Hinchamos por los africanos que deberemos vencer. Otra paradoja en la crisis de la Selección y su fútbol. Dirigentes, jugadores, Sampaoli, Messi y cómo llegamos a esto. La violencia, las miserias, los rumores y lo importante: un partido no cambiará nada.
Los dos goles de Ahmed Musa nos dan una bala de plata, una posibilidad más. Inesperada para muchos, injusta para otros. Si el martes a las 15 horas Argentina le gana a Nigeria e Islandia no le gana Croacia, estaremos en octavos. A pesar de todo.
Deseamos que Nigeria fuera muy bueno como para ganarle a Islandia, y lo fue. Ahora esperamos que sea lo suficientemente malo como para perder con nosotros. Cruel disyuntiva.
Pero antes de ese desenlace dramático, debemos afrontar la realidad: Argentina y sus contradicciones, Argentina y sus padecimientos, Argentina y su descalabro. La selección llegó a Rusia con la soga al cuello en lo futbolístico y -sobre todo- en lo dirigencial.
Un simple repaso de nombres para dirigir al equipo en los últimos 4 años: Gerardo Martino, Julio Jorge Olarticoechea (DT en los Juegos Olímpicos), Edgardo Bauza (apenas 8 partidos) y Jorge Sampaoli, quien abandonó en forma desprolija su lugar en el banco del Sevilla para correr al predio de Ezeiza a transmitir paciencia. O paz y ciencia, como explicó al asumir. El club español, chocho: embolsó una millonaria indemnización en concepto de cláusula de rescisión.
En la calle Viamonte el panorama es aún peor: la muerte de Julio Grondona disparó una encarnizada lucha de poder que desembocó –otra vez- en malas decisiones.
La insólita votación empatada 38 a 38 entre Marcelo Tinelli y Luis Segura (hoy ninguno de los dos continúa siquiera ligado al fútbol profesional); la asunción de la Comisión Normalizadora a cargo de Armando Pérez y la última designación con Chiqui Tapia (presidente de Barracas Central, yerno ¿distante? del camionero Hugo Moyano) a la cabeza bendecido por Daniel Angelici y el poder político.
En el campo doméstico, el engendro de 30 equipos legado por Don Julio y esta Súper Liga que de súper sólo tiene el nombre. Un fútbol local sin público visitante y juveniles que emigran cada vez más rápido. Una sangría difícil de detener.
Dentro de la cancha, el desconcierto. Antes de llegar a Rusia, Sampaoli utilizó cerca de 60 jugadores y jamás repitió el equipo. Durante el Mundial, Argentina jugó con línea de 4 y con línea de 3. Con doble 5 de marca, con doble 5 mixto. El mensaje desde el banco siempre fue confuso y los cambios difíciles de entender, con la increíble inclusión de titular de un jugador que no había sobrevivido en la lista final.
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A la hora de la lista de 23, el técnico optó por recostarse en la vieja guardia, pero dejó afuera a Sergio Romero, en una decisión polémica que a esta altura se convirtió en un eje central. Llamó a Franco Armani y complació de esta manera un pedido nacional, pero optó por la titularidad de Wilfredo Caballero, suplente en el Chelsea. Se justificó porque el calvo guardameta tiene buen manejo de pelota con los pies.
Pero el fútbol es ingrato y quiso que el pobre de Willy errara de una manera inconcebible y los croatas le convirtieran el primer gol. Ojalá –y esto es apenas un deseo- no se convierta en nuestro Moacir Barbosa y pueda continuar su carrera.
Se repitieron apellidos como Mascherano, Biglia, Rojo, Di María, Agüero, Higuaín. Y se analiza: el volante central de 34 años –que juega en la diminuta liga de China- tuvo un desempeño aceptable, con sacrificio y lentitud; el rubio que juega en el Milan llegó con lo justo y no rindió en el partido contra Islandia. Lo mismo Rojo, que arrastró una alarmante inactividad durante el año. Di María jugó un partido y al banco; Higuaín entró faltando 7 minutos contra Islandia y a los 53’ contra Croacia. Agüero ventiló los trapitos frente a la prensa y mandó a Sampaoli a freir churros.
