Lucía se baja del colectivo 70, en Vélez Sarsfield al 1300, Barracas. Arriba del colectivo, dos jóvenes habían amenazado con pelearse y portaban cuchillos. “Yo estoy acostumbrada un poco a esto”, dice, mientras observa a los mismos chicos que antes se peleaban, zigzaguear por la avenida, entre los autos. “El barrio está más caldeado todavía”, dice. Fue su primer día de trabajo como maestra en un jardín de infantes cerca de la Villa Zabaleta. “De tanto alcohol en gel que me puse me dio mareos”, se ríe. Y agrega: “El jardín esta peor, mucho peor que cuando lo dejamos hace un año, una suciedad impresionante, y no sé qué pasará cuando vengan los chicos”.
A medida que avanza la presencialidad en las aulas de la Ciudad de Buenos Aires, los docentes ya sienten el peso de la cantidad de medidas que deben tener en cuenta: protocolos, restricciones para acercarse a los alumnos, el miedo a contagiarse y el impacto que la pandemia produjo en cada uno de los niños. A esto se le suma una situación social y económica mucho más dramática que cuando abandonaron la escuela hace un año atrás, lo que indudablemente repercutirá en este regreso tan particular.
“Todavía no empecé y ya estoy estresada”, cuenta Lucía. El año escolar 2019 lo terminó con un arma apuntándole la cara porque no quiso entregar un niño a su padre que estaba denunciado por violencia género y tenía una perimetral. Esa situación de tensión todavía la sobresalta. “Este año se suman muchas cosas, espero no enfermarme”, expresa. Las consecuencias del confinamiento, el retorno a la presencialidad y el nacimiento de una escuela distinta son interrogantes que inquietan tanto a docentes, profesionales de la salud mental y familias.
“Soy de riesgo por ser inmunosuprimida y tengo temor al contagio. Ese es mi miedo principal”, dice Valeria Rodriguez, maestra de escuela primaria y profesora de Lengua y Literatura de educación media en escuelas de Lanús (Villa Caraza, Monte Chingolo y Villa Diamante). Cuenta que durante la cuarentena no salió, salvo contadas excepciones. “Hice trabajos por internet, capacitaciones, clases, estudios, me reconocí haciendo cuatro cosas a la vez, estuve estresada y no podía conciliar el sueño”, recuerda. Valeria admite que la frustraba no poder dar respuesta a distintas situaciones que se plantearon con sus alumnos. “Pedagógicamente no creo haber podido dar respuesta, no soy psicóloga, no estoy preparada para contener emocionalmente a las familias, lo que logro, es porque Dios me sostiene”, se lamenta. Su experiencia fue dura: tuvo que soportar enojos de familias, insultos, llamadas a cualquier hora. “Me pasó con un pibe de secundaria que me envió un Whatsapp a las dos de la madrugada. ‘¿Hola, profe, ¿qué onda?, ¿Todo bien?, me dijo’”. A ella no le pareció correcto responder ese mensaje, pero luego vino la culpa: “Nunca más me respondió los mensajes. Yo me quería matar, pensaba que si le hubiera respondido, conversábamos y hubiera quedado comunicado”. De cara al inicio de un nuevo ciclo escolar, Valeria afirma: “Lo que me produce empezar ahora es incertidumbre, preocupación e inseguridad”.
Sus convicciones como educadora se potenciaron. Su relato es inquietante: “Pienso si la sociedad conoce lo que nos tocó y nos toca enfrentar. Es durísimo cuando salís en búsqueda de los chicos, yendo a la casa, o intentas ubicarlos por teléfono o Facebook. Cuando pedís que intenten cumplir con algo, y descubris que detrás hay todo un trasfondo de dolor familiar, historias de abandono, de adicciones o violencia. Pero además, recordas que nosotros, estamos dentro de esa sociedad, que sufrimos falta de luz, de agua, de tecnología adecuada, y también, en muchos casos, desconocemos los modos de usos virtuales para aplicar en la enseñanza”.
María Zysman es licenciada en psicopedagogía, y presidenta de la Asociación Libres de Bullying. Consultada por #BORDER sobre la singularidad del estrés docente en este contexto, dice: “Uno de los factores que contribuyen al estrés de los docentes en este contexto de pandemia es, por un lado, por la falta de reconocimiento a su trabajo, pensar que los docentes no quieren trabajar y por eso ponen reparos a la presencialidad. Y, por otro lado, a esta falta de reconocimiento de afuera se suma no tener horarios, no tener las cosas claras y tener que disponer de sus propios recursos para mantener, el año pasado la virtualidad, y este año el riesgo que supone volver a las aulas”.
