Hambre y Covid-19 en villas de Lomas: “Esto parece una guerra donde te dicen ‘sálvese quien pueda’”

La preocupación por casos positivos en zonas densamente pobladas de Lomas de Zamora se combina con la desesperación por la falta de comida y el temor de convertirse en otro gueto.
Por: Josefina López Mac Kenzie

La internación en el Hospital Gandulfo de un vecino que dio positivo de Covid-19 y ahora de su familia, que presenta síntomas compatibles con el virus, genera preocupación en la villa 30 de Agosto, de Lomas de Zamora, donde el programa Detectar (Dispositivo Estratégico de Testeo para Coronavirus en Terreno de Argentina) estuvo buscando casos hace diez días. El hombre contagiado llamó el lunes pasado a la línea 107 porque se sentía mal y entonces fueron a verlo, lo controlaron y le prometieron mandar una ambulancia, pero nunca llegó. El miércoles, ante la persistencia del malestar, él fue por sus medios a una clínica, donde le hicieron el test, y el viernes le avisaron que es positivo.

Ahora también su mujer y sus tres hijos menores de edad están hospitalizados, a la espera del diagnóstico. “Tuve que mover cielo y tierra para que vinieran a ver a esta familia, que también estaba con síntomas –lamenta Zulma Scaglia, referente social de 30 de Agosto, donde se hacinan más de mil familias–. Yo siento que acá en unos días puede haber varios vecinos contagiados”. Según datos oficiales, hasta ayer domingo los casos confirmados en todo el municipio de Lomas de Zamora eran 403, los fallecidos, ocho, y las “personas testeadas”, 3.569.

La cuarentena pone a pobres e indigentes en un callejón sin salida. Aunque un fantasma de muchos sea terminar aislados como las villas Azul y Cabezas, de Quilmes-Avellaneda y Berisso-Ensenada, respectivamente, no les queda otra que salir para vivir. El hombre de 30 de Agosto que está internado, por ejemplo, vive de un taller de costura y de un restaurant que atiende en su propia vivienda, y según cuenta una vecina estuvo en la Ciudad de Buenos Aires después del 27 de mayo, cuando el Detectar pasó por el barrio. En la familia Scaglia pasa algo similar: hace dos semanas, ante la asfixia económica, los hijos de Zulma tomaron la decisión de volver a salir a vender tortillas y tortas fritas calientes al amanecer en el camino de Cintura, algo que hacía ella misma hasta antes del aislamiento obligatorio.

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La cuarentena no existe. Cuando te empiezan a faltar las cosas no te queda otra que salir. Y que me disculpen, pero todo es una cagada –dice Scaglia entre lágrimas–. Esto cada vez se agudiza más, y por eso es que la gente se está contagiando. Si la gente no sale, se va a terminar muriendo. Si sale, le dicen que está cometiendo un delito. Y a veces pareciera que el gobierno quiere decir: ‘bueno, yo puse reglas, y ustedes murieron porque no cumplieron’. ¿Cómo va a cumplir la gente si te empieza a faltar? Esto parece una guerra donde te dicen: ‘sálvese quien pueda’”.

“Hay cosas que no están funcionando”

El plan Detectar se complementa con vacunación, desinfección y limpieza de calles, y también con la entrega de un bolsón de alimentos secos. Incluye polenta, fideos, una lata de caballa y una de tomate, lentejas, harina, yerba y té. No incluye leche en polvo. Y su distribución es insuficiente: por ejemplo, en 30 de Agosto llegaron bolsones para unas 400 familias cuando la población real del barrio es mucho mayor: si bien hay 409 titulares de lotes, en los hechos en cada uno llegan a vivir entre tres y 10 familias, y muchas son numerosas.

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El abastecimiento para comedores populares es otro de los dramas. Scaglia coordina un jardín comunitario y dos merenderos para unos 300 de chicos y adolescentes de su barrio. Según su descripción -y en contra del sentido común-, con la cuarentena se cortó el circuito mensual de entrega de víveres con el que se solían abastecer a fuerza de reclamos. Hasta los primeros días de mayo, explica, pudieron seguir sirviendo leche, con cajas que habían recibido en febrero. De ahí en adelante no hay más leche; ofrecen mate cocido y té, y algunos días no dan nada, porque no tienen ni azúcar.

Yo soy peronista, apoyo y voté a este gobierno, pero hay cosas que veo que no están funcionando –plantea–. En Desarrollo Social de la Provincia me traían un camión por mes de mercadería para los merenderos y comedores, es algo que yo había gestionado en el gobierno de Macri. El nuevo gobierno me trajo mercadería una sola vez, yo les dije que no tengo nada y me dijeron que no hay contratos y que no designaron a nadie en el área”.

Cerca de 30 de Agosto está Santa Catalina 1. Una de las referentes es Sara Román, alfabetizadora de adultos y docente de corte y confección. En este barrio viven unas 2.500 familias numerosas, en 20 manzanas, y la cuarentena estricta tampoco existe: la gente tiene que salir sí o sí a vender algo, a abrir su kiosco o a recoger cartón. Sin embargo, la pandemia por ahora parece controlada según Román: hay pocos casos confirmados, esas familias cumplen aislamiento en sus casas y todos los vecinos van compartiendo información en grupos de Whatsapp. El plan Detectar no pasó todavía por este barrio.

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Lo más preocupante en Santa Catalina 1 es el acceso a alimentos, sobre todo en un sector de asentamientos extremadamente precarios ubicados sobre el Riachuelo. De lunes a viernes, Román también ofrece algo caliente a la tarde y a la noche, para unos cien chicos del barrio. Dice que se ayudan como pueden entre vecinos y mediante redes solidarias con referentes de otros barrios, y así van consiguiendo insumos para cocinar, pero que están “con lo justo”.

Tanto Santa Catalina 1 como 30 de Agosto integran un aglomerado gigantesco de 18 barrios muy precarios donde la vida giraba en gran medida en en torno al mundo de La Salada. Con esta enorme feria en pausa desde el aislamiento obligatorio, miles de puesteros, vendedores de café o facturas, costureros, remiseros y carreros se quedaron sin ingresos ni changas a la vista, y la vida se hace cada vez más cuesta arriba.

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