Qué dirán los bolsos, según Tuqui

Por: Tuqui

Nuestro intrépido columnista recorre la historia argentina en un insólito diálogo entre valijas y carteras. Porque lo único que falta es que la marroquinería hable.

 

“Ojalá que vivas en tiempos interesantes”, dicen los chinos. La frase, cuya intención, a primera vista, puede parecer ambigua, constituye toda una maldición. Si querés comprenderlo mejor, asomate a la TV y espiá un poco.

Vivimos cosas muy interesantes… e inauditas. Por primera vez en la historia las denuncias que se hacen públicas, y que involucran, por un lado, a empresarios, y por otro a ladrones ventajeros que gritan discursos con el dedito en alto, incluyen nombres y apellidos hasta ahora intocables. Y como el miedo no es tonto nos anegan desde la pantalla dosis masivas de arrepentimiento capaces de empalagar al Papa.

Por segunda vez en lo que va del siglo el azar de las relaciones humanas llevó a una mujer argentina ninguneada a armar un despelote de órdago. La anterior oportunidad, comparada con ésta, fue una nimiedad: el 13 de enero de 2006 un grupo de ladrones desvalijó el Banco Río de Acassuso, en el “mejor” robo de la historia argentina (incluido en el top five internacional), con armas de juguete, burlando a centenares de policías y hasta permitiéndose alguna humorada en el proceso. Por el resentimiento de una sola persona terminaron presos.

Aquella vez no fueron pocos los que sintieron cierta desilusión: el corazoncito popular latía con cierto entusiasmo ante la idea de que fueran los ciudadanos los que robaran a los bancos.

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El caso actual, comparado a veces con el de Brasil y a veces con nuestra propia historia cotidiana de los últimos 60 años, quiere abrir una ventana de esperanza, que no permanecerá abierta mucho tiempo a poco que reparemos en la justicia. Es imperdonable esa falta de sensibilidad hacia próceres contemporáneos como Carlos Menem, a quien desde hace años (¡años, desvergonzados!) espera la sentencia definitiva después de haber sido condenado en dos instancias. Si el tipo es inocente ya tendrían que ir diciéndolo. A ver si así los demás senadores peronistas dejan de esconderlo.

Algo similar ocurre con la arquitecta egipcia made in Tolosa, quien a la hora de defenderse, curiosamente, no habla, seguramente inspirada por el silencio judicial durante sus años de gloria en tantos chanchullos y trapisondas.

Para ser justos, casi ningún argentino vivo recuerda los tiempos en que esta clase de desmesuras eran inimaginables. Podemos rastrear, de un modo parcial y fantasioso, la historia del deshonor y la mezquina bajeza de la corrupción a través de un pequeño relato, un recorrido anecdótico por la marroquinería.

Portafolios

-Esto con el doctor Illía no pasaba –dijo un viejo y ajado portafolios de cuero crudo– Nosotros teníamos… teníamos…

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Tanto el discurso como la nostalgia de los tempranos ’60 se vieron interrumpidos por una tos seca. El portafolios se inclinó y escupió un par de hojas de cuaderno de primaria con varios diagramas de Venn y un par de ecuaciones de segundo grado.

-Dejá de andar desparramando esas porquerías comunistas –le reprochó otro portafolios, similar al viejo pero muy berreta, negro, de cuerina y con un deteriorado escudito del Ejército Argentino – Onganía fue la salvación para tanta lentitud.

-Illía, Onganía… Dadme el control del suministro de dinero de una nación y no me importará quién haga sus leyes —intervino un attaché de los ’80, henchido de billetes, citando a Rotschild.

Una carterita de mano masculina dejó de cuchichear con su prima hippie, una riñonera de colores.

-Modernícense -dijo-. Usen plástico, no billetes. Se ahorra espacio y es más cómodo.

-Pero usando tarjeta todo queda registrado -contestó con cierta angustia el attaché.

-¿Y cuál sería el problema? –preguntó un bolso Gucci cuyas costuras estaban a punto de reventar- Democratizamos la justicia y listo el pollo.

Yo me encargo -se comprometió una cartera Louis Vuitton que rebosaba de paquetes de dólares termosellados y joyas de alta gama- No tengan miedo. Sólo teman a Dios. Y a mí, un poco.

-Ahí vienen los quintillizos -advirtió la riñonera.

Cinco bolsos grandes, negros, se alinearon junto al grupo. Parecían gordos y cansados.

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-¿Qué tal el viaje? -se interesó el portafolios negro.

-Bastante turbulencia en el avión. Y para colmo mañana viajamos al exterior, les doy la primicia -contestó el que parecía guiar a los quintillizos; luego eructó con aroma a billete de quinientos euros y agregó: -Huy, perdón.

El codicioso attaché se frotó virtualmente las manos, pensando que con “primicia” se refería a la marca de uno de los bolsos repletos de dinero.

Desde un rincón alguien observaba la escena: un bolsillo agujereado y sólo ocupado por una tarjeta SUBE.

Con gesto sombrío, sin llamar la atención, sacudió la cabeza tristemente y se fue del lugar. Nadie lo notó, y tampoco les hubiera importado. La avaricia no se lleva bien con la empatía.

Más allá de este breve desvarío, y retomando lo que comentábamos al principio, hace falta un empujón más para que los que venimos curtidos de mantener parásitos legislativos y estafadores mezquinos en cargos públicos veamos revivir una chispita de esperanza: que la justicia mueva el traste y diga de una vez quién sí, quién no, quién va preso y quién sale, quién nos robó y quién es responsable de este despojo escandaloso que lleva más de medio siglo.

Tengan por seguro que yo no tengo nada que ver.

En cuanto a los demás… no sabemos.

Y necesitamos saber.

Tuqui

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