Sol Pometti es docente de séptimo grado de una escuela en CABA, y expresa que, la incertidumbre con la que empieza este ciclo lectivo le genera angustia: “Hay muchas cosas aún sin cerrar, no sabemos qué va a pasar, ni cómo vamos a encarar el año. Esto me genera mucho estrés, en lo personal, no solo por mí, sino por mi hijo. Realmente, tengo la sensación de que las escuelas no están en condiciones como para que volvamos y las consecuencias del confinamiento del año pasado se ven en los vínculos entre los chicos, se ven en los contenidos, y se ven en nosotros: tener que cambiar de una rutina a otra genera mucho vértigo, es todo muy rápido, es todo para ayer, y no damos abasto, la mente no estaba preparada para el regreso”.
La mirada de esta docente sobre el futuro es preocupante. “No estamos preparados para afrontar la pandemia. Me siento como las vacas yendo al matadero, que ya saben cómo van a terminar y sin embargo, tienen que hacerlo. Eso me pasa con la escuela, en términos de pandemia el regreso sólo puede terminar mal”. Como docente está acostumbrada a afrontar situaciones sociales difíciles dentro de la escuela, pero lo que hoy la angustia es el virus que está asociado con la muerte. “Te puede matar o puede matar a la gente que vos querés –dice- y en ese sentido, la desesperación es que no tengo otra opción, no puedo no mandar a mi hijo al colegio, y no puedo no ir a trabajar”. Y agrega: “Esta no fue una decisión pensada para poner en valor la educación sino una puja política, porque realmente la escuela no está lista para el regreso y en dos semanas esto se va a ver”.
Florencia Martínez es docente de secundaria y tuiteó :“Fui temprano al colegio. Con la vicedirectora pusimos las fotos de nuestros compañeros muertos por Covid. Son 10. Ahora me pregunto cuántas fotos más de nosotros vamos a poner el año que viene yendo a trabajar en pandemia. Se hace muy difícil volver así”. Florencia reclama vacunación para todos los docentes y mayor cantidad de elementos de protección, debido a que explica que los protocolos, según la escuela, a veces son difíciles de implementar.
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“Para afrontar una situación de estrés se pone en juego lo que uno tiene previamente”, explica la licenciada Zysman, y aclara: “No todos respondemos al estrés de igual manera, por lo tanto no todos los docentes han respondido igual a toda la situación de la pandemia. Las clases virtuales y demás, dependen de las posibilidades individuales de afrontamiento, pero también del contexto familiar de cada uno de los docentes, de poder ser sostenido, del vínculo con sus directivos. Todo lo que ocurrió no fue inocuo”.
Mientras los docentes viven esta situación lógica de estrés, los alumnos y sus familias también necesitan la presencialidad para diluir las secuelas de un año de haber estado encerrados. Vanesa tiene cuatro hijos, dos en edad escolar y una casa chica. Ellos tienen que compartir la computadora y durante el año pasado, los vio tristes. “A uno de ellos yo le explicaba como podía, pero se frustraba y ya no quería hacer las tareas”, Hubo momentos en que se sintió sobrepasada: “No lograba que se sentara frente a la computadora. No sabía como ayudarlo. Lloraba él y lloraba yo. Un día dije: ‘Vamos a frenar un poco y al otro día lo volvíamos a intentar’ y así paso todo el año”. Vanesa, por supuesto, prefiere que sus hijos vuelvan a la escuela.
Patricia Pomatti es especialista en psicología vincular de familias y magister en vínculos, familias y diversidad sociocultural. Consultada para este artículo aseguró que “este retorno, si bien necesario y esperado, no es una vuelta al estado anterior, un indicador de que la crisis ha quedado atrás, sino más bien un hecho que fuerza a un nuevo cambio, a una nueva adaptación. Es probable que lo mencionado, entendido como elemento de presión, sea vivido a la vez como un alivio, teniendo en cuenta la necesidad de los niños y de la propia familia”.
#BORDER: Hay familias organizadas que quieren impedir el regreso porque el Estado no cumple con las medidas de prevención. Otras, en cambio, pujan por el regreso a cómo sea. ¿Cuál es su opinión desde la salud mental?
Pomatti: El confinamiento ha generado en niños y adolescentes un fuerte impacto sobre la salud mental. La vuelta al sistema presencial y a la institución escuela constituye un modo de no seguir perdiendo. Es imprescindible, no sólo por lo educacional sino por lo emocional en juego. Con el confinamiento, los niños han perdido la conexión con sus pares y han visto interrumpida su “salida al mundo”. Vemos que el daño excede lo educacional y no está relacionado con la calidad, eficiencia o deficiencia de las clases virtuales.