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Y Messi. Todo siempre Messi. En una versión triste de sí mismo, se ubicó en el ojo del huracán. Su mirada al piso, su andar cansino y las exigencias –justificadas- que todo un país futbolero posa sobre él. ¿A quién se le puede reclamar fútbol si no es al mejor jugador del planeta? ¿A Meza, que tiene 5 minutos en la selección? ¿Al Huevo Acuña y su debut mundialista? ¿A Salvio, que jugó de 4 y de 8 y de nada a la vez? ¿A Enzo Pérez, que estaba de vacaciones antes de ayer?
El Diez tuvo 180 minutos para el olvido. La prensa, mucha de la cual lo mimó y lo protegió con obsecuencia a cambio de una declaración exclusiva, en muchos casos se ensañó con él. No faltó el trasnochado que gritó enfurecido que se vaya a jugar a Cataluña. Una desmesura, como todo lo que rodea al fútbol.
Hay que recordar que el único motivo por el cual estamos penando en Rusia es porque Messi hizo tres goles frente a los suplentes de Ecuador. Antes de eso, empate en cero contra Uruguay y contra Perú. Y antes, empate en 1 contra Venezuela. Lo evidente: a Argentina le cuesta demasiado ganar. Y Messi batalla contra sus fantasmas celestes y blancos.
“La nuestra” no funciona más. Argentina no tiene un volante ni un defensor en la elite del fútbol mundial. La excepción puede ser Nicolás Otamendi en el Manchester City o Federico Fazio, que llegó a semifinales de Champions con la Roma y fue titular durante la era Sampaoli pero que no jugó ni un minuto en Rusia. El resto de los jugadores oscila en un segundo y hasta tercer escalafón. Queda mal decirlo, pero son del montón.
Y si se mira para abajo, donde se ubican las raíces de este árbol seco, el panorama es aún peor. La última conquista de un seleccionado juvenil fue en Canadá 2007, con 5 jugadores -con década y chirolas más encima- que integran el actual plantel mundialista (Fazio, Banega, Mercado, Agüero y Di María) y Hugo Tocalli –un especialista en la materia- en el banco.
Después de aquel logro, Argentina quedó afuera en dos mundiales (2009 y 2013) y volvió en primera ronda en 2015 y 2017. Circularon Sergio “Checho” Batista, Walter Perazzo, Marcelo Trobbiani, Humberto Grondona (con problemas de conducta incluidos), Claudio Ubeda y ahora Sebastián Beccacece.
En el medio, un circo en el que la AFA pidió que se presenten proyectos serios y documentados para hacerse cargo de los seleccionados. Hubo 40 postulantes, entre ellos César Luis Menotti, Pancho Ferraro, Carlos Pachamé, Coqui Raffo o Claudio Vivas. Todos ellos con experiencia probada en la formación de jugadores. Pero se eligió a dedo y mal. Otra vez.
No se formaron marcadores laterales ni volantes con llegada. Se pueden nombrar no menos de 20 jugadores en esos puestos nacidos en otro país que juegan en las más exigentes ligas de fútbol mundial. Argentina no los tiene, y todo indica que no los va a tener en el corto plazo.
Al margen, y una vez más, el comportamiento. Adentro de la cancha, Otamendi patoteando rivales con impotencia pero estaqueado al piso en el tercer gol de Croacia. En la línea de cal, Sampaoli insultando ridículamente al marcador de punta como si fuera un hincha más. Y un hincha sin fútbol.
En las tribunas, los energúmenos con casaca de Platense y San Lorenzo dándole una paliza a hinchas croatas que gritaron el gol. En la calle, un tarado arrojándole una botella a Gonzalo Bonadeo porque subió el dólar o zarpándose con niñas rusas a las que le hacen repetir groserías repudiables.
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Y el clima. Audios incomprobables y rumores que de ninguna manera pueden sumar a la tranquilidad de un plantel a punto de afrontar un Mundial. La crisis matrimonial de Messi, los Panamá Papers de la evasión del astro, El Tirri y sus presuntas ofertas, el video de Agüero reclamando “esas cositas”, el acoso sexual del DT, el golpe de Estado para que no dirija frente a Nigeria. Incomprobable, la mayoría. Dañino, todo.
Por todo esto hay algunos que desean que la Selección toque fondo y regrese en primera ronda. Consideran que después de tocar fondo sólo queda subir. Pero el corazón dicta otra cosa. Y la lógica también. No es necesario que todo se destruya para mejorarlo, como tampoco ganar significará que no haya cosas urgentes que plantear y mejorar. A pesar de todo, siempre queremos ver a Argentina ganar. Pero el verdadero triunfo está muchísimo más allá del partido con Nigeria.