Caminar al aire libre, al menos unos metros, desde el pabellón hasta la pista ecuestre, es el principio de un cambio. Internos psiquiátricos de la cárcel de Melchor Romero realizan equinoterapia para no dejarse morir entre muros y volver a sentirse personas. Son el último escalón dentro del ya marginal mundo tumbero: presos con problemas mentales a los que nadie quiere rescatar.
Sin embargo, a dos oficiales del Servicio Penitenciario Bonaerense se les ocurrió que trabajar con caballos podía mejorar la convivencia dentro de las unidades, alivianar las tensiones entre detenidos y guardiacárceles y disminuir los niveles de violencia. Y, hace ocho años, junto al Centro de Equitación para personas con Discapacidad y Carenciados (CEDICA) crearon «Libres para montar», un programa único en Latinoamérica, que fue tomado como modelo por un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago.
Se trata de una experiencia con 15 varones y mujeres detenidos en las unidades 10, 34 y 35 de Melchor Romero. Todos cometieron delitos aberrantes, como homicidios o violaciones, pero la Justicia los declaró inimputables debido a que no comprendieron el alcance de sus actos. Formalmente están sobreseídos, pero siguen tras las rejas hasta que puedan vivir en sociedad, cosa que rara vez ocurre ya que ninguno logra una contención adecuada. Algunos de ellos hace 40 años que se encuentran institucionalizados.
A medida que este programa se fue consolidando, el Servicio Penitenciario autorizó que pudieran incorporarse a la terapia los hijos de las internas de la Unidad 33 que viven con sus madres en los pabellones. El año pasado se hizo una prueba piloto con un niño de tres años que no hablaba y tenía problemas de conducta y ahora se sumarán dos casos más.
La oficial Norma Curima, coordinadora general de «Libres para montar», y el oficial Walter Bertolotto, profesor de educación física, comenzaron todo a pulmón. Pusieron seis caballos a disposición, podaron campos, construyeron corrales y se contactaron con la ONG que brinda capacitación y asistencia técnica. Su iniciativa se convirtió luego en el primer programa oficial de equinoterapia para el Servicio Penitenciario.
«A veces me critican o me preguntan por qué hago esto con los presos, por qué les doy oportunidades. Siempre decimos ‘que se pudran en la cárcel’. Yo estoy por cumplir 27 años dentro del Servicio y no vi a nadie pudrirse. Cuando salen, queremos que salgan con oficios, que sean reinsertados de buena manera. Yo me he vuelto de las vacaciones porque me han desvalijado la casa y al otro día tenés que venir a la cárcel a enseñarles a andar a caballo. Es difícil, pero para mí con que haya uno que no vuelva a delinquir, ya valió la pena«, asegura Curima a #BORDER.
Una vez por semana, los presos trabajan con un equipo de profesionales en un vínculo con el caballo hasta llegar a lo que se denomina «la monta terapéutica». La clave sanadora radica en la construcción de ese binomio. También se refuerzan distintos tipos de hábitos, como por ejemplo la higiene personal. «Se trabaja la precisión, la memoria, el olfato, el sentido -explica Curima-. Pensá que a ellos nadie los abraza. Si uno va a la historia entiende por qué se quedan abrazando a los caballos y más de una vez, llorando. Hay que saber sacarlos de esa situación porque los podés llevar a un límite de mucha angustia».
El caso de Donatauris, un preso de 85 años, es uno de los más recordados por adiestradores y terapeutas. Quienes lo conocieron aseguran que la relación con los caballos le cambió la vida. Sin familia, se estaba dejando morir en el penal. Curima fue su tutora: «Pasó de ser un hombre triste a un hombre activo. Me decía cuando entrenábamos a los caballos: ‘Yo no puedo verlos atados y sin comer’. Era un reflejo de lo que le pasaba a él en la cárcel».
Jeremías también marcó un antes y un después en la historia de este programa. Se trata de un niño de tres años con un retraso madurativo que estaba con su madre presa en la Unidad 33. Como no hablaba le era muy difícil vincularse con el resto de la población. Los caballos mejoraron sus problemas de aislamiento. «Esta primera experiencia fue maravillosa no sólo para él sino también para su mamá, que era una mujer que había vivido siempre en mucha violencia. Cuando vio los resultados que le daba a su hijo montar a caballo y salir de la unidad, empezó a cambiar su conducta«, cuenta Alejandro Zengotitta, director ejecutivo de CEDICA.
Esta ONG, creada hace 25 años, se encarga del adiestramiento de los animales y de la capacitación del personal, incluyendo a los oficiales del Servicio Penitenciario. Los caballos tienen que acostumbrarse a estar rodeados de hasta cinco personas, entre terapeutas y paciente. Se los entrena con pelotas, aros y cubos. En el último tiempo, se sumaron como voluntarios a presos que están a punto de cumplir su condena. Una combinación difícil de conseguir en el mundo compartimentado de las cárceles, donde los internos no quieren mezclarse con sus cuidadores porque eso implica romper «códigos» tumberos. «En la pista vos tenías oficiales del Servicio que eran del equipo técnico, internos con problemas mentales que eran las personas atendidas y presos por cumplir condena que ayudaban. Para mí, es el círculo perfecto. Todos comprometidos en lo mismo», dice Zengotitta
Una estadística casera apoya los resultados de este programa. De los 70 voluntarios que trabajaron con caballos, apenas 4 volvieron a reincidir. «Vuelven a sentirse útiles, que están haciendo algo bien», acota Curima.
La confianza por transformar en algo el sistema carcelario anima a este grupo de gente. Zengotitta plantea un sueño: «Si esto se pudiera extender a todas las unidades penitenciarias de la Argentina, cambiaría mucho la moral tanto del personal penitenciario como de los internos«.