La pelea por el poder mundial después del coronavirus

Quién será el actor que quede mejor posicionado tras la crisis del COVID-19 ya es uno de los principales puntos de debate en la nueva configuración global. La disputa de poder entre China y Estados Unidos. El regreso al nacionalismo, la incapacidad de Europa, las medidas de guerra, el brazo protector del Estado y las cifras del derrumbe económico que hacen temblar a los gobiernos.
Por: Gonzalo Bañez Villar @gonzabanez

Casi un millón de infectados en todo el mundo, miles de muertes, una carrera por la vacuna “mágica” y una pandemia que parece no tener fin en el corto plazo. El coronavirus está provocando daños sin precedentes en todos los niveles: hunde y resiente a las economías sin importar distribución geográfica ni poderío, deslegitimiza hasta a las cúpulas políticas más estables, provoca el cierre total de fronteras y rompe con la multilateralidad tantas veces reivindicada por la globalización. Todo esto es lo que en tan sólo poco más de dos meses generó el COVID-19, y las heridas pueden ser todavía más profundas.

Es en este marco donde gran parte de los analistas internacionales y los políticos de las mayores potencias mundiales empiezan a preguntarse cómo quedará distribuido el poder global cuando pase el temblor del coronavirus. Tal vez la mayor incógnita se centre en la disputa entre los Estados Unidos y China, las dos mayores potencias globales que en los últimos años han protagonizado una lucha comercial, cultural, científica y tecnológica que atrajo la atención de todos. Pero también es de esperar que el mundo tal como lo conocemos ya no sea igual, y en ese contexto se acelere la desintegración de Europa, se corra el eje de influencia hacia Oriente, se modifique la lógica económica y comience una nueva fase de la globalización.

No necesariamente Estados Unidos o China quedarán bien parados, es posible que nadie salga fortalecido de esta crisis. Quedó demostrado que los sistemas de salud son todos malos y no están a la altura de una situación como ésta, y es por eso que el país que salga más airoso será aquel donde la economía se derrumbe menos”, reflexiona ante #BORDER el analista internacional y secretario académico del CARI, Juan Battaleme. Sucede que, tal como alertó el FMI, la crisis económica puede ser “tan mala o peor” que la de 2008, con una recesión casi asegurada, estrepitosas caídas de las mayores economías globales y la pérdida de hasta 25 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, según estimaciones de la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Con las economías debilitadas y los gobiernos golpeados, la carrera por obtener la vacuna que finalmente pueda hacerle frente al coronavirus parece ser el máximo objetivo al que apuntan países como Estados Unidos, China, Rusia y hasta el propio Israel. En esta puja no sólo entran los avances científicos sino también “la batalla por el relato”. El presidente Donald Trump se mantiene firme en llamar a la pandemia como “la gripe china”, al tiempo que el propio gigante asiático culpa a las fuerzas militares norteamericanas de haber esparcido el virus en su territorio para tratar de debilitarlo. Una estrategia que busca, por un lado, debilitar a la potencia rival y, por el otro, alimentar el sentimiento nacionalista de un enemigo externo que busca desestabilizar el sistema interno.

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Pero más allá de los avances que presenten en términos médicos -la OMS aseguró que una vacuna recién podría estar lista para 2021-, China parece correr con una luz de ventaja en esta carrera. Mientras Estados Unidos se distanció rápidamente del resto del mundo en busca de resolver la crisis puertas adentro -la veloz cancelación de vuelos con Europa es muestra de ello-, el gigante asiático parece haber torcido la tendencia catastrófica y ya colabora por videoconferencia con los gobiernos de todo el mundo, provee de equipamiento médico esencial y hasta envía a sus científicos para luchar contra la pandemia, como en el caso de Italia. Es una situación diametralmente opuesta a la que se presentó en 2014 cuando Estados Unidos encabezó la coalición de países occidentales que luchó, y derrotó, al virus del Ébola.

No sólo eso, más allá del vertiginoso aumento en la cantidad de muertes en territorio norteamericano, la administración de Donald Trump se muestra muy debilitado en cuanto a la capacidad de instrumentos médicos que posee para hacerle frente a la pandemia. Se cree que la Reserva Nacional Estratégica norteamericana (SNS, por sus siglas en inglés), encargada de proveer los equipos en momentos de crisis, tiene sólo el 1% de las máscaras y el 10% de los respiradores necesarios para afrontar el peor de los escenarios. Si Estados Unidos quisiera aumentar la producción, debería importar casi la totalidad de los insumos de China. Lo mismo sucede con los antibióticos: el 95% de los medicamentos de este tipo en el mercado norteamericano tiene un componente chino. Es así que el propio co-fundador del gigante de ventas asiático Alibaba se comprometió a enviar “una gran cantidad” de barbijos y test de evaluación.

