La idea era buena: alumnos trabajando en entornos virtuales, autogestionando sus propios aprendizajes, a sus propios ritmos, y desarrollando habilidades como la autodisciplina, el manejo del tiempo, la flexibilidad y la resiliencia, entre otras; docentes diseñando secuencias didácticas para garantizar la continuidad pedagógica; familias y escuelas trabajando en sintonía, padres acompañando a sus hijos …. Sí, un mundo idílico para la educación. Hasta que la realidad nos abofeteó.
Nos abofeteó tan fuerte que cuando quisimos darnos cuenta nos encontramos con dos mundos diferentes. Un mundo en donde algunos alumnos sí podían continuar sus estudios en entornos virtuales, ya sea porque en sus instituciones la escuela virtual era ya una realidad, o bien porque sus docentes se adaptaron rápidamente para darle respuesta a una situación inusitada, y de acuerdo a sus posibilidades, reaccionaron en tiempo récord.
Pero también nos enfrentamos a la realidad más fría y cruel. La de millones de alumnos que sin conectividad o sin dispositivos móviles, se quedaron afuera del sistema de un modo tan feroz como evidente. Algunos docentes avanzaron con el currículo, otros se dedicaron a repasar conceptos del año anterior. Otros, hicieron lo que pudieron….
Una cosa quedó en claro: el sistema educativo argentino no estaba preparado para garantizar una educación virtual igualitaria, como tal vez sí lo estaba Uruguay, que a través de su plan CEIBAL viene trabajando en entornos virtuales de manera exitosa desde hace más de una década con recursos, programas y capacitación docente.
Queda claro que para aprender en un entorno virtual, al igual que en un entorno presencial, necesitamos alumnos preguntándose, pensando, construyendo colaborativamente saberes, aprendiendo de sus errores, y para que esto suceda, es muy importante la conexión con el docente. Es decir que además del contenido, se requiere de un estrecho vínculo con el docente y estar en un entorno físico adecuado que les permita a los alumnos pensar.
Para pensar se requiere de tiempo y de silencio. Cuando los alumnos entran a un estado emocional inadecuado para el aprendizaje, ya sea por nervios, inseguridad, amenaza, porque piensan que no pueden, o cualquier otra razón emocional que les impida involucrarse cognitiva y emocionalmente, aprender se hace muy difícil.
Cuando un docente asume la responsabilidad de enseñar, queda implícito que el alumno debe aprender. Por lo tanto, se entiende que el docente está asumiendo la responsabilidad de generar el vínculo necesario para que sus alumnos puedan cumplir con ese deber. Esto implica desarrollar la empatía, escucharlos, autogestionar sus emociones y, por supuesto, disfrutar de su tarea, que no sería lo que está pasando en muchos casos, con docentes desbordados por la situación.
Y hay más, varios estudios muestran que lo que más valoran los alumnos de sus docentes tiene que ver con el área socio-afectiva, en especial su equilibrio emocional. No es sorprendente que esto sea así ya que ese estado del docente afecta directamente el equilibrio emocional de los alumnos. En un momento de crisis como este, ¿estarán los docentes en sus ejes para tomar las mejores decisiones para sus alumnos?
No debemos olvidarnos, tampoco, de aquellos niños o jóvenes que necesitan de un acompañamiento diferente. Hoy en día, los trastornos de aprendizaje también se reconocen como una de las causas de fracaso escolar. Estos trastornos pueden incluir problemas en el lenguaje, motricidad, desarrollo cognitivo, de atención o habilidad social. El trastorno del aprendizaje es una condición que interfiere en la vida escolar del niño, porque se genera un desequilibrio entre su verdadero potencial y el rendimiento académico
Si en el aula, acompañado, esto significa un gran desafío, ¿qué estará pasando en este momento, con tantos alumnos que solos, no pueden?
Y entonces, la pregunta que viene una y otra vez es, ¿recibir una educación de calidad depende de la suerte? ¿De la suerte de tener una familia que pueda mandar a sus hijos a una determinada escuela? ¿De la suerte que les toque un docente comprometido? Recibir una buena educación, entonces, ¿es una lotería?
Para transformar la educación necesitamos de un compromiso alto para generar y sostener cambios a lo largo del tiempo. Mejorar la calidad de la educación requiere, ante todo, una voluntad muy firme de mejorar. De trabajar de manera articulada entre todos los actores de la educación, y fijar metas a corto, mediano y largo plazo.
El coronavirus nos puso de cara a una situación inusitada. Es un desafío al que hay que dar respuesta. La educación lo hizo con mucho coraje y empuje, como pudo. Cuando esta pandemia termine, habrá que profundizar los desafíos que puso en evidencia.
Un problema frecuente en los procesos de cambio en educación es la disparidad que existe entre la teoría expuesta y la teoría en uso. Podemos saber mucho, pero hacer poco y no hay transformación real sin acciones. La gran transformación de la educación debe anclarse en un cambio paulatino, pero consistente y sostenido. Además de lo tecnológico, como garantizar conectividad y dispositivos móviles para todos los alumnos, actualizar los programas de estudio, y la manera de enseñar, tenemos que recordar que la calidad del sistema educativo no puede ir más allá de la calidad de sus docentes; pero estos docentes necesitan tener ciertas condiciones para poder crecer y aportar de manera positiva al sistema.
Debemos darles respuestas a muchas cuestiones que escapan a lo pedagógico-didáctico, pero que son básicas para poder avanzar en el tema: desde sueldos dignos y condiciones de empleo hasta infraestructura, y más y mejores recursos, todas cuestiones esenciales sin las cuales hablar de una mejora educativa suena casi como una fantasía. Somos mejores cuando damos lo mejor de nosotros mismos, no solo para alcanzar los mejores resultados particulares, sino para construir colectivamente.
Aunque educar es un riesgo que implica soltar amarras y navegar en un mar de aguas no siempre calmas, es una maravillosa aventura y un enorme desafío para el que los docentes fuimos convocados. Quienes educamos hoy tenemos la mirada de toda una sociedad que espera algo más de nosotros. El cambio es nuestra constante existencial, y la capacidad de reinventarnos es una condición que hoy nos ayuda a brindarles a nuestros alumnos la mejor educación posible en este momento. Son momentos históricos donde se nos invita a ser protagonistas, líderes, transformadores. Es un desafío enorme, pero con la certeza de que inmensos serán también los logros.
La educación puede cambiar la vida de las personas; es una herramienta poderosa para hacer de este un mundo mejor. Necesitamos una escuela para todos, no para algunos.