Qué se esconde detrás del auge de diagnosticar las conductas de los niños?

Cada vez con más frecuencia los padres acuden desesperados a diversos especialistas en busca de diagnósticos para sus hijos. ¿Que hay detrás de esta demanda? ¿Qué necesita el padre cuando sale a buscar un diagnóstico? ¿De dónde surge esta búsqueda desesperada, que no puede esperar? ¿Qué nos podría aportar un diagnóstico?
Por: Tati Ruhstaller
¿Qué está pasando en la sociedad actual que tantos padres necesitan «diagnosticar» rápidamente a sus hijos? Lo que ayer era un simple desafío de la paternidad, hoy se transfiere al consultorio médico.
La lluvia de diagnósticos invaden los colegios, las familias y los docentes. Hay una necesidad, por parte de los padres y en ocasiones de los colegios, de entender a sus hijos y a sus alumnos a través de un diagnóstico. Lo que lleva a preguntarme como profesional de la salud, que hay detrás de esta demanda.
En primer lugar, esa búsqueda desesperada no tiene capacidad de espera. Los padres consultan y piden que rápidamente podamos poner «nombre» a esto que caracteriza su hijo.
Detrás del pedido voraz pareciera que quieren encontrar respuesta o justificar la forma de ser de sus niños, o de los alumnos, a partir del diagnóstico. Como si «etiquetando» aliviáramos su responsabilidad como padres y educadores. Pareciera que si logramos encontrar «alguna falla» en los chicos, esos padres pueden escudarse bajo esa etiqueta, librándose así de toda culpa y responsabilidad como adultos tutores de esos sujetos en pleno desarrollo y crecimiento.
Es decir, si los niños «tienen» algo, a partir de ese momento, ocurre un  gran hallazgo que alivia al padre, ya que todo queda justificado por ese diagnostico quitándole así, toda responsabilidad.
«Ahora que sabemos que tiene algo, no lo retamos más, no le ponemos más límites, porque bueno… él es así, tiene ese trastorno».
El diagnótico, de alguna manera libera de responsabilidad a la familia y al colegio. Es el niño que tiene «eso», es inherente a él. Y a partir de ese momento  reina la calma para aquel padre desesperado. Apareció la tan preciada respuesta. Eso que tiene hace que sea como es. Será el niño en su tratamiento el que deba cambiar con ayuda de su profesional.
Y un rótulo nos deja en una posición que no invita a pensar y considero que la crianza y la educación merecen ser pensadas.
La pregunta «¿Qué tiene?» no invita a la reflexión. No nos permite buscar respuesta a esos síntomas y comportamientos. Detrás de esa consulta se esconde una necesidad imperiosa de justificar actitudes o aliviar el desafío que causa la paternidad y la docencia.
Lo que antes era simplemente tener e desafío de educar, poner límites y enseñar a un hijo hoy se resuelve con las etiquetas. El catálogo de niños es sorprendente: negativistas, desafiantes, hiperkinéticos, disruptivos, sin habilidad social, con poca conexión, etcétera. Pero son pocos los profesionales que dan vuelta el espejo y le consideran que sólo se trata de niños con falta de límites, padres ausentes, sin ley, caprichosos, conectados todo el día con tecnología, con dificultades para conciliar el sueño por exceso de estímulos y conexión?. Niños que nadie les dice que no, que todos sus deseos son complacidos de manera inmediata, que no aprenden a compartir, ni a jugar, ni estar solos….
Los invito a pensar mas allá del diagnóstico. Los invito a pensar y tratar de entender a ese niño tal como es. Pensar en la educación y la crianza actual. Porque en definitiva, nuestro hijo, es lo que nosotros vamos haciendo de él.
Intentemos ir mas allá, del «qué tiene» e intentar comprender «por qué» es como es. Entender los síntomas y los comportamientos dentro de un contexto. Evaluar nuestra crianza y la responsabilidad que tenemos en todo esto.
Propongo que seamos capaces como adultos de poder detenernos y pensar.
Menciono a Carl Honore, escritor del libro «Elogio de la lentitud»,  quien expresa que nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida. Hoy todo el mundo sufre la ENFERMEDAD DEL TIEMPO: la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y debes pedalear cada vez mas rápido. 
La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes… Carl Honore.
Generar el tiempo y el espacio para poder reflexionar sobre la crianza es tan importante como ejercerla con amor y dedicación. Nuestro rol es fundamental en sus vidas por ello debemos ser capaces de poder evaluarlo constantemente.  Porque nadie tiene recetas acertadas.
Nuestra tarea es maravillosa y nos pone a prueba a diario, tal como la docencia. Se trata de un arte. Tener la flexibilidad y la humildad de poder pensarse  ya es todo un logro.  Intentemos entender a nuestros hijos y alumnos a través de su singularidad, su historia y su familia.
Cuando logremos hacer eso, ya no vamos a  necesitar desesperadamente un diagnóstico, porque verán que en muchos casos, quienes deben ajustar cambios, necesiten guía y acompañamiento serán los padres y no los niños.
Recomendaciones:
-La consulta a su pediatra de cabecera siempre es buena. Cuando dudamos de algún comportamiento que se repite en forma reiterada la primera consulta debe ser al médico, quien conoce a nuestro niño y su crecimiento. Sobre todo para descartar si se trata de algo de su desarrollo, o son temas de crianza y educación.
-Cuando se sientan perdidos o necesiten «diagnóstico» para entender a sus hijos es una buena idea comenzar recibiendo orientación a padres. De esta manera, en un consultorio sicológico, se genera un espacio con un profesional que los acompañará y ayudará a pensar.
-No buscar información por internet acerca de los síntomas que hacen nuestros hijos. Para entender un síntoma hay que entender a ese sujeto.  Lo que sirve a una familia o a un niño, no le sirve a otro. Es caso por caso. No hay niño igual a otro, ni familia idéntica a otra. Buscar resultados o formas de actuar por internet nunca es una buena estrategia.
-Ante situaciones de incertidumbre consultar a especialistas.
-No etiquetar a nuestros hijos. Recuerden que lo que nosotros les devolvemos, ellos lo van tomando, se lo apropian, y lo actúan.
-Hablar con ellos. No compararlos con otros. especificar qué esperamos de ellos, qué significa «portarse bien». No hablar de normal o no normal.
Límites claros y sostenidos.
-Entenderlo para acompañarlo. Fomentar el buen vínculo. Construir con ellos. Hay lindos libros infantiles para tratar estos temas. Les recomiendo uno a continuación, que trata de desarmar etiquetas.
Pensarse cómo padres. Siempre. El mejor ejercicio.
Tati G Ruhstaller
Lic. en Psicopedagogía
Matricula N°7492-2004
IG:crianza_y_aprendizaje

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