Primero, como siempre, la data dura: Rompan todo es una miniserie documental de seis capítulos de una hora de duración cada uno que se puede ver por la plataforma de streaming Netflix. Producida por Gustavo Santaolalla, Afo Verde y Nicolás Entel; escrita por Entel y Nicolas Gueilburt y dirigida por Picky Tallarico, la pieza se propone contar la historia del rock en América Latina, desde los años 50 hasta la actualidad. Para ello traza una historia que conjuga a los distintos gobiernos dictatoriales que sufrieron la Argentina, Chile, Uruguay, México y Perú en oposición al género musical nacido en los Estados Unidos que, valga la redundancia, se opuso en aquel entonces al poder establecido para finalmente terminar fagocitado por el mismo.
Para contar esa historia elude toda voz en off y deja que los propios músicos y las imágenes de archivo lleven las riendas de la historia de forma cronológica, con un comienzo que muestra a Ritchie Valens y su versión de “La bamba” hasta estos días en donde las mujeres reclaman para sí su muchas veces ninguneado protagonismo.
El foco espacial del relato está en la Argentina y en México. Se excluye toda mención al Brasil, y ya de por sí esa prescindencia es polémica: más allá del movimiento tropicalista de Os Mutantes, Caetano Veloso, Gilberto Gil y compañía, eliminar de un plumazo grupos del suceso internacional de Sepultura (su disco Roots fue pionero mundial en la mezcla de heavy metal y música de raíz indígena y fue elegido como el mejor disco del año 1996 para la revista española Rockdelux) y Os Paralamas Do Suceso pone de manifiesto una toma de posición polémica, a la que ya volveremos.
La calidad del relato va de mayor a menor. O sea, los tres primeros capítulos de la saga son los más atractivos, y los tres finales los más controvertidos. A la historia ya conocida por todos los argentinos de los orígenes del rock en nuestro país se le suman los testimonios mexicanos, peruanos y uruguayos, e incluso aclaraciones que aportan a la historia oficial como la de Billy Bond (uno de los grandes personajes de esta primera parte) y las dos versiones de La Cueva, el mítico boliche fundacional del Barrio Norte porteño. Y lo mismo ocurre con el Festival de Avándaro (el “Woodstock mexicano”, que se realizó en 1971 y determinó la prohibición de recitales de rock en el país azteca durante años), y la irrupción de Los Saicos en el Perú, antecesores directos del punk rock en cuanto a sonido y temática pero… ¡en 1965!
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A partir de los años 80 la historia comienza a hacerse débil de la mano de las ausencias y de un recorte de los hechos musicales un tanto caprichoso. Y es que si bien de entrada es claro que el enfoque que se le dio a Rompan todo es de contar la historia desde el mainstream, con un anclaje en el underground prácticamente nulo, que para narrar el inicio de los 80 en la Argentina se pase por alto a una banda como Riff (que rivalizaba en cuanto a popularidad cabeza a cabeza con Serú Girán) es inadmisible.
El mismo criterio se puede emplear para criticar la desaparición en la narración de grupos posteriores como Ratones Paranoicos, Viejas Locas (e Intoxicados) o Miranda!, por citar poquísimos ejemplos. La breve mención a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota queda circunscripta a su análisis como fenómeno social, ignorando su tremenda capacidad musical y cargándose a la figura del Indio Solari como solista. Y así como está bien contada la influencia del rock español de los 80 en México, se pasa por alto el tremendo influjo que tuvo un grupo como Mano Negra en combos argentinos como Los Fabulosos Cadillacs, Todos Tus Muertos y Los Auténticos Decadentes (no hay remembranza alguna de estos dos grupos en la miniserie), o el crudo retrato del menemismo que pintó Hermética (el heavy metal es un género casi ignorado salvo por el pasado de Juanes como líder del grupo medellinense Ekhymosis). Y eso sólo si hablamos de la Argentina: la chilena Javiera Mena, los mexicanos de Jaguares o incluso el uruguayo Jorge Drexler son tres de los múltiples artistas importantísimos en sus países y en el extranjero que no tienen ni siquiera una nota al pie.
En el capítulo final Santaolalla (quien ya gozaba de un protagonismo sin igual durante la saga) cuenta la génesis de su trabajo con Julieta Venegas sin mencionar su labor con Juana Molina (Rara, 1996) y con Érica García (Amorama, 2001): dos discos que fracasaron de forma estrepitosa. Este detalle, sumado a la forma en la que cuenta la formación de Bajofondo (sin dar cuenta del antecedente de Gotan Project), deja la sospecha de querer inventar un pasado según su conveniencia y la participación que él haya tenido en el mismo. Una mancha evitable dentro de Rompan todo: un título que cita tanto a los Shakers como a Billy Bond, y que dada la importancia que tiene dentro del rock como canción y como frase emblemática, merecía un respeto mayor.