Cuatro claves para hablar con los niños sobre cómo hacer un duelo

Podemos controlar muchas cosas, qué hacer y cuándo, cómo gestionar nuestro tiempo o productividad, pero esta ilusión de control cae en saco roto cuando nos topamos con un hecho ineludible: la muerte.
Cuatro claves para hablar con los niños sobre cómo hacer un duelo
Créditos: Cuatro claves para hablar con los niños sobre cómo hacer un duelo
Por: Maria Emilia De Costa Olivan

Los adultos solemos no tener recursos para hablar de la muerte, menos con los niños.  Este proceso tan natural de la vida nos angustia o nos inquieta, lo negamos para evitar el dolor y tristeza de saber que hay un límite: “Todos nos vamos a morir”.

Entonces, la experiencia de la muerte se silencia, se camufla, se oculta o se transmuta a fábulas para evitar el encuentro con la incertidumbre. Estando con niños tenemos una necesidad imperiosa de protegerlos y evitar el sufrimiento que supone una pérdida. Todo esto hace más complejo el momento de abordarlo. El problema es que enseñándoles a alejarse de la muerte imposibilitamos la construcción de recursos para la elaboración de las perdidas.  

Para que en la niñez no haya confusión sobre qué significa morir, es importante esclarecer ciertos conceptos claves. De esta forma la elaboración y procesamiento de una situación dolorosa puede tener un cauce favorable.  No significa que no habrá tristeza, pero con un adulto que clarifique y acompañe será más saludable.

  • La muerte es universal: todos los seres vivos mueren

“¿Mamá, pero vos también te vas a morir alguna vez?”

Abrumados por la emocionalidad, responder esto puede ser complicado o doloroso. Sin embargo, se debe conocer la verdad: la muerte no es selectiva.

No es recomendable decir una mentira insostenible, como por ejemplo “eso no me va a ocurrir a mí”. Por lo tanto, según los recursos de la criatura, es decir, el momento evolutivo en que se encuentre, se puede ofrecer la verdad en pequeñas dosis:

“Mamá va a estar cerca de vos el tiempo máximo que pueda. No es muy frecuente que alguien más joven fallezca, pero puede suceder. Si a mí me llegase a pasar, quédate tranquilo que siempre habrá quien te ame y te cuide.”

“Voy a morirme cuando vos seas grande o yo muy muy muy viejita, como sucedió con la abuela…”

  • La muerte es irreversible

Cuando morimos no podemos volver a estar vivos nunca. Sin embargo, en la fantasía de los pequeños, puede aparecer la idea:

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“Cuando sea mi cumpleaños la abuela vendrá del cielo a traerme un regalo.”

“Le tenés que decir que vuelva y baje del cielo”.

Es normal que tarden en comprender la irreversibilidad de la muerte. Se debe estar atentos a que asimilen que no es un estado temporal y que será en forma permanente.

“Al abuelito no lo vas a volver a ver.”

Los niños tardan en comprender lo que damos por supuesto.  Ellos son literales y no sobrentienden, por eso debemos evitar explicaciones del tipo: “El abuelo se ha ido a otro lugar”. Por el contrario, deberemos ser claros y expresarnos sin metáforas, porque luego puede ser muy dolorosa y frustrante la expectativa de reencuentro.

El duelo es un proceso en donde el lazo se redefine. Y será solamente a través de la imaginación que esos encuentros podrán ser posibles para siempre: recuerdos eternos del alma.

  • Las funciones vitales terminan en el momento de la muerte

Este hecho comprensible para el adulto, no lo es para el niño. La propia limitación cognitiva no le permite asimilar que la persona ya no respira, no le late el corazón, deja de sentir, de ver y de pensar. Por ello, es habitual que sorprendan preguntando:

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“¿Cómo va a ver el abuelo si se olvidó los lentes?”

“Tendrá miedo allí en ese cajón.”

En muchas ocasiones, son las explicaciones que el adulto ofrece las que alimentan esta confusión. Con el fin de suavizar la situación diciendo frases como “Papá siempre está viendo lo que haces y nunca te separarás de él” complican la comprensión, alimentando la teoría de que la persona muerta sigue estando viva en forma real y no viva en nuestro corazón. La posibilidad que de alguna forma esa persona esté viva puede generarle una sensación de persecución. Basar nuestra explicación sobre el carácter universal, irreversible y definitivo de la muerte colabora para una elaboración adecuada de su despedida.

“Mamá ya no te ve y vos tampoco a ella. Pero ella está en todos tus recuerdos. Podés encontrarla cuando cerrás los ojos y evocás lo que compartimos, lo que te ha enseñado…”

La premisa fundamental a asimilar es que la muerte implica el final del funcionamiento del cuerpo y los sentidos. Para así poder hablar del mundo emocional: donde la persona permanece viva, recordando momentos de risas, de cantos, contando anécdotas, homenajeando haciendo lo que a esa persona le gustaba.

  • Toda muerte tiene un porqué

Es imprescindible que el niño sepa que existe una causa física por la que morimos, sería alarmante dejarlo construir sus propias teorías.

“Mi hermanita se murió por mi culpa. Estaba enferma y yo no quería que pasara tanto tiempo con mamá y papá.”

Es importante desestimar pensamientos mágicos o creencias de causas generadas por sentimientos de enfado o celos. No es necesario dar detalles sobre lo ocurrido, pero tampoco con el afán de amortiguar el dolor expresar ambigüedades que pueden generar miedo o confusión.  Una explicación como “El tío se ha quedado dormido y ya no despertará” puede provocar en el niño miedo a dormir. Con una frase como “Tu hermanita era tan buena que se convirtió en un ángel” puede experimentar confusión sobre si portarse bien es bueno o malo.

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En esta ocasión, el pediatra puede guiar a las familias a encontrar las palabras buscando una adaptación a las posibilidades del niño.

La definición científica no es la única que define la explicación sobre la muerte. Las creencias espirituales, religiosas o filosóficas también nutren de significados posibles. Es propio del ser humano, frente a la incertidumbre sobre el final de la vida, crear explicaciones posibles. Sin embargo, no debemos confundirlos, porque si bien es necesario no es suficiente, será fundamental partir de la muerte física para su total comprensión.

Finalmente, es válido poder reconocernos como personas sin respuestas a los misterios de la vida. Acercarnos genuinamente al niño, demostrando nuestras propias limitaciones. Y en ese acompañamiento, compartiendo el dolor, ir sanando con amor.   

Fuente: Loreto Cid Egea, 2011, “Explícame qué ha pasado: guía para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños”. Fundación Mario Losantos del Campo. España.

 

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