silla crucial en la conducción del Banco Provincia. Hasta el último día de gobierno, Perelmiter tuvo botón rojo para ordenar estratégicos movimientos de dinero. Lógico: es el hombre que le lleva los números al ex gobernador.
“El Gordo” Walter Carbone podría ser algo así como Tucho, el de la historieta de Canillita a Campeón, pero sin ese halo de respeto por las reglas de juego. Mudó de simple administrador de un locutorio al principal administrador de la campaña presidencial Scioli-Zannini. Otra rareza: es licenciado en Relaciones Internacionales y estuvo abocado a las cuentas públicas. Obvio, contaba con un valor crucial dentro de la ex estructura gubernamental: la confianza de Scioli y Alberto Pérez.
Alberto se apoyó principalmente en Carbone y también en otros funcionarios que manejaron recursos muy sensibles, como el ex subsecretario administrativo de Salud, el contador Gerardo Daniel Pérez, pareja de Nora de Lucía, ex senadora y ex ministra de Scioli. Ambos son reconocidos vecinos de Campos de Roca, un bucólico espacio en las afueras de La Plata, cerca de la Ruta 2. Allí también tenía su acogedora morada Arlía. Y ahora, se cree, Moyano.
Daniel Pérez fue “el Carbone” de Salud. Manejó todo el trato con los proveedores a diestra y siniestra. En la capital bonaerense es un secreto a voces, pero al momento no figura implicado en ningún expediente judicial de cierta magnitud.
Casi todas estas personas (los Pérez, Arlía, De Lucía, etc), menos Perelmiter, vienen del mismo lugar. Fueron funcionarios de tercera línea durante el gobierno de Eduardo Duhalde, en la jefatura de Gabinete que comandaba Alfredo Atanasof. Cuando Scioli asumió en diciembre de 2007 se perdieron por los pasillos de la Casa de Gobierno. No conocían el edificio. Ahora tampoco conocen demasiado los tribunales.