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«El status de los Estados Unidos como líder global en las últimas siete décadas se fue construyendo no sólo en el poder que tuvo, sino también en la legitimidad que el gobierno norteamericano exhibía, respondiendo con habilidad y coordinación a las crisis globales. El coronavirus está poniendo a prueba los elementos del liderazgo norteamericano y, por lejos, Washington está fallando», explicaron los influyentes analistas internacionales Kurt Campbell y Rush Doshi en un reciente artículo publicado en la revista Foreign Affairs. Donald Trump nunca admitiría esta debilidad, menos en un año electoral.

Igualmente, a pesar de sus tardías respuestas y del sombrío panorama, el apoyo al presidente norteamericano aumentó y hasta superó la barrera del 50% de aprobación, un respaldo que prácticamente no había conseguido durante su estadía en la Casa Blanca. Las elecciones de noviembre están casi a la vuelta de la esquina y a Trump lo inquieta no poder hacer bandera con la que había sido su principal arma hasta el momento: la economía. Durante sus tres años de administración el desempleo tocó mínimos históricos y el crecimiento se mantuvo constante. Fue por eso que prefirió no escuchar las alertas de los expertos y demorar las medidas sanitarias que frenarían al coronavirus de raíz, pero impactarían fuertemente en la evolución económica.

Para tratar de mantener su nivel de adhesión, Trump recurrirá a una economía de guerra: un fuerte nacionalismo y un Estado amplio que mantenga lo más pujante posible a la economía”, analizó Andrés Malamud, politólogo e investigador de la Universidad de Lisboa en una conferencia del Grupo Joven del CARI en la que participó #BORDER. Tal como coincide el analista, esta estrategia no será aplicada sólo por el presidente de los Estados Unidos sino que se extenderá por el resto del mundo. Es de esperar que los estados se agranden al tiempo que las empresas y los privados retroceden. Esta economía de guerra es la que ya habilitó la Unión Europea cuando avisó que dejará de controlar la relación de la deuda con el déficit de cada país, para que estos puedan inyectar la cantidad de dinero suficiente para evitar caídas estrepitosas en la economía y la producción.

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Más allá de ser una de las regiones más afectadas, Europa parece no reaccionar ante esta crisis que dejó al descubierto la gran diferencia que existe entre sus países miembros. El divorcio de enero último con el Reino Unido fue sólo una muestra de lo que puede suceder de aquí en adelante. El inédito e histórico cierre de las fronteras dentro del Espacio Schengen aísla a cada estado y genera que las soluciones se busquen puertas adentro, sin una mayor coordinación por parte las instituciones europeas. Recién en las últimas semanas el Banco Central Europeo y los ministros de finanzas de los estados miembros han decidido ofrecer préstamos a tasas cercanas al 0% para hacerle frente a la amenaza de desempleo y ponerle fin al período de austeridad iniciado tras la crisis de 2008 e inyectar millones de euros a las economías regionales. En este marco, difícilmente algún país europeo emerja como futuro líder mundial.

Por último, restará determinar cómo el resto de los estados asiáticos logran reposicionarse en el mapa mundial. Países como Corea del Sur o la propia India pueden emerger como potencias secundarias que generen un fuerte contrapeso. Ambos han mostrado en los últimos años un avance en materia de ciencia, tecnología y desarrollo productivo que les permitiría, con un buen manejo de la crisis, aspirar a alcanzar esa posición. Lo mismo sucede con Israel, que buscará obtener una ventaja en base a su capacidad científica y de esa manera relanzar su influencia en Oriente Medio, una región convulsionada, sin claros liderazgos y con uno de sus máximos rivales, Irán, muy debilitado justamente por el virus.

Con todo, la cifra de infectados por el coronavirus en todo el mundo se encamina hacia el millón de personas, de las cuales al menos 44 mil perdieron la vida, al tiempo que está generando una reconfiguración global similar a la de las guerras mundiales o a la de las grandes crisis. «El mundo a la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial«, resumió, consistente, el titular de la ONU Antonio Guterres. Una crisis que mostrará en poco tiempo sus reales consecuencias económicas pero que, seguramente, esperará 2 o 3 años para terminar de definir el nuevo mapa de poder mundial